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Columna
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Fallos

Enrique Gil Calvo

La noche de aquel 14 de marzo en que Zapatero ganó las elecciones, la multitud que le ovacionaba en Ferraz exigió con entusiasmo a voz en cuello: "¡No nos falles!". Y hasta hace justo un mes, el presidente parecía satisfacer bastante bien aquella demanda, pues había cumplido algunas promesas significativas (retirada de las tropas de Irak, ley contra la violencia masculina, matrimonio homosexual) sin haber tenido tiempo todavía de decepcionar. Pero desde que el 30-S fue aprobado el proyecto de nuevo Estatuto catalán con los votos del PSC, eso ya no resulta del todo verdad, pues ahora muchos de sus electores se están temiendo que ZP les empieza a fallar. Y si pueden pensarlo así es porque, en lugar de buscar solución a los graves problemas que aquejan a los españoles (vivienda, empleo, educación, etc.), acaba de permitir que surja un nuevo problema artificial.

Que se trata de un fallo parece indiscutible, pues si bien el programa electoral socialista anunciaba su proyecto de reformar entre otros el Estatuto catalán, lo cierto es que la propuesta finalmente aprobada en Barcelona no tiene nada que ver con el Pacto de Santillana acordado entre Zapatero y todos los barones socialistas, Maragall incluido, cuyos requisitos imprescindibles para plantear la reforma territorial eran el multilateralismo, la constitucionalidad y el consenso. Pues bien, el proyecto aprobado en el Parlamento catalán, bajo la iniciativa del tripartito liderado por los socialistas de Maragall, incumple los tres requisitos, pues ni es constitucional por entero ni acepta el multilateralismo ni cuenta con el consentimiento de las fuerzas políticas españolas. Se dirá que quienes han fallado han sido Maragall y el PSC por incumplir el Pacto de Santillana, lo que es verdad. Pero también ha fallado Zapatero, al ser incapaz de frenar al inefable Maragall.

Y un fallo todavía peor sería que como consecuencia de la crisis creada llegase a recuperar el poder un Partido Popular dirigido por la gente de Aznar. A Zapatero no se le eligió para que cambiase la estructura autonómica del Estado, sino como único modo de echar a Aznar, que nos había embarcado contra la voluntad popular en una ilegal aventura militar. Pero ahora resulta que también Zapatero nos embarca en otra imprudente aventura igualmente irresponsable y dudosamente legal, para la que no había ninguna necesidad. A eso nos ha llevado su exceso de talante, que le hace contemporizar con sus interlocutores sin osar decirles que no. Y éste era otro de esos casos en que había que recordar de nuevo la canción de Raimon: "Diguem no".

Pero además de un fallo de ZP, también representa un problema que antes no existía y ahora no se sabe cómo atajar. Es verdad que Zapatero lo niega, sosteniendo con candor que la crisis del Estatuto no representa un problema sino una oportunidad. Pero eso es tener un nulo sentido de la realidad, pues aunque ahora se logre convencer al PSC para que acepte una financiación compatible con la LOFCA, semejante recorte nunca será suscrito por los catalanistas, que ganarán las próximas elecciones presentando como programa la actual propuesta de cupo aprobada el 30-S por el 89% del Parlamento catalán. Y ahora ni siquiera queda la opción de llamar a Bruselas para pedir auxilio como quien dice "Huston, tenemos un problema", pues la Unión Europea se está desintegrando políticamente y ya no puede servir para disolver en su seno nuestra falta de integración nacional.

Y hablando de talante. Tras ser elegido, Zapatero anunció su intención de introducir una nueva forma de gobernar, que a diferencia de la esgrimida por su antecesor se distinguiera por la transparencia y la ecuanimidad. Pues bien, ahora tiene la oportunidad de demostrarlo con su intervención parlamentaria en el debate del Estatuto. En lugar de seguir insistiendo en negar la evidencia de que se ha creado un grave problema, debería reconocer su error y sus fallos, ofreciéndose humildemente a rectificar. Es lo menos que nos debe a unos electores que no nos merecemos la gratuita crisis en que nos ha embarcado.

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