Orhan Pamuk desafía a Turquía con nuevas críticas a las matanzas de kurdos y armenios
El escritor, que recibe hoy el Premio de la Paz, defiende su derecho a expresarse
En febrero de este año, en una entrevista en el diario suizo Tagesanzeiger, Orhan Pamuk afirmó que a comienzos del siglo XX en Turquía se mataron "30.000 kurdos y un millón de armenios". Un tribunal de Estambul lo acusó poco después de "insultar deliberadamente" la identidad turca y de violar la ley que la protege. El juicio comenzará el 16 de diciembre y Pamuk podría sufrir una condena de entre seis meses y tres años de cárcel. "La obligación de un escritor es entender y expresar el alma y el dolor de la gente", dijo ayer en rueda de prensa, "y yo he hablado del dolor de los armenios".
"Turquía debería preguntarse por qué se ha perdido tanta riqueza cultural"
Orhan Pamuk (Estambul, 1952) recibirá hoy en la Paulskirche de Francfort el Premio de la Paz que concede cada año la Asociación de Libreros y Editores Alemanes desde 1950 y que está dotado con 25.000 euros. En la rueda de prensa que se celebró ayer en la feria, el escritor turco insistió, durante sus palabras iniciales, que era sobre todo escritor y pidió que las preguntas no fueran exclusivamente políticas. No pudo ser, y casi no se habló de literatura. Su comentario recogido en el periódico suizo desencadenó las iras de los nacionalistas de su país y, desde la acusación del tribunal de Estambul, el asunto no ha dejado de generar ruido y confusión.
Hace unos días, una columna publicada en el diario alemán Frankfurter Allgemeine echaba más leña al fuego. Se decía allí que aquellas declaraciones de Pamuk habían formado parte de una estrategia para decantar al jurado del Premio Nobel a su favor (era uno de los nombres que sonaron con insistencia antes de que la Academia sueca se inclinara por Harold Pinter) y que, como la jugada no salió bien, el escritor había empezado a echar marcha atrás. Se aludía entonces a otra entrevista reciente de Pamuk, esta vez en la CNN turca, en la que había comentado que nunca había hablado de "genocidio" y en la que dijo que los combatientes otomanos de la Primera Guerra Mundial, a los que se refirió como "mártires", merecían un monumento que recordara su valor. La astucia de Pamuk no había servido para nada, concluía el texto, para bochorno de quienes lo valoran y para regocijo de los fiscales turcos.
Ése era el telón de fondo que marcó ayer la rueda de prensa. Y Pamuk volvió varias veces sobre sus palabras -"se mataron en Turquía a 30.00 kurdos y a un millón de armenios"- e incluso llegó a enfadarse cuando se aludió de forma no explícita a la columna del diario alemán. "Tienen que escuchar lo que yo digo y no lo que alguien dice que digo. Es verdad que nunca he hablado de 'genocidio', ni de 'matanzas en masa' y que ni siquiera he empleado otras palabras turcas, de difícil traducción y que se refieren al mismo tipo de fenómeno, pero en Turquía se debe hablar de las muertes de kurdos y armenios y tenemos que poder discutir libremente sobre nuestro pasado".
La Feria de Francfort volvió ayer a tener un detalle de provincianismo y a saltarse su vocación internacional (ya lo hizo cuando Semprún decidió hablar en alemán cuando le concedieron el Premio de la Paz). No hubo traducción al inglés durante la rueda de prensa, que se inició con una larga intervención de Orhan Pamuk, que se expresó siempre en turco. Empezó por agradecer el galardón y por llamar la atención sobre un hecho personal: "En un día como hoy, hace exactamente 30 años, empecé a dedicarme durante ocho horas al día a la literatura".
"Cuando uno escribe lo hace sobre lo que le gusta, sobre lo que sueña o sobre lo que le da rabia, pero nunca piensa que su obra pueda tener una continuidad", comentó el escritor turco. "Pero sí la hay, en un doble sentido. Histórico, porque se escribe siempre en un contexto social determinado que empapa lo que uno hace. Y personal, porque libro tras libro uno va volcando su alma en sus escritos. En ese sentido creo que he contado lo mismo en todas mis novelas, y lo que he contado han sido los últimos 200 años de Turquía, su afán por acceder a la modernidad, por convertirse en una sociedad laica. Por eso mis libros están llenos de contradicciones, pero son contradicciones inevitables, de las que no me avergüenzo sino que me hacen feliz".
Pamuk habló de las dos corrientes que alimentan su literatura ("las grandes conquistas innovadoras de la novela occidental y la tradición que procede del islam con su carga de poesía, alegorías e historias") y explicó que en cada obra se identifica con alguno de sus protagonistas, que suelen ser personajes que, sin buscarlo, se encuentran en situaciones que los desbordan y que no tienen más remedio que salir del embrollo. Habló de El libro negro, de Me llamo Rojo, de Nieve. En esta última novela, un hombre que regresa a su país debe enfrentarse a la intolerancia política de los suyos. Fue entonces cuando Pamuk volvió a su declaración al diario suizo y afirmó rotundo que defendía "palabra a palabra" lo que había dicho, y aprovechó para insistir en que su país debe enfrentarse abierta y libremente a su pasado, reforzar la democracia y que tiene que incorporarse a Europa.
Luego vino el bombardeo de preguntas. Recordó que de niño en su clase había tres o cuatro niños judíos y otros tantos griegos y armenios. "Ya no ocurre nada semejante, y Turquía debería preguntarse por qué se han ido, por qué se ha perdido tanta riqueza cultural". Se refirió al periodista armenio Hicant Dink (condenado a "tres o cuatro años de cárcel" por haber denunciado la matanza de los suyos), trató de los autores que más lo habían influido (Tolstói y Dostoievski, Thomas Mann, Joyce, Proust, Faulkner y Virginia Wolf: "Hablo con ellos cada vez que escribo"), defendió las culturas abiertas frente a las cerradas y afirmó que la incorporación de Turquía a la UE no significaba que perdiera su cultura, sino que ésta enriquecería a Europa. "No soy político sino escritor", concluyó, "pero si he dicho lo que he dicho asumo la responsabilidad y me siento contento de haberlo tenido que hacer".
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