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Política catalana

Uno de los mayores problemas de la política catalana, especialmente en los últimos tiempos, es que ya no se sabe a ciencia cierta si los políticos hacen política y los periodistas informan de ella, o al revés. Hay demasiada confusión entre unos y otros, pero para que una democracia funcione es esencial que mantengan una relación desde la independencia de cada uno y sin confundirse de profesión. Hace unos años, en la sesión de clausura de un congreso de la Asociación Española de Ciencia Política celebrado en Granada, el director de El Periódico, Antonio Franco, dijo de forma concluyente: "Ya es hora de que los periodistas también volvamos a nuestros cuarteles". Pues todo indica que esto no se ha producido todavía. Es verdad que siempre hay quien está mucho peor. La política en España está mucho más pervertida que la catalana en lo que se refiere a la confusión entre profesión política y medios de comunicación, a la falta de respeto al derecho constitucional de comunicar y recibir libremente información veraz, a la mezcla interesada entre información y propaganda, y a cosas mucho peores. Quizás lo que realmente le va a Pedro J. Ramírez es ser presidente del Gobierno, y a Federico Jiménez Losantos, ministro de Información y Turismo. Pueden fundar un partido político y presentarse a las elecciones.

No estamos tan mal, si nos comparamos con la cruzada anticatalana que se ha organizado al otro lado del Ebro. Pero hay cosas que deberían mejorarse, y una de ellas es la relación entre las instituciones de gobierno y los medios de comunicación. Todos sabemos que no solamente "hacen política" los que se dedican a ella como profesión. También hacemos política todos los que por un motivo u otro opinamos o actuamos en la política. A nadie se le escapa que hay influyentes "políticos" en las grandes empresas, en los medios de comunicación y difusión, en la Iglesia y en otras instituciones no dedicadas formalmente a la política, pero que no pierden ocasión para defender sus intereses e influir, si pueden decisivamente, sobre el Gobierno de turno. Pero los que siempre están en el punto de mira son los políticos de profesión y, principalmente, los gobernantes. Hay pocos políticos que sepan (o quieran) regatear la constante presencia de los medios. En la democracia de audiencia, que explica Bernard Manin, la imagen es fundamental y con ella se ganan o pierden las elecciones. La obsesión del político es salir en los medios, porque si no sale no existe. Y ello genera dependencia y, a veces, compensaciones a algunos medios mediante fórmulas bien conocidas, como en su día se advirtió en un informe, que por eso se ha relegado al olvido.

No es fácil decir cosas siempre acertadas cuando un líder político va de emisora de radio a canal de televisión, de ahí a la entrevista para un periódico, y casi siempre con un micrófono delante que le pide informaciones y opiniones. Tarradellas era un buen maestro en regatear periodistas porque era capaz de hablar sin decir nada o, por el contrario, decir lo justo y subrayado para dejar claro el titular que deseaba. Hoy en el tripartito hay pocos de la escuela de Tarradellas. Hace falta mayor lealtad entre los partidos en cuanto a la política informativa, porque la deslealtad acaba perjudicando a todos. Y si los medios de comunicación se enteran anticipadamente de informaciones privilegiadas y por vía irregular, es evidente que el mérito es del periodista, y para el político es la estupidez o la filtración interesada.

Creo que si no fuera por los errores de gran impacto informativo (la entrevista de Carod con ETA, la polémica del 3% o la reciente filtración del cambio de gobierno, por ejemplo) o bien por algunas deslealtades que se han producido en la acción de gobierno y en la elaboración de la propuesta de reforma del Estatuto entre los partidos del Gobierno, hoy no existiría esta sensación de crisis en la política catalana. Los errores han sido de forma y de procedimiento. Ha fallado la capacidad de informar positivamente sobre la acción de gobierno de manera que la noticia fueran los contenidos. Pero en la democracia de audiencia ya he dicho que lo fundamental es la imagen. Los partidos del Gobierno, y especialmente ERC, han estado tan preocupados por su imagen singular que han pisado al aliado. El problema no es la falta de cultura de gobiernos de coalición, porque cuando hay más salidas de la vía que las razonables es lógico preguntarse si se forma parte de un Gobierno de coalición contra natura. Soy de los convencidos de que no es así, pero habrá que convenir que algo no va definitivamente si se siguen produciendo deslealtades partidistas y conflictos de orientación de la política de gobierno.

Vivimos unos tiempos importantes para el futuro de la política catalana. A pocos días de iniciarse el segundo acto del proceso de elaboración y aprobación del Estatuto, es imprescindible no repetir errores, y que cada uno no haga de la defensa del texto aprobado por el Parlament una guerra particular e interesada. Todos saldríamos perjudicados. La unidad de todas las fuerzas catalanistas es la garantía de que se puede ganar un buen Estatuto. Esto incluye el protagonismo de todos sin distinguir Gobierno y oposición, o bien el porcentaje de diputados que cada uno tiene. Si hay lealtad y complicidad entre todas las fuerzas catalanistas sin excepción, no hay cruzada anticatalanista que pueda frenar el éxito del Estatuto y, con él, una mejora de la calidad de la democracia española.

Miquel Caminal es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona.

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