Me aburro en el trabajo
El 10% de los españoles lo ha reconocido abiertamente y otro 30% ha preferido optar por un diplomático "sólo a veces". Unas veces son las empresas y otras los empleados los que abonan el camino, pero en cualquier caso la mejor salida es diversificar los aspectos de la vida que nos hacen felices.
¿Quién se dedica a inventar los chistes interminables que circulan por Internet? ¿Y las cadenas de mensajes que saturan cada día el buzón del correo electrónico ? Evidentemente, alguien se aburre o todos nos aburrimos un poco, al menos unas horas cada día, en el trabajo. Buena parte de los ciberchistes salen de ordenadores de empresas en pleno horario laboral. La mayoría de las gestiones bancarias on line, las reservas de billetes de avión o las compras de las entradas de cine se hacen desde la oficina, y muchos lo hacen por ocupar las horas muertas en el trabajo. Al menos así lo reconoció a cara descubierta el 10% de los españoles en una encuesta sobre calidad de vida y empleo del Ministerio de Trabajo. Mientras, casi un 30% se cubría las espaldas y reconocía que su trabajo le resultaba aburrido sólo "a veces". El estudio detectó que los empleados no cualificados y los administrativos eran los que más se aburrían.
El tedio laboral aparece una mañana y desde ese día se convierte en un compañero inseparable. Además, la pereza es contagiosa y, de tanto escuchar las quejas del compañero de al lado, muchos terminan sintiendo algo parecido. Algunos expertos han bautizado esta sensación de hastío laboral como el síndrome de cortar y pegar. El prestigioso consultor Joep Schrijvers le ha puesto día y hora y lo ha llamado el síndrome del lunes por la mañana, que en los casos más críticos podríamos denominar también como el síndrome del domingo después de comer. En su libro Lunes por la mañana (LID Editorial Empresarial), Schrijvers describe el comienzo de todo como una obsesión por apurar los últimos cinco minutos después de que ha sonado el despertador, la segunda fase comienza con la nostalgia por la libertad de los fines de semana y las vacaciones. Le sigue una tercera fase que se caracteriza por agolpar imágenes desagradables del trabajo: el jefe arrogante, el compañero trepa. Y por último llega la fase realista: respirar hondo y asumir que hay que dar la cara, pero ya con el tiempo justo para ducharse y salir pitando. Con semejante despertar es difícil llegar ilusionado y motivado a la oficina.
¿Por qué la gente se quema? Los psicólogos describen el aburrimiento en el trabajo como un estado emocional de insatisfacción que no radica solamente en el tipo de actividad que se realiza, sino, sobre todo, en la satisfacción que produce realizar ese trabajo y en la percepción que tenemos de él. Del mismo modo que la ilusión nos hace sacar fuerzas y trabajar muchas horas sin cansarnos, el aburrimiento nos agota antes de empezar a trabajar. Hay tareas monótonas, repetitivas, mecánicas, cuya propia naturaleza podría explicar mejor la sensación de monotonía. Sin embargo, el aburrimiento nace muchas veces de la sensación de estar estancado, de perder el tiempo en algo que no nos interesa o en lo que no creemos, pero a lo que estamos atados para pagar las facturas.
Muchas veces son las propias empresas en su manera de organizar el trabajo las que abonan el camino del cansancio. La ruta del aburrimiento está perfectamente descrita: la gente se cansa cuando no tiene una experiencia real de progreso y la tarea a la que se dedica no acaba nunca, no tiene principio ni final definido. Pensemos, por ejemplo, en una cola interminable de clientes por atender, quizá recordemos las primeras caras y hasta algunos nombres, pero a partir de un momento pierden identidad y todo funciona como una línea de producción.
