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Columna
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Princesa, calle

Vicente Molina Foix

Un viaje prolongado ha hecho que sólo ahora haya podido ver, semanas después de su estreno, la película Princesas, de Fernando León de Aranoa. Escribo esta columna aún bajo los efectos de la fascinante emoción que me ha producido ésta que ya considero la obra maestra de su director y, para mí sin ningún género de dudas, lo mejor que en estos momentos puede verse en los cines de nuestro país. Desdeñada inexplicablemente por una parte de la crítica y los programadores de más de un festival internacional, he sabido al volver que Princesas tiene sin embargo un gran éxito de público, lo que constituye la segunda gran noticia consoladora después de la propia existencia del filme.

Había leído antes de poder verla que la película no entraba a fondo en el problema o asunto de la prostitución, y que sus prostitutas hablaban increíblemente. Recuerdo una frase luminosa de Pier Paolo Pasolini: "El cine y el teatro de autor no están hechos ni para divertir ni para educar". A pesar del importante número de casi 800.000 espectadores que ya han visto Princesas en las salas (algo menos de los que han pagado por ver en su primer fin de semana Torrente 3), la película de León es cine de autor, y nunca este término glorioso o sospechoso ha tenido tanta dignidad y grandeza.

Como es propio de las mejores obras de arte, Princesas no trata de educarnos, adoctrinarnos ni moralizarnos sobre el tema que refleja, aunque sí por cierto divierte, en fulgurantes escenas de comedia sutil y a la vez popular (las chicas de la calle chismorreando en la peluquería, los modismos, ingenuos y siniestros, de los hombres que pagan por hacer el amor). Sin un desmayo en el pulso narrativo, que hace que las dos horas de duración resulten trepidantes, sin un hueco en la construcción de su abierto sentido, con un reparto de actores sencillamente inmejorable (que en el caso de Candela Peña y Mariana Cordero, intérprete del personaje de la madre, alcanza la pura genialidad), Princesas es una bofetada -si esos individuos tuviesen rostro y no sólo cara dura- para la extrema derecha columnaria y radiofónica que proclama día tras día que el cine español es nulo, falso, ínfimo e incapaz de atraer cualitativamente a los públicos.

Respecto al habla de las chicas. La verdad es que yo no sé cómo hablan las putas, y a muchos de ustedes, lectores de ambos sexos, les pasará lo mismo. Pero da la casualidad de que Shakespeare tampoco sabía cómo hablaban Cleopatra y las brujas escocesas del siglo XI, los príncipes daneses o los criminales a sueldo de un emperador romano, y eso no le impidió escribir diálogos de una rara intensidad poética que vienen encandilando a los públicos de todo el universo desde finales del siglo XVI. ¿O es que las putas no pueden elucubrar, fantasear, soñar en voz alta con palabras distintas a las del argot callejero de Montera? El sentido del arte es hacer verosímil lo improbable, no reproducir trilladamente lo sabido.

Por cierto, al final de la película de Fernando León hay un cartel que dice: "Película rodada íntegramente en Madrid", y esto puede desconcertar a los adictos al color local. No vemos en Princesas a las putas pasear por la Castellana o los aledaños de María de Molina, donde hay siempre tantas, ni hacer compras -entre servicio y servicio- en Preciados. Madrid no se reconoce en la película, pero los descampados llenos de automovilistas ávidos y muchachas en oferta, las horrendas plazas de barrio o los sórdidos hoteles de paso forman el convincente telón de fondo de una ciudad como Madrid o cualquier otra gran capital del mundo. Tampoco las extraordinarias escenas de comida en la casa de clase media de Caye (Candela Peña) son costumbristas; León de Aranoa encuadra invariablemente a esta familia tan real o fantasmática como cualquier otra en primeros planos o planos medios, buscando, al igual que en las escenas de exteriores, la poesía lírica de la intimidad y no la épica urbana.

El final, uno de los más inspirados que yo recuerde, está a tono con el resto de la película. Del mismo modo que el director no nos ha explicado antes el por qué una chica de mediana cultura y acomodada familia se hace puta, tampoco sabremos qué futuro le da el reino de la realidad a estas princesas sin corona.

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