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Análisis:NUESTRA ÉPOCA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Canciller de hierro con pies de barro

Timothy Garton Ash

La buena noticia es Angie. La mala noticia es su Gobierno. Por desgracia, lo más probable es que lo malo eche a perder lo bueno. Aunque la señora canciller es de hierro, una coalición complicada e inestable hará que tenga los pies hundidos en el barro. Y como consecuencia, toda Europa cojeará.

Pero primero veamos lo bueno. Es estupendo que la República Federal de Alemania tenga una mujer canciller, que además procede de Alemania del Este, dos cosas que, hace 20 años, parecían impensables. Son dos pasos importantes hacia la modernidad normal en una Alemania en la que ya no existe la división entre el Este y el Oeste, ni entre hombres que mandan y mujeres que obedecen. El canciller saliente, Gerhard Schröder, decía siempre que quería que Alemania se convirtiera en un país más normal. Su marcha es su última y, tal vez, su mayor contribución a dicho fin.

Merkel creció en el mundo espartano del clero protestante germano oriental; en medio de la ética del trabajo, una gran seriedad y el hablar claro
Los jóvenes alemanes auténticamentente libres de hoy aprovechan las oportunidades que les ofrece la Europa integrada y el mundo globalizado
Como todos los años hay elecciones en algún Estado federal, no existe nunca un periodo de reposo en el que se puedan hacer reformas duras
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Además, Merkel, personalmente, está bastante bien. Es práctica, directa y está llena de sentido común. Está preocupada por la libertad. Parece comprender lo que necesita la economía alemana mucho mejor de lo que jamás lo hizo su gigantesco predecesor en la democracia cristiana, Helmut Kohl. Al mismo tiempo, no es ninguna Thatcher. Uno no se la imagina diciendo que la sociedad no existe. Habla ruso con soltura y no va a caer en la vergonzosa debilidad de la que daba muestras Schröder respecto al Gobierno semidictatorial de Vladímir Putin. Con un sólido historial proatlántico y un inglés pasable, está en buena posición para reparar la crispada relación de Alemania con EE UU.

Creció en un paisaje y un medio que conocí bien en su día, el mundo intenso y espartano del clero protestante germanooriental en los pueblos de ladrillo y adoquín de la región de Uckermark, al noreste de Berlín. Las señas de identidad de ese mundo eran su ética protestante del trabajo, su gran seriedad y la afición luterana a hablar claro. Desde luego, su biografía en Alemania del Este no fue la de una disidente. A diferencia de la mayoría de los hijos del clero protestante, se afilió a la organización juvenil comunista, que tenía el inapropiado y orwelliano nombre de Juventud Alemana Libre. Incluso llegó a ser una organizadora local de aquel horrendo movimiento, mientras realizaba sus estudios de posgrado en la academia de ciencias de Alemania del Este. Sin embargo, salió de todo aquello con muchos valores más propios de los antiguos disidentes de Europa central. En una UE que hoy combina el antiguo Occidente y el antiguo Este, es positivo que tengamos a una dirigente que reúne las dos cosas en su persona.

La pregunta es: ¿qué puede hacer? La Constitución alemana concede al canciller federal unos poderes considerables a la hora de fijar las grandes líneas políticas, y lo normal ha sido que los cancilleres, desde el primero de la posguerra, Konrad Adenauer, hasta Gerhard Schröder, hagan pleno uso de esos poderes. Es lo que se ha llamado una Kanzlerdemokratie, una democracia con canciller. Pero la Constitución -y el sistema político federal, a medida que ha evolucionado- también somete al canciller a unos controles más rigurosos que los que tiene cualquier primer ministro británico. Lo irónico es que el hecho de tener un sistema político dotado de controles y equilibrios, diseñado así para impedir la aparición de otro Hitler, ahora hace más difícil que se pongan en marcha las reformas necesarias.

La Cámara alta, o Bundesrat, formada por representantes de los Estados federales, tiene mucha más capacidad de limitar y hasta bloquear iniciativas de gobierno que la Cámara de los Lores. Dado que todos los años hay elecciones en varios Estados federales, en la práctica no hay nunca un periodo "de reposo", en el que un Gobierno puede llevar a cabo reformas impopulares pero necesarias sin miedo a sufrir un castigo inmediato en las urnas. Con la representación proporcional, el país siempre tiene Gobiernos de coalición, lo cual significa más compromisos. Sobre todo cuando se establece lo que se llama una gran coalición entre los dos principales partidos rivales, con más carteras para los socialdemócratas que para los democristianos. Imagínense una coalición entre republicanos y demócratas en EE UU, una alianza entre socialistas y PP en España, o un Gobierno de laboristas y conservadores en Gran Bretaña.