Hagas lo que hagas, siempre habrá un jefe insatisfecho. El descubrimiento de que por mucho que te esfuerces, introduzcas elementos creativos en tu trabajo o incrementes la producción no va a servir de nada es uno de los resortes más decepcionantes que se conocen. Hay muchos directivos que, a pesar de las loas a la motivación del empleado que abundan en los libros de técnicas de administración de empresas, siguen empeñados en que para sacar el máximo de un trabajador lo mejor es presionar y poner caras largas. Sin embargo, éste es uno de los caminos más cortos para conseguir una plantilla harta, aburrida, que trabajará a media máquina y aprovechará la mínima oportunidad para revisar las ofertas de empleo.
Las órdenes contradictorias, los problemas para hacer compatible el trabajo con la vida familiar u otro aspecto que el empleado considere prioritario para su vida, y la distancia que hay entre las expectativas que se tenían del trabajo y lo que el empleo puede ofrecer realmente abonan esa sensación de despersonalización y distancia que caracterizan el hastío laboral. Aunque es un fenómeno relativamente reciente, para mucha gente también cuenta estar en sintonía con los valores éticos de su empresa y compartir algunas ideas respecto a la función social que realiza. Cuando se produce un conflicto de valores, el empleado puede empezar a sentirse ajeno a todo lo que pasa a su alrededor. Del lado de los empleados, la negativa a asumir responsabilidades, a aprender cosas nuevas y a tomar iniciativas les pone en poco tiempo en la senda del aburrimiento.
Pero la realidad se impone, y muchas personas, a pesar de todas estas sensaciones y certezas, no pueden cambiar de empleo, o no se atreven, o no están pasando por su mejor momento, o están también aburridos de buscar trabajo y tienen que seguir así un día tras otro.
Aburrirse es más estresante que estar ocupado. Si además el aburrimiento se adereza con sentimientos de culpabilidad o sensación de fracaso laboral, la cosa puede ir a peor en su impacto psicológico sobre la persona. Por eso, los psicólogos insisten en diferenciar lo que llaman el aburrimiento reactivo, provocado por una situación monótona concreta que terminará con el fin de las circunstancias que lo provocan, del hastío vital sin motivo.
El aburrimiento en el trabajo no hay que vivirlo como un fracaso moral. En todo caso, hay que intentar cambiar lo que se pueda cambiar, y lo que no, llevarlo lo mejor posible. Como aquello de que si la vida te da limones, lo mejor es hacerte una buena limonada. Es perfectamente respetable que la gente quiera tener un sueldo y una seguridad, y las satisfacciones las deje para cuando salga del trabajo. De hecho, las nuevas tendencias en recursos humanos plantean a las empresas el reto de integrar en su plantilla a personas diferentes, unas más comprometidas y entregadas a tiempo completo a los objetivos de la empresa y otras menos implicadas, pero capaces de hacer bien su trabajo durante su jornada laboral. "Hay que respetar a quien no enfoca todas las metas de su vida en su trabajo siempre y cuando cumpla bien su tarea, eso no le hace peor trabajador que otros", opina Roberto Quiroga, profesor de la escuela de negocios Esade.
Diversificar las expectativas
Algunos expertos ya comienzan a hablar de "autoestima laboral", que no es más que aceptar nuestro trabajo y dejar de flagelarse constantemente con lo mal que está todo y lo aburrido que es. Para conseguirlo, lo más eficaz es escapar de la manía de otorgar a un solo aspecto de la vida toda la capacidad para hacernos felices o infelices. Además es arriesgado: al menor desajuste, todo se vendrá abajo. Es mucho más sano diversificar. No hay que olvidar que tener un trabajo interesante es un lujo que sólo disfrutan unos pocos afortunados. Los otros, más o menos aburridos, son legión. Si no, eche un vistazo a estos datos: una encuesta realizada por la International Survey Research revela que más de la mitad de los trabajadores italianos se declaran desmotivados en su puesto de trabajo; el 87% de los británicos reconoce que se aburre en el trabajo, y en España, según un estudio elaborado por la consultora Time Manager Internacional con entrevistas a 100.000 trabajadores europeos, ocho de cada 10 empleados no se implican en su trabajo y conectan el piloto automático desde que llegan a la oficina.
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