Gracias, Haro
Había notado la ausencia de la columna de Eduardo Haro Tecglen, había oído de su enfermedad, ahora llega la noticia de su muerte. Ya no podré seguir disfrutando de sus opiniones. Para mí, que nací con Franco ya bien muerto, Eduardo es una de esas personas que me han ayudado a formarme políticamente a través de sus artículos y sus libros, que he complementado a menudo con los de su gran amigo Fernán-Gómez. Le admiro por sus convicciones, que casi siempre comparto, y porque me parece el mejor ejemplo de periodista total que no se casa con nadie. En su día, cuando leí Arde Madrid, pensé en mandarle una típica carta de lector agradecido, pero la pereza fue más fuerte y no lo hice. Sirva pues este pequeño texto como muestra de personal agradecimiento por su necesaria labor periodística y literaria.- Harri Lertxundi de Prado. Bilbao.
Este periódico tenía hasta hace dos días un rincón de deliciosa lectura, escondido entre la cotización de las divisas y la programación de la tele. Un lugar inverosímil que sólo cobraba sentido al leer su columna: en medio de todo el ruido de noticias, una vocecita de viejo sabio decía las tres claves necesarias para entender cualquier suceso. Daba gusto leerle y escuchar en la SER su diagnóstico clarividente, original y políticamente incorrecto, y aprender de su experiencia. Nos quedan sus libros y artículos. Gracias, Eduardo Haro.- Santiago Rico. Madrid.
Con profunda tristeza recibí la noticia de tu muerte. Me siento un poco huérfano con tu marcha.
Durante mucho tiempo, en mi despertar al mundo, bebí de tu fuente impresa en aquella ventana que supuso Triunfo sin ponerle rostro al Pozuelo que firmaba.
Más tarde, convertido en Eduardo Haro Tecglen, tus escritos siguieron teniendo, para mí, lo que siempre busqué en la columna de Pozuelo.
La franja derecha que ocupabas en las últimas páginas de este periódico me va a resultar difícil verlas sin tus opiniones, algunas veces las únicas que leía.- José Humara García. Oviedo.
Aquellos que tanto se preocupan ahora por el futuro de España, ¿qué pensarán de un país en el que a la muerte de un maestro no queda la idea de escuela vacante, sino la de frío orfanato? Perdón, no me había dado cuenta. Para ellos somos la antiespaña.- Manuel Suárez Rodríguez. Madrid.
Más cercano, cronológicamente, que otros españoles a Eduardo Haro Tecglen, entiendo (quizás mejor) por qué reaccionaba con esa valentía, claridad e independencia ante cualquier forma de opresión, tiranía, uniformidad borreguil, cultura degradante, injusticia, etcétera.
¡Que no olvidemos a este ochentón erudito, cáustico e inteligente que -desde, los lejanos ya, España de Tánger, Triunfo, Tiempo de Historia y las actuales ondas madrileñas- seguimos con unción y confianza a su "rojez" sincera!
Mis pésames a su familia y a los medios donde profesó su republicanismo humanista y su magisterio literario y político. Hasta siempre.- Enrique Soria Medina.
Adiós, Eduardo. Te he estado leyendo, primero cada semana (Triunfo) y después cada día (EL PAÍS), desde hace exactamente 40 años. He compartido o disentido de tus puntos de vista, pero me has ayudado a formar opinión. Como en un ritual, lo último que leía cada día antes de sentarme a la mesa de mi despacho era tu columna.
La página de Televisión / Radio de este periódico es, desde ayer, incluso estéticamente, mucho más triste. Seguro que, en contra de tu opinión, algun día nos volveremos a encontrar.- José María Rabanal Herrera. Barcelona.
Martes, compro EL PAÍS como todos los días desde hace más de un cuarto de siglo y, con ceporro automatismo, mis manos se dirigen a la penúltima página, la doblo, y él no está. Llevo 20 años empezando a leer el periódico por su columna, pilar reflexivo y cívico donde aprendo a sostenerme. Mi corazón de gruyère presenta una nueva ausencia. No está mi Juan de Maire-na. ¿Se ha callado el cantor? Cierro lo que para mí se ha convertido en un cuadernillo vacío.
Corro a casa y mis presagios se confirman. Mi rey del punto y coma está en coma, y punto. Disculpe, señor Haro, con gusto me corrijo. El excelentísimo señor presidente de la república del punto y coma se desplomó este lunes. Se desplomó en la calle, ¡qué curioso! Algún viento del pueblo quiere llevarlo al Olimpo donde habitan los ruiseñores que cantan por encima de los fusiles y en medio de las batallas. Ayer mismo, mientras aplaudía el coraje del toro iberoamericano, le daba un beso al pueblo de Cuba y un tirón de orejas al sátrapa tejano.
Mi alma se desplaza sutilmente al 36, usted tenía 12 años. Creo que se enamoró de la República con la misma pasión con que yo, a la misma edad, lo hice de Ingrid Bergman en Recuerda. Años después, con más entendimiento, me enamoré platónicamente de usted, don Eduardo. Ahora puedo decírselo. Nunca le conocí pero soy hijo de dos republicanos, buenos como usted, y le nombro mi padre espiritual. No he visto en mi vida gente más cívica, solidaria y trascendental que estos tres rojos ateos, ahora tan lejos, pero tan cerca.
Hoy es miércoles, usted ya está en el cielo de los justos charlando con Federico, Rafael, Miguel, Manuel y Antonio. Quizás también con mi Lorenzo y mi Lola. Yo cojo un cuaderno de mi niña Alba y lloro estas letrujas, umbrío por la pena, casi bruno...
Gracias por todo, don Eduardo Haro Tecglen.- Luis Aranzana, actor. Madrid.
La muerte del "maestro" Haro, dos años después de la de Vázquez Montalbán, nos deja, no sólo a los lectores de EL PAÍS, huérfanos de su insobornable, ética, honesta, visión de la vida y la historia contadas desde un estilo periodístico convertido en escuela. Era, como le gustaba reconocerse, uno de los últimos rojos, aunque "nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos". Por él, por ellos, levanto mi puño y lloro.- Francisco March. Barcelona.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.