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BARCELONA MUSEO SECRETO
Columna
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En las carreras

Leo la noticia de que el hipódromo de Madrid vuelve a abrir, tutto in fior, sus puertas 15 años cerradas, y veo caballos corriendo por lienzos y películas. Es curioso cómo el ambiente de las carreras, que en pintura es alegre, colorista como las camisas de los hockeys, como en los cuadros de Degas, de Dufy, de los impresionistas y demás pintores al aire libre, al pasar al cine se vuelve hampón y violento. Los caballos de carreras llevan la fatalidad sobre sus grupas relucientes de sudor, pero la llevan con gran elegancia, con un sentido estético refinado. En Atraco perfecto, una de las obras maestras de Stanley Kubrick, ese héroe agónico o antihéroe que fue Sterling Hayden observa cómo su maleta llena de dinero cae, se abre y los billetes vuelan en el viento de la madrugada, se van para no volver mientras dos policías con cara de pocos amigos acuden a ponerle las esposas. El dinero volador era el fruto del atraco a la caja de un hipódromo, atraco calculado al segundo para que nada fallase, pero en los intersticios entre segundo y segundo se coló la mala suerte. En las últimas imágenes de La jungla de asfalto de Huston, el mismo Sterling Hayden, agónico y cosido a balazos, ve los caballos en cuya sociedad aspiraba a vivir tras una vida echada a los cerdos, como el gran cínico que hace casi 30 siglos dejó dicho que cuanto más conocía a los hombres más apreciaba a su perro.

El canódromo lleva más de 40 años milagrosamente incrustado entre la Meridiana y el agradable barrio de las Viviendas del Congreso

Claro que una carrera de purasangres, montados por hombrecillos con blusas de colores, es incomparablemente más hermosa que una carrera de perros en el canódromo de la Meridiana. Pero "estos bueyes tenemos, con estos bueyes aramos", como dice el refrán, y además los galgos, cabe suponer, presentan también una fina estampa para quien sepa apreciarla. Semejantes son la técnica de las apuestas, el gran número de imponderables que concurren en cada carrera y la distribución del espacio físico: a un lado la pista ovalada, y al otro, bajo un gran alero o marquesina, las gradas, las ventanillas de las apuestas, las cafeterías y terrazas.

Este espacio del canódromo tan aireado y armonioso, esta elegante estructura de acero en forma de sector parabólico, fue proyectado por los reputados arquitectos Antonio Bonet y J. Puig Torné. El pavimento es de hormigón lavado, y la obra, de hierro y elementos prefabricados, fue pensada para poder ser desmontada y trasladada a otro emplazamiento, pues cuando se edificó, en el año 1962, se calculaba que seguiría allí durante sólo 15 años. Pero han pasado más de 40 y permanece, milagrosamente, última instalación de este tipo en toda España, incrustada entre la Meridiana y el agradable barrio de las Viviendas del Congreso.

Por las despobladas graderías del canódromo se distribuyen unos pocos hombres, la mayoría de edad avanzada, desocupados, jubilados. A algunos les ha acompañado la esposa, que hace calceta en la cafetería esperando a que el marido termine de sacrificar los cinco, diez euros del día a la ilusión de ganar, y confiando que su compañía vigilante, calceta en mano, evitará que se deje llevar por audacias ruinosas.

Según transcurren las horas el lugar se va llenando. Hay carreras de 17.00 a 21.00 casi todas las tardes. Antes de apostar por un perro determinado el jugador considera el montón de datos que le proporcionan las pizarras y el boletín; considera si el can es importado o nacional, y en este caso lo descarta, pues suelen ser malillos. Luego observa si ha perdido peso desde la última carrera acá, su historial reciente, o sea la posición que alcanzó en las últimas cinco carreras y a cuántos cuerpos quedó del ganador; si lo han ascendido o descendido de categoría; la velocidad a la que completó la última carrera y la velocidad de los que van a ser sus adversarios en ésta; si en los últimos días ha competido mucho o poco, y por consiguiente si viene cansado o no; el número de cajón desde el que parte, pues los primeros quedan más cerca de la curva y los últimos tienen que colarse hacia el interior con un esfuerzo suplementario; si ha corrido en 425 metros y le han pasado a distancias más cortas es probable que gane pues está habituado a correr más; y, en fin, antes de la carrera, cuando los concursantes son exhibidos frente a la grada por unos empleados en chándal, hay que fijarse si viene alegre y confiado, y si tiene el pelo bien lustroso, señal de que está bien cuidado y bien alimentado.

Una vez realizados estos cálculos y cruzados los datos formaliza su apuesta: medio euro la mínima. En las carreras de ayer se pagaba al ganador 2,26 euros, 1,75, 3 euros, 1.000 euros en una apuesta triple (hay que adivinar los tres primeros, en el orden correcto) en la que el galgo al que a priori todos daban por vencedor tuvo una pájara, como ocurre a menudo, y se plantó a medio camino .

Aunque uno haya pasado sus buenos ratos sentado en esas gradas, bajo ese gran cielo, esperando la siguiente carrera, aún no se le ocurre cómo asaltar la recaudación en plan Sterling Hayden. Quizá sería más propio de este lugar un timo, un fraude. Como en cada carrera sólo cuentan de verdad tres perros y los demás están casi de comparsas o meritorios, y todo el mundo lo sabe y apuesta a aquellos tres, las ganancias son ínfimas; pero bastaría con tener un buen cuarto perro tapado, y sobornar al preparador del favorito para que lo sedase, y...

Interrumpe mis fantasías el chirrido de la liebre mecánica desplazándose a toda velocidad sobre el raíl, y detrás vuelan seis formas como una exhalación. Ha empezado otra carrera. Se decide en diez segundos. Carla, número 3, una negra de dos años que partía como favorita, ha ganado el interior de la curva. Ya no cede. Pirula, que era mi segunda apuesta, porque el otro día quedó segunda por delante de Hope y me parecía muy briosa, se deja adelantar por ésta en la recta del fondo. La carrera apenas dura unos segundos más. Ya han cruzado la meta. Ya perdí un euro. Ya terminó la carrera, pero Juliet, Stella y Pirula no se han enterado, y siguen dando vuelta a la pista, una vuelta, y otra... Se les ha hecho corta la derrota, a las muy tontas.

museosecreto@hotmail.com

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