Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros
"Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros", repetía -según iba barruntando el triunfo electoral de sus conmilitones del PP a la altura de 1996- Rodolfo Martín Villa, ese político de larga experiencia al que la leyenda atribuye haberse subido a los 20 años a un coche oficial sin haberse apeado nunca. Ese mismo lema le habría venido también al pelo al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, a propósito de su compañero del PSC y presidente de la Generalitat, Pasqual Maragall. Es difícil imaginar mayores daños políticos para él de ninguna otra procedencia. Claro que el origen viene del equívoco inicial, porque mientras Zapatero se considera acreedor a la lealtad de Maragall, este último piensa por el contrario que la llegada del primero a La Moncloa trae causa de su victoria previa en Cataluña y que, por tanto, la deuda tiene sentido inverso.
Llegados aquí se impondría un análisis sobre los resultados de las elecciones catalanas de 2003 para contrastar las dimensiones exiguas de la pretendida victoria. Porque después de tan altas expectativas el resultado cosechado el 16 de noviembre de 2003 por Maragall con el 31,17% de los votos y 42 escaños difícilmente puede calificarse de victoria espléndida frente al 30,93% de los sufragios y los 46 escaños obtenidos por Convergència i Unió, una formación que había cambiado a Pujol por Mas y que hacía agua por el desgaste acumulado después de gobernar 23 años seguidos desde 1980. El examen de la participación electoral también confirma la debilidad de Maragall, porque en las elecciones autonómicas catalanas de 2003 la participación fue del 69,39%, mientras que en las generales de 2004 en Cataluña acudió a votar el 76,96%, es decir, un 10,57% más.
Y es que hay líderes que son un valor añadido, suman votos para su partido y potencian las capacidades internacionales de su país mientras otros restan sufragios y la debilitan, son un valor sustraído. En el primer caso, puede citarse a Margaret Thatcher en el Reino Unido, Helmut Kohl en Alemania o Bruno Kreisky en Austria y, viniendo al ámbito autonómico español, Jordi Pujol, José Bono, Manuel Chaves, Juan Carlos Rodríguez Ibarra o Josep Lluís Carod Rovira. En el segundo, estarían en esos mismos países John Major, Edmund Stoiber o Kurt Waldheim. Y en el plano más doméstico, sin salirnos de las comunidades antes aludidas, cabría mencionar a Pasqual Maragall, Agustín Conde, Javier Arenas, Juan Ignacio Barrero o Artur Mas. Alguno pudo tener en distintas fechas la condición sucesiva de restar en el plano nacional pero sumar luego en el autonómico, como fue el caso de Manuel Fraga, aparte de que la condición de valor añadido tampoco puede pretenderse perenne, se agota con el paso de suficientes convocatorias electorales, como se vio en los casos de González y de Aznar.
Vengamos ahora a la situación presente con un Partido Socialista queriendo hacer de la necesidad virtud y tratando de fijar una posición compartida sobre el proyecto de Estatuto remitido por el Parlamento de Cataluña y un Partido Popular decidido a subir la dosis del antagonismo. Enseguida, habrá que atender a las conclusiones generales del dictamen que han suscrito por encargo cuatro sabios profesores de Derecho Constitucional. Pero cabría preguntarse cuál sería el resultado si hubiera sido sometido a su consideración en una cata a ciegas el texto hasta ahora vigente en Cataluña o el propuesto por la Comunidad Valenciana o el que anda preparando la comunidad de Andalucía. O si los sabios convocados hubieran llegado a las mismas conclusiones en el caso de que el encargo del dictamen les hubiera sido solicitado por la Generalitat, la patronal CEOE, la Facultad de Ciencias Políticas, el Centro de Estudios de la Defensa Nacional o la FAES. Otra cosa es que texto alguno resistiera su examen al microscopio electrónico mientras el país entero, obsesivamente estimulado por oral y por escrito, contiene la respiración. De todos modos, calcular que la dirigencia del PP se bajará del actual maximalismo cuando las encuestas reflejan aproximaciones sucesivas en la intención de voto, es pensar en pajaritos preñados en época de gripe aviar.
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