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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

El difícil reencuentro de Valencia y Alicante

Quizá haya sido a propósito de la fecha patriótica que hoy se celebra o por mera casualidad, lo bien cierto es que estos días ha vuelto a estar en candelero el viejo desencuentro del cap i casal con Alicante, o al revés, que tanto monta. La Universitat de València ha reeditado el texto clásico sobre el asunto, Alacant contra València, de Emili Rodríguez Bernabeu; el profesor Manuel Alcaraz alumbra Alicante especulación (Editorial Club Universitario) con reflexiones acerca del conflicto, y un tercer trabajo colectivo de cualificadas firmas docentes aborda la vertebración del País Valenciano en la euroregión mediterránea. Y no acaba ahí la cosa. En foros de una y otra ciudad se ha hablado y debatido en torno al tema, que es el mejor conjuro contra fantasmas y agravios.

En Castellón, el Club Jaume I sentó en su mesa a Juan Ramón Gil, director del diario Información, alicantino de nacimiento y en ejercicio, además de ser uno de los más calificados analistas políticos de la prensa valenciana. El colega no se remitió a los antecedentes históricos e identidatarios que explican el acervo cultural que compartimos, a pesar de todo, así como el divorcio, a menudo hostil, que separa ambas capitales, focos únicos del problema. El periodista, soslayando la fronda historicista, puso el énfasis en los hechos institucionales -déficit de presencia alicantina en el gobierno del país- y datos económicos actuales que, con razón o parte de ella, suscitan los enfados y alientan los supuestos despechos. El corolario, fue claro: juntos, mejor. La desagregación es un mal negocio en un régimen autonómico, y peor en uno federal, como el que se otea.

Casi al tiempo, el portavoz del Consell, Esteban González Pons, intervenía en el club de debate del mentado diario y según las noticias divulgadas se descolgaba con una insólita teoría para enmendar esta falla que separa a los valencianos del Turia de los que moran a la vera del Benacantil. Se trata -dice- de sustituir el concepto de vertebración autonómica por el de complicidad, un invento que merecería ser matizado, lo que no está a nuestro alcance. De todos modos y a bote pronto se nos ocurre preguntar de qué hemos de ser cómplices, y cómo podríamos serlo sin antes disolver la desconfianza y hostilidad que durante tantos años ha cultivado cierto sector de la derecha alicantina, así como el distanciamiento de su homóloga, la capitalina. No sabemos si detrás de la propuesta late la desmemoria o la frivolidad.

Como es sabido, los libros y las reflexiones públicas son el mejor abono para comprender este contencioso que, todo sea dicho, va perdiendo virulencia en la misma medida que los cantonalistas pierden argumentos y la Generalitat se asienta como una realidad insoslayable y útil. ¿Qué comarca, l'Alacantí incluida, podría o querría prescindir hoy del gobierno autonómico?

Sin embargo, queda mucho camino por recorrer hasta alcanzar un sentido comunitario, incluso un sentido común, todavía verde, como delató el frustrado intento de fusionar las grandes cajas de ahorro o, ahora mismo, la avaricia del Consell a la hora de descentralizar su gestión, repartiendo su poder administrativo.

Hemos aludido al abono de la solución, pero ésta sólo puede venir de la mano de los políticos, y en ese capítulo no hay mucho motivo para el optimismo. A pocos de ellos -nos referimos a los ejercientes- les hemos oído propuestas coherentes y no digamos ambiciosas para abordar el problema.

Ya nadie, o excepcionalmente, reivindica la comarcalización como alternativa a los límites provinciales; tampoco se acomete una política territorial ni, por más que se diga, se toma en serio la promoción del valenciano en aquellas plazas - Alicante mismo- donde más ha padecido. Todo se reduce a repartir, por compensación, parques míticos y mundos-ilusión.

Por fortuna, ya no queda rastro del Sureste, pero el País sigue teniendo una espina en el sur, y no nos la vamos a quitar con placebos, sino con políticas. Una de ellas podría ser aceptar la realidad tal como es y para siempre. Alguien, cínico o resignado, dijo que los invertebrados también viven. Pero son más débiles.

DEJAD EN PAZ LA HUERTA

El alcalde de Alboraia (Horta Nord) proyecta acicalar la línea marítima del municipio y para ello convertirá en solares 40 hectáreas de huerta primorosamente cultivada y en pleno rendimiento. Los labradores se resisten a ser despojados y cualquier ciudadano tiene derecho -y obligación- a poner el grito en el cielo ante semejante atropello a un paisaje irreversible. Es una operación innecesaria, que únicamente halaga la vanidad -y que sólo sea eso- del edil pepero. Como dijo más o menos Manolo Vicent en un memorable artículo a propósito de Mozart, quite usted sus sucias manos de esa tierra tan perfecta y señera. Enjabelgue, si quiere, las fachadas y ponga gallardetes en la playa.

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