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Columna
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El brindis

Manuel Rivas

Hay que saludar el brindis de Rajoy con y por el cava catalán en Sant Sadurní d'Anoia. Los gestos son fundamentales en la historia. Pueden representar el principio o el fin del lenguaje. Es un pequeño gesto, el alzar una copa con cava, pero el que tenga tanta proyección, el que sea la instantánea del día, pone de relieve la dimensión del despropósito que la hizo necesaria. Cualquier otro personaje importante de la política podría hacer ese brindis. Pero no sería lo mismo. No tendría el mismo valor. Según quien lo hiciera, podría resultar incluso contraproducente. ¿Por qué la repercusión de este brindis? Es una cuestión colectiva, pero sobre todo es una pregunta que debería hacerse el actual líder de la derecha española. El brindis es importante para el cava. Pero es un asunto crucial para aquel que brinda.

En Escribir es vivir, que leo caliente como un pan y que cumple la misión de aquel Libro de los Conocimientos Necesarios añorado por H. G. Wells, José Luis Sampedro habla del impacto que le causó una frase de Martin Luther King: "Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerán lo más grave las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas". En el caso que nos ocupa ha habido demasiados silencios escandalosos en el campo de la opinión mientras los productores de odio trabajaban a destajo. Y con cierto éxito. Los silencios escandalosos han facilitado que rodara la rueda de garfios de los fanáticos. Aquellos que confunden España con el perímetro de su cabeza han conseguido suplantar la realidad por un telón tremendista. En esta peligrosa distorsión aparece como extremista y disparatado el acuerdo casi unánime del Parlamento de Cataluña, que representa a millones de personas de una nacionalidad de fuerte tradición democrática, a la vez que se procede al despiece moral, chabacano e insensato de una figura como Pasqual Maragall. El Estatuto es mejorable y Maragall también. Pero el nuevo Estatuto y Maragall tienen, entre otras, la virtud de intentar hacer compatible de forma duradera la catalanidad, incluido el independentismo republicano, y una españolidad integradora y no integrista. El fracaso de este intento no sería ninguna buena noticia, ni siquiera para Rajoy. Habría triunfado el brindis zarista, que así llaman al brindis con agua.

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