El arte contemporáneo se cita en Londres
160 galerías internacionales exhiben las creaciones de sus artistas en la Feria Frieze
En su tercera convocatoria, la Feria Frieze ha convertido Londres en el epicentro del arte contemporáneo que ningún coleccionista, marchante, comisario o director de museo puede ignorar. Un total de 160 galerías internacionales muestran creaciones de sus artistas bajo una gigantesca carpa instalada en Regent's Park. Pero la actividad se extiende al resto de la ciudad, con decenas de exposiciones en espacios tradicionales y alternativos. Entre las muestras oficiales despuntan dos antológicas del fotógrafo Jeff Wall y el californiano Paul McCarthy.
Museos y galerías aprovechan también para inaugurar grandes muestras
La Feria de Arte Frieze crece a un ritmo frenético y, en sus tres años de andadura, ha consolidado el poder de atracción de Londres como centro de la vanguardia. El número de visitantes a su inmaculada carpa de Regent's Park, una estructura temporal diseñada por el arquitecto David Adjaye, pasó de 28.000 personas en 2003 a 42.000 en 2004, cifra que sin duda se superará hoy, al término de su tercera edición. Las ventas también se han duplicado, hasta registrar 26 millones de libras (unos 37 millones de euros) el año pasado. "Londres es la capital más importante de Europa en arte y finanzas. Y aunque la feria de Basilea es más amplia e histórica, Frieze le aventaja en la esfera artística posterior a 1970", señala Pepe Cobo, propietario de la galería madrileña que lleva su nombre y que estrena este año stand en Regent's Park.
La galería Juana de Aizpuru también exhibe por primera vez en Frieze obras de sus artistas -desde Wolfgang Tillmans a Dora García o Cristina García Rodero- porque, según señala su directora, "es una feria muy atractiva y un espacio donde se mueve el dinero". "Nos damos cita aquí las galerías de nuevas tendencias. Pero no se trata sólo de vender, sino de darse a conocer, renovar contactos y respirar el ambiente", admite Juana de Aizpuru.
Ambas galerías, las únicas españolas presentes en Londres, fueron seleccionadas entre las 450 solicitudes cursadas en la tercera edición de Frieze. La selección es dura y, pese a la ampliación del espacio hábil, sólo pasaron la criba 160 galeristas representantes de más de 2.000 artistas. Su procedencia geográfica da una idea del statu quo del mercado del arte contemporáneo: el 25% son estadounidenses; el 22%, británicas; el 48%, de Europa continental, y el 6%, del resto del mundo. "Se ha producido un extraordinario desarrollo del mercado británico en los últimos años, pero todavía no hemos superado a Estados Unidos. Nueva York sigue siendo el centro del mercado artístico", afirma Matthew Slotover, director y fundador de la feria con su colega Amanda Sharp. "Vivimos un año muy bueno. El arte contemporáneo es un mercado internacional y en cada territorio geográfico prima la calidad. Los coleccionistas buscan calidad", reconoce Nicholas Logsdail, director de la galería Lisson, con sede en Londres. "De todas formas", añade, "aún no ha surgido un movimiento artístico definitivo. El conceptualismo y el minimalismo siguen dominando la escena creativa".
Desde la perspectiva del artista, Frieze puede resultar una experiencia apabullante o un trampolín de promoción. "Parece una carrera armamentista nuclear, con las galerías intentando superarse unas a otras para captar la atención del público. Es un terrible recordatorio de que el arte forma parte del mercado", señala Michael Sanders, escultor y fotógrafo inglés, que desmontó recientemente su última exposición, Trinity: la jornada del muerto, un impactante estudio de los primeros ensayos con bomba nuclear en el desierto de Nuevo México. Grayson Perris, premio Turner 2004, parecía disfrutar de la fiesta y se paseaba por la feria con un florido vestido. Tracey Emin aprovechó el evento para lanzar esta semana su autobiografía, Strangeland.
Frieze contagia y deja que sus tentáculos se extiendan por el resto de la ciudad. Conviven con la feria varios eventos alternativos, y museos y galerías públicas y privadas aprovechan las mismas fechas para inaugurar sus grandes exposiciones de la temporada. En la Feria Zoo, también en Regent's Park, se concentran 28 jóvenes galerías británicas; Pilot es un foro internacional de artistas visuales emergentes, sin representación comercial, que exhiben sus obras en un local de Clerkenwelll, en el Este de Londres. Entre ellos, el donostiarra José Ramón Amondarain acerca por primera vez a la ciudad sus esculturas y trabajos digitales. Tanto él como el centenar de creadores presentes en Pilot fueron seleccionados por otros artistas, comisarios, escritores o coleccionistas.
Paralelamente, la Tate inauguró esta semana dos muestras estelares: la exposición de los candidatos al premio Turner, en su sede original al norte del Támesis, y la retrospectiva del fotógrafo canadiense Jeff Wall, en la catedral londinense del arte moderno, al sur del río. Repasa esta última la trayectoria del innovador de la cámara al que muchos reconocen como el impulsor de la fotografía a la categoría de bellas artes. Sus gigantescas cajas luminosas, con escenas de situaciones urbanas, rurales e incluso bélicas, representadas con frecuencia por actores no profesionales, activan la imaginación del visitante a Tate Modern. Wall se mueve entre la ficción y la realidad, entre el cine y el documental en reconocidos trabajos expuestos entre el medio centenar de obras reunidas en Londres.
Más acorde quizá con el espíritu rompedor y sensacionalista londinense es la propuesta de la galería Whitechapel, al este de la ciudad. Abrió ayer al público una antológica de Paul McCarthy, el rey californiano del ketchup y la sangre artificial, que manipula en su obra símbolos culturales, desde Pinocho a Papá Noel. La cumbre de su exposición londinense, titulada Lala Land Parody Paradise, es una serie dedicada a los Piratas del Caribe, que incluye grotescos bustos de bucaneros, vídeos de orgías carnavalescas y un barco pirata construido a escala real. La directora de la Whitechapel, Iwona Blazwick, descubre reminiscencias de Freud en una sección de la fragata, y Stephanie Rosenthal, comisaria de esta muestra, interpreta el motivo de los piratas como una alegoría del imperialismo y poderío estadounidenses.
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