Damasco, acorralado
A falta de una versión definitiva, la investigación de la ONU sobre el asesinato del ex primer ministro libanés Rafik Hariri es tan inquietante para el régimen sirio como se esperaba. El juez Detlev Mehlis y su equipo concluyen que el magnicidio del 14 de febrero en Beirut, un intrincado complot contra un político que se oponía a la dominación de Líbano por Damasco, no se pudo ejecutar sin la orden de los más altos cargos de la seguridad siria, en colusión con sus homólogos libaneses. Entre los supuestamente implicados figuran personajes del círculo íntimo del presidente Bachar el Asad, como su poderoso cuñado y jefe del espionaje militar, Assef Shawkat, o el general Rustom Ghazaleh, responsable de la inteligencia siria en Líbano, cargo en el que sucedió hace dos años al recientemente "suicidado" ministro del Interior. Ambos son pilares fundamentales del régimen.
Las indagaciones de Mehlis, más de 400 entrevistas, miles de documentos escrutados, han durado meses. La comisión considera fuera de duda que el asesinato de Hariri, que precipitó el abandono por Siria de Líbano tras décadas de práctica ocupación, contó con la complicidad de máximos responsables de Beirut, entre ellos el general Mustafá Hamdam, íntimo colaborador del presidente Emile Lahoud. Tanques y blindados fueron desplegados ayer en Beirut para impedir una nueva oleada de violencia antisiria.
El informe, rechazado vehementemente por Damasco, acorrala al presidente de Siria, que puede llegar a ser considerado, por acción u omisión, responsable último del atentado. Su régimen afronta la creciente hostilidad de Washington por su apoyo a Hezbolá en Líbano, la complacencia con los terroristas palestinos y la permeabilidad para los yihadistas de su frontera con Irak. Asad no tiene muchas opciones tras la firmeza de sus declaraciones sobre la inocencia de Damasco en el magnicidio. Dijo que cualquier alto responsable sirio implicado sería considerado un traidor y tratado como tal.
Una de ellas es cooperar con la ONU para evitar eventuales sanciones internacionales y un aislamiento todavía mayor de la dictadura, que pese a sus promesas ha sido incapaz de reformar. Pero eso exigiría algo tan impensable como la entrega a la justicia internacional de algunos de sus más estrechos colaboradores y acarrearía su suicidio político. Casi cualquier escenario previsible aboca a la descomposición de un sistema de poder que ya afronta incipientes luchas intestinas y al que por el momento no se le ve recambio claro. En cualquier caso, el informe Mehlis señala la cuenta atrás para el régimen baazista nacido de un golpe de Estado hace más de cuarenta años.
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