Consenso y cambios

Hace 15 años, cuando Alemania estaba en pleno proceso de unificación y Angela Merkel comenzaba su carrera política, un observador perspicaz escribió que la gran prueba que aguardaba a la república federal era saber si su tradición de "cambiar mediante el consenso" podía producir cambios suficientes. Al ver el resultado de estas elecciones, me temo que ya tenemos la respuesta: a más consenso, menos cambio. Y muchos comentaristas tienen la sensación de que es la respuesta con la que se siente más a gusto gran parte del electorado alemán, aunque nadie votara verdaderamente por ella. En las próximas semanas veremos qué pactos concretos alcanzan democristianos y socialdemócratas, a medida que intenten conciliar sus posiciones absolutamente opuestas en materia de impuestos, sanidad y reforma del mercado laboral. Podemos esperar sentados.

Otros más optimistas que yo sobre la capacidad de cambio de Alemania destacan lo que ya está sucediendo entre los jóvenes y en las empresas alemanas. Es verdad que es frecuente conocer a jóvenes alemanes admirables, muy preparados, capaces de explicar con todo detalle, en un inglés o un francés fluido, lo que necesita su país. Lo malo es que casi todos están en Oxford (que cuenta con muchos y magníficos estudiantes alemanes), Harvard, París o Tokio, más que en Heidelberg, Múnich o Berlín. Los jóvenes alemanes auténticamente libres de hoy aprovechan las oportunidades que les ofrecen una Europa integrada y un mundo globalizado, y votan marchándose. Muchos de los mejores y más brillantes parecen dispuestos a desarrollar su vida profesional, en gran parte, fuera de Alemania. Salvo que las cosas cambien en casa.

En cuanto a las empresas alemanas, las mayores compañías del país, desde luego, han experimentado grandes cambios en el último decenio. Se han internacionalizado sin reparos. Varias celebran las reuniones de sus consejos en inglés. Son más eficientes, más agresivas, más competitivas. Tienen unas balanzas de exportaciones que para sí quisieran casi todas las empresas británicas o estadounidenses. Ahora bien, todo eso lo han conseguido, en general, a base de reducir puestos de trabajo en Alemania y crear nuevos puestos en la República Checa, Polonia, India o China, un factor que no ha ayudado precisamente a los más de cinco millones de parados alemanes. En uno de los infinitos programas de debate de la televisión alemana (puede que a los alemanes no les guste el cambio, pero les encanta hablar de él) vi a un ex ministro del Gobierno de Helmut Kohl, Norbert Blüm, llevarse las manos a la cabeza, horrorizado, ante la idea de que la Bolsa estaba recompensando a las empresas alemanas por haber eliminado 10.000 empleos.

Ésa es la cuestión. El mercado, por sí solo, no lo va a hacer. Necesita que el Estado alemán ofrezca las condiciones para que las empresas alemanas creen puestos de trabajo en su país, y no en el extranjero. Eso significa modificar leyes laborales, impuestos, prestaciones sociales y otras cosas similares. Precisamente las cosas que una alianza con los demócratas liberales -partidarios del libre mercado- habría fomentado, y que la alianza con los socialdemócratas va a retrasar. Y en un momento en el que Alemania afronta una doble competencia feroz: en el ámbito regional, la de las economías del centro y el este de Europa, con sus bajos salarios y bajos impuestos, y en el ámbito mundial, la de Asia. Ahora, más que nunca, sospecho que cualquier cosa que haga Alemania será demasiado poco y llegará demasiado tarde.

En alemán hay una expresión muy curiosa que indica que algo se recibe con sentimientos encontrados: "Con un ojo riendo y otro llorando". La perspectiva de la canciller Angie la recibo con un ojo riendo. Pero la perspectiva del punto muerto que va a ser su Gobierno me hace llorar.

Traducción de M. L. Rodríguez Tapia

Angela Merkel se dirige al Parlamento alemán, el pasado junio. Tras ella, sonriente, el entonces canciller Gerhard Schröder.
Angela Merkel se dirige al Parlamento alemán, el pasado junio. Tras ella, sonriente, el entonces canciller Gerhard Schröder.AP

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