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CAMBIO EN ALEMANIA
Columna
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Buen fin de farsa

Angela Merkel va a ser la primera mujer en la historia que asume la cancillería de Alemania. Lo decidido ayer es lógico porque Angela Merkel ganó las elecciones y Gerhardt Schröder las perdió. Se acabaron los malentendidos y las farsas al respecto. Que hayan sido necesarias tres semanas largas para que todos entendieran y reconocieran lo obvio es, sin duda, un hecho preocupante pero más vale tarde que nunca. Fue sorprendente que en las elecciones del 18 de septiembre la ventaja de la democristiana sobre el socialdemócrata fuera tan sólo de cuatro escaños y no de 80. Pero más debió serlo para muchos demócratas alemanes la resistencia de Schröder a aceptar la derrota y sus intentos tramposos de hacer olvidar no ya los resultados, sino todo el pasado reciente con sus lloriqueos sobre su incapacidad de gobernar. Era demasiado incluso para tan probado carisma. Pero no dejó Schröder de intentar embaucar a Merkel, a la que con razón intuía conmocionada por sus expectativas frustradas y su magra victoria y debilitada en su partido. Pero Merkel no ha quebrado y Schröder ha salvado muy bien la cara al arañar ocho ministerios para el SPD.

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Angela Merkel será canciller de Alemania

Angela Merkel será durante cuatro años al menos la muy inverosímil titular del cargo que en su día se creó para el canciller Otto von Bismarck y que hoy es la jefatura del Gobierno de la primera potencia europea, la República Federal de Alemania. Ahí es nada. No tiene mucho sentido especular sobre los ministerios, ya que lo único decidido es que Edmund Stoiber será ministro de Economía y que Exteriores y Hacienda recaerán en socialdemócratas. En algunos sectores del SPD la resistencia a este acuerdo con la CDU es grande y se movilizará en las próximas semanas. Pero la falta de alternativas es tan obvia que resistir es resignar.

Sí se notarán pronto los nuevos tiempos de Berlín en una política internacional en la que se acabará esa improvisación tan propia de Schröder como también, sea quien sea el ministro de Exteriores del SPD, las alianzas antiamericanas con París, Madrid, Moscú o Pekín. Las claves son: recuperación del lazo especial con Washington, tranquilidad en Europa a la espera de que en Francia pase algo -por favor, sin Chirac-, reafirmación de los intereses nacionales en la línea ya esbozada por Schröder y Joschka Fischer, más sobriedad y menos tuteo con Vladímir Putin para mayor tranquilidad de Europa central y nada de flirteos tercermundistas. Si se cumple el pronóstico que ponen al actual ministro de Interior, Otto Schily, como titular de Exteriores, veríamos además un claro endurecimiento en materia de seguridad e inmigración.

La falta de alternativa razonable ha generado ya virtud en la negociación entre los dos grandes partidos nacionales. El SPD ha rechazado los cantos de sirena del izquierdismo populista de Oskar Lafontaine para marginar a la CDU. Los dos grandes partidos han decidido compartir la responsabilidad y el riesgo en una aventura política cuyo éxito es de vital importancia para la democracia alemana y el futuro de Europa. De repente los dos perdedores son, de hecho y por merecimiento propio, ganadores y ejemplo. La prioridad máxima de la gran coalición y su jefa ha de ser generar energía e ilusión en una sociedad abatida y temerosa. Lograr hacer creer a los alemanes en sus propias posibilidades sería su logro histórico. Merkel sólo ha cometido hasta ahora un grave error en su fulgurante carrera, que fue decirle una verdad tan cruda al electorado que parte de él huyó el 18 de septiembre. Si al cabo de la legislatura los alemanes no huyen de la verdad, Merkel habrá sido la gran canciller de hierro que necesitan y los dos grandes partidos habrán estado a la altura que su tradición democrática les demanda.

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