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ACOSO DIPLOMÁTICO A SIRIA
Columna
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De Dresde a Teherán

No hay que haber conocido aquellas colinas de escombros sobre las que crecían árboles y arbustos, rodeadas durante más de cinco décadas por vallas oxidadas y advertencias inamistosas del socialismo real sobre las consecuencias de entrar en las ruinas, no hay que poder recordar aquel terrorífico gran escenario de la desolación y símbolo de la transitoriedad humana, para sentir una sobrecogedora emoción al ver las imágenes del -en todos los sentidos- inmenso y glorioso interior de la Frauenkirche de Dresde, la gran iglesia barroca que el domingo culminó con su consagración una resurrección que merece llenar del mejor orgullo a la joya junta al Elba, a Alemania y a Europa. Faltan palabras para describir la serena grandeza de esta obra sacra junto al Zwinger y a la ópera de Semper y las mejores son probablemente las pronunciadas por el presidente de la república Horst Köhler, durante la ceremonia del domingo: "Esta iglesia cuya consagración hoy celebramos es de lo mejor de lo que son capaces ciudadanos libres. Representa a lo bueno que nos une". Las ruinas de Dresde han sido durante más de medio siglo un monumento en memoria de la muerte y destrucción de la guerra. Ahora sobre las mismas se ha erigido de nuevo el templo que honra la superación del hombre en das Gute, das Wahre und das Schöne (lo bueno, lo verdadero y lo bello). La ceremonia del domingo es probablemente el acto más conmovedor habido en Alemania desde la caída del muro. Entre los relacionados con el sesenta aniversario del fin de la guerra sólo ha sido superado en fuerza simbólica por el desgarrador encuentro de la pasada primavera en Auschwitz.

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Mientras en Dresde culminaba en un acto religioso de respeto universal al ser humano el esfuerzo de superación, introspección, luto y compasión que simboliza la reconstrucción de la Franuenkirche, en Teherán decenas de miles de iraníes pedían la destrucción de Israel y castigo al infiel que, en sentido estricto, somos todos salvo ellos. Niños iraníes con armas de juguete ensayaban su saña hacia los símbolos del enemigo y su odio a Israel, que según aseguran sus dirigentes, no merece existir y cuyos ciudadanos no tienen derecho a vivir. En diversas ciudades europeas, hubo ciudadanos que reaccionaron a esta ostentación masiva de odio con concentraciones en solidaridad con Israel ante sus embajadas. La cultura del odio en la que se especializaron los países árabes -y después también el Irán islamista- ya hace muchas décadas para intentar ocultar el fracaso de sus dirigentes y regímenes, la corrupción y depravación de sus élites y la miseria, la indigencia y la ignorancia como resultado directo de todo ello, sigue siendo la única respuesta para la mayoría.

El día de Jerusalén, celebrado el último viernes del Ramadán, es la ocasión ideal para atizar las únicas pasiones que los regímenes pueden hacer compartir a sus súbditos. Pero incluso en esta estrategia tan manida y común a sátrapas batistas y jeques de teocracias, el fracaso comienza a hacer mella. Bahrein, Qatar, Dubai e incluso Kuwait han establecido contactos con Israel de una forma u otra, unos cerrando sus oficinas de boicot al sionismo, los otros con intercambios de delegaciones más o menos oficiales. Grandes incógnitas se abren para Irán y Siria, dos regímenes cuya vocación criminal ya no pueden poner en duda ni sus más interesados defensores en la comunidad internacional. Y en su día, no lejano, será Arabia Saudí quien tendrá que pagar un precio no subsanable en petrodólares por su obsceno desafío a la modernidad y a la humanidad. El mundo político islámico sabe que sólo puede contrarrestar su continuo fracaso rompiendo la voluntad de autodefensa del pluralismo y la vocación democrática occidental. Han fracasado en su intento de hacerlo en su cabeza de puente en Oriente Medio que es Israel. Frente a su odio fracasado se erige la fortaleza del éxito de la resurrección de la iglesia de las mujeres, todo un símbolo.

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