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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Calamidades y política

El devastador terremoto que sacudió la Cachemira paquistaní hace una semana, y cuya cifra de víctimas puede rondar las 40.000, ha puesto de relieve una vez más cómo las grandes calamidades lo son más para los indefensos. El argumento sirve igual para las inundaciones que han transformado algunas zonas de la pequeña Guatemala en camposanto, donde quizá yazcan bajo el lodo para siempre dos o tres mil personas.

Seísmos iguales o mayores que el de Cachemira se registran con relativa frecuencia. Algunos de los más temibles de los últimos años han dejado en Japón o Corea del Sur una ínfima fracción de las víctimas de aquél. Las razones son conocidas: planeamiento territorial, construcciones preparadas, capacidad de respuesta en el socorro. Todo ello cuesta dinero, pero sobre todo exige cumplimiento de las leyes, transparencia, principios de organización colectiva, previsión. Premisas todas reñidas con la improvisación y la corrupción generalizada.

La reacción del Gobierno paquistaní en Cachemira deja mucho que desear. Una potencia nuclear, donde los generales que mandan gastan de manera estruendosa en armamento, es incapaz de acudir con presteza y eficacia en socorro de los suyos, desamparados en esta inhóspita zona de los Himalayas que India y Pakistán se disputan a sangre y fuego. Los cachemires han tenido la desgracia de añadir al embate de la naturaleza el de la política. Delhi e Islamabad, dos de los Gobiernos más enfrentados de la Tierra, han desaprovechado la ocasión de un desastre común para dejar de lado sus obsesivos irredentismos. Y ello pese a que el seísmo ha provocado en pocos minutos casi la mitad de muertos que sus luchas en Cachemira en 15 años.

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A veces, las catástrofes ayudan al entendimiento. En Indonesia, el maremoto sirvió para apaciguar el independentismo de Aceh. El gran seísmo sufrido por Turquía hace seis años limó alguna de las más deprimentes inquinas entre griegos y turcos. Pakistán e India ni siquiera se han puesto de acuerdo para abrir su línea divisoria en la región devastada y facilitar así la ayuda.

En Cachemira, el pensamiento único, el frío y el caos hacen, si cabe, más miserable la suerte de los vivos una semana después de la tragedia.

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