La fábula en el cruce de todos los caminos
FÁBULA RASA. UNA ANTOLOGÍA DE ENRIQUE TURPIN Varios autores Alfaguara. Madrid, 2005 350 páginas. 22 euros
FÁBULA RASA. UNA ANTOLOGÍA DE ENRIQUE TURPIN
Varios autores
Alfaguara. Madrid, 2005
350 páginas. 22 euros
La categoría de los nombres incluidos en esta antología garantiza su interés: Aldecoa, Anderson Imbert, Ayala, Borges, Bioy Casares, Cabrera Infante, Cela, Clarín, Cortázar, Rubén Darío, García Hortelano, Millás, Monterroso, Sánchez Ferlosio, Ramón J. Sender, Francisco Umbral y Juan Eduardo Zúñiga, entre otros. A los consagrados se suman nombres de generaciones recientes, como el argentino Berti o el peruano Iwasaki. La intención del libro es mostrar cuáles son los modos y las flexiones que adoptó la fábula en la literatura contemporánea en lengua castellana. Para ello, el antólogo -el crítico Enrique Turpin (Sabadell, 1970)- lo divide en cinco apartados: sobre mitos y metamorfosis; inspiradas en la Biblia; de tradición oriental; sobre animales, y en torno a "el alma de las cosas".
El prólogo de Turpin, que debiera aclarar el criterio de inclusión, prefiere no describir cuáles son los atributos de la fábula, aquello que -en la tradición y en sus transformaciones modernas- la distingue de los otros modos narrativos. Dice de ella que es una vertiente del cuento y sostiene, con pragmática actualidad, que "fábula deberá ser todo aquello que se lea como tal" (cosa que, visiblemente, podría afirmarse de todos los géneros literarios). El problema es que esa consigna no se explica ni desarrolla: ¿quién fija ese "todo aquello"? Es decir: ¿qué se deja fuera y por qué? Acaso se apunta a la intención alegórica como definitoria de la fábula. Pero, como demuestra el trabajo ya clásico del inglés Angus Fletcher (Alegoría, 1964; en castellano en Akal, 2002), la alegoría moderna no es un género en particular sino un mecanismo transversal a todos los géneros.
Las fronteras borrosas favorecen una selección de materiales heterogéneos. En el apartado de asunto bíblico, El evangelio según san Marcos -pieza central del imaginario borgeano acerca de la violencia cifrada en el símbolo y la siempre amenazante correlación entre letra y mundo- es vecino de las alegorías más o menos jocosas de Mario Benedetti. En el apartado dedicado a animales, un excelente cuento de Juan García Hortelano -versión irónica de la metamorfosis kafkiana- convive con la vuelta de tuerca que hace Cabrera Infante -autor al que la antología debe su título- de las más famosas fábulas esópicas. Por otra parte, hay textos ya muy conocidos, como varios de los "cronopios" de Cortázar, junto a otros raros, como una alegoría de Rubén Darío sobre el Quijote o una pieza publicada por Camilo José Cela en El País Semanal.
Pueden delinearse dos acti
tudes opuestas con que los escritores co
ntemporáneos en nuestra lengua han visitado la fábula: los que parodian su cariz didáctico o aquellos que, precisamente, quieren rescatar esa intención. La primera vertiente, mayoritaria, tiende a la humorada: por ejemplo, el argentino Marco Denevi hace exclamar a Romeo, junto al cadáver de Julieta: "Esto me pasa por enamorarme de adolescentes". La segunda trasluce un fenómeno curioso: quizás el último género donde se admite la gravedad moralizante sea -más allá de la "literatura comprometida", de la que en este libro también hay muestras- la columna periodística, cuando el comentario de la noticia se vuelve apólogo y denuncia. Ambas vertientes son mayoritariamente excéntricas respecto del núcleo de la obra de cada autor: ahí radica la peculiaridad de esta antología, su señal de cruce entre el canon y la rareza.
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