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Reportaje:

Los 'plásticos' llaman al Este

4.500 trabajadores inmigrantes son contratados en sus países para trabajar en la plantación de la fresa en Huelva

A la sombra de las espigadas chimeneas de las petroquímicas onubenses, se abren campos de un plástico negro parecido al de las bolsas de basura. El conjunto forma interminables hileras ordenadas. Bajo el material sintético crecerán, de enero a marzo, los fresones que estos días se han empezado a plantar, con algo de adelanto respecto a años pasados.

Un total de 4.513 trabajadores extranjeros -en su inmensa mayoría mujeres- han llegado a Huelva para pasar unos meses doblando el espinazo. Para la primera fase de la campaña, las distintas asociaciones agrícolas de la provincia han vuelto a mirar al Este para encontrar allí una mano de obra que llevan años echando en falta en su tierra. Los idiomas y acentos que se escuchan en los grupos de trabajadores que salpican los campos corroboran esta procedencia.

Es el caso de la finca de 10 hectáreas de Enrique Rojas, de 40 años y agricultor de Palos de la Frontera (Huelva). Allí trabaja la rumana Elena Patrascu con otras compatriotas. Ha recorrido los casi 4.000 kilómetros que separan su ciudad natal, Calarasi -al sureste del país- de Palos de la Frontera. "El trabajo es duro y no me gusta mucho, pero pagan bien", dice en un breve descanso que se toma para responder. Es el mismo Enrique Rojas, su patrón, quien la sustituye en ese momento para seguir plantando los brotes de donde germinarán las fresas. La cadena no puede pararse.

Elena tiene 32 años y una hija pequeña en Rumanía. Su castellano, algo pobre pero funcional, lo ha aprendido en las tres campañas de fresas trabajadas en España. La jornalera cobra 33 euros por cada día de labor. "Un sueldo bastante mayor que los 100 euros al mes que de media se cobra en Rumanía", señala Eduardo Domínguez, responsable de inmigración en la sección onubense de la organización agraria Coag y uno de los artífices de la traída de esta mano de obra.

El grueso de los trabajadores que este año se inclina ante los plásticos es de nacionalidad rumana (1.604), seguidos de polacos (756), marroquíes (37), ecuatorianos (22) y búlgaros (13). Los contratos en origen vienen realizándose en la provincia desde el año 2002, y tratan de dar solución, entre otros, a dos problemas importantes del campo: la ordenación de los flujos migratorios y suplir de mano de obra un sector que desde hace años se ve desabastecido de jornaleros locales. "El campo es muy duro y la gente de aquí prefiere trabajar en cualquier otra cosa, pero en especial en la hostelería o en la construcción, que es el sector con más auge de la zona", recuerda Domínguez.

El empresario y agricultor Enrique Rojas está satisfecho de la política de contratación en origen que le ha permitido traer a 9 trabajadoras rumanas (el resto de la cuadrilla de 14 miembros la componen tres gaditanos y dos colombianos). "Son gente que cumplen los tiempos del campo y que no se marchan en mitad de la campaña, como otros", dice Rojas en referencia a los trabajadores inmigrantes magrebíes y subsaharianos.

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Un tema delicado. Tanto Rojas como Eduardo Domínguez se esfuerzan en explicar que la preferencia de mano de obra europea no responde a criterios xenófobos. "La razón es simple, las rumanas vienen a trabajar, cumplen el contrato y después vuelven a su país. Los magrebíes, una vez están aquí, si comienza una campaña que les interesa más, desaparecen y te dejan colgado", dice Rojas. "Nosotros tenemos que velar por nuestros intereses y las trabajadoras del Este son más fiables", zanja el fresero.

Mientras, las carreteras que unen las fincas plastificadas siguen salpicadas por magrebíes y subsaharianos que deambulan de una a otra en busca de un trabajo que cada día les resulta más difícil de conseguir sin contratos en origen.

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