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Reportaje:

La transición estética

¿Quién podría reunir en una misma exposición obras de Dubuffet, Hopper, Motherwell, Dalí, Miró…? La Fundación Juan March celebra sus 50 años con los más grandes del arte contemporáneo. Un recuerdo de las antológicas que hicieron de esta institución el referente estético de los españoles en la transición.

Instalados como estamos hoy los españoles, con mayor o menor comodidad, en una sociedad democrática con un importante nivel de bienestar y razonablemente surtida de posibilidades de acceder a todo tipo de exposiciones de arte, a algunos les puede parecer que siempre fue así. Sin embargo, si miramos hacia atrás, hasta hace treinta o cuarenta años, comprobaremos que la situación en lo que se refiere a acceder al arte contemporáneo, especialmente las denominadas "vanguardias", era francamente insatisfactoria. Unos pasajes de la autobiografía (De puertas adentro. Memorias. 2004) de la pintora Amalia Avia, en los que recuerda un viaje que realizó en enero de 1963 a Nueva York, muestran con claridad que para conocer el arte contemporáneo había que salir de España: "La contemplación de Nueva York me produjo una de las impresiones estéticas más grandes de mi vida… Los cuadros de Pollock, Rothko, Motherwell o Wols que tanto habíamos admirado de lejos estaban a nuestro alcance y fueron nuestros compañeros durante varios días, no sólo en los museos sino en las casas de muchos coleccionistas a las que nos invitaron con frecuencia. No era raro comprobar, mientras te quitabas el abrigo, que detrás tenías un inmenso picasso, un braque, un giacometti o un dubuffet".

"En una época en la que el hombre corre el peligro de robotizarse, ahí está el arte para evitarlo"
La España de Franco no era un lugar seguro donde poder exhibir la obra de Picasso o Motherwell

Muchos de estos nombres, extraños en la década de 1960 en el horizonte artístico español, serían más tarde protagonistas de exposiciones organizadas por la Fundación Juan March, la institución privada que había sido establecida en 1955 por el millonario mallorquín Juan March Ordinas, y que estos días celebra su primer medio siglo de vida con una exposición con 60 obras (pinturas y fotografías, éstas de Julia Cameron, Henri Cartier-Bresson e Irving Penn) realizadas entre 1860 y 1996 por 57 artistas, con el denominador común de que todas ellas han formado parte en el pasado de alguna de las muestras organizadas por la fundación. Se trata de una exposición en la que se mezclan todo tipo de estilos: impresionismo, posimpresionismo, fauvismo, expresionismo alemán o abstracto, secesión vienesa, constructivismo, surrealismo, dadá, modernismo o realismo americano o pop art. Una ocasión tal vez única de acceder directamente a lo mejor del arte contemporáneo.

Durante sus dos primeras décadas de existencia, la Fundación March se dedicó sobre todo a desarrollar un programa de becas, ayudas y premios prácticamente en todos los ámbitos del conocimiento, incluyendo también la creación artística (pintura, escultura, música y literatura), aunque no faltaron otras de carácter "asistencial" o especiales, como la compra en 1960 a los descendientes de Alejandro Pidal y Mon del manuscrito del Poema de Mío Cid por 10 millones de pesetas (equivalentes a dos millones de euros de 2005), que inmediatamente fue donado al Estado español. Una de esas actividades extraordinarias en las que la Fundación March decidió (en 1962) participar fue la de contribuir con 400 millones de pesetas a la construcción de un Teatro Nacional de la Ópera en Madrid (el viejo llevaba cerrado desde 1926, por amenaza de ruina). El Estado aceptó la oferta, y se convocó un concurso internacional que ganó un arquitecto polaco, circunstancia que a la postre significó el fracaso de la iniciativa, ya que Franco consideró que era intolerable que un arquitecto de un país comunista fuese el encargado de una tarea tan señalada (unos años después, ya sin la participación de la Fundación March, se decidió reconvertir el Teatro Real en sala de conciertos; como tal se inauguró el 13 de octubre de 1966).Fracasado el proyecto, la Fundación se encontró con un dinero que había previsto para otros fines. Por entonces Juan March Delgado había visitado la Fundación Gulbenkian de Lisboa, quedando impresionado con el edificio (inaugurado en 1969) de que ésta disponía, lo que le condujo a pensar que tal vez se pudiese hacer algo similar en Madrid con la fundación que había creado su abuelo, que hasta entonces disponía de algún espacio para oficinas. En marzo de 1970 se convocó un concurso restringido, entre arquitectos españoles, de anteproyectos para la sede social de la Fundación Juan March en Madrid. José Luis Picardo ganó el concurso, construyendo un bello edificio de mármol en la calle de Castelló que fue terminado a finales de 1974.

"Para escribir novelas, una mujer debe tener dinero y un cuarto propio", escribió Virginia Woolf en su conocido libro Una habitación propia (1929); pues bien, de manera análoga, podría decirse que sólo cuando la Fundación Juan March dispuso de una "habitación propia", de una sede dotada de salas para albergar exposiciones de arte, pudo comenzar a dejar su marca en la historia de la cultura española.

El 24 de enero de 1975 comenzaron oficialmente las actividades culturales con una Exposición Antológica de Arte Español Contemporáneo: Arte '73. Entre los 41 artistas (12 de ellos habían sido becarios de la fundación) cuyas obras se expusieron en aquella exposición se encontraban pintores como Amalia Avia, José Caballero, Rafael Canogar, Luis Feito, Juana Francés, Juan Genovés, José Guerrero, José Guinovart, Manuel Hernández Mompó, Carmen Laffón, Antonio López García, Manuel Millares, Lucio Muñoz, Gerardo Rueda, Antonio Saura, Eusebio Sempere, Gustavo Torner y Fernando Zóbel; y los escultores Eduardo Chillida, Martín Chirino, Julio López Hernández, Miguel Ortiz Berrocal y Pablo Serrano.

Tras aquella primera exposición, se celebró una dedicada al pintor austriaco Oskar Kokoschka (1886-1980), una de las cumbres del expresionismo. Se trataba de la primera exposición que se celebraba en España de este pintor, que, casi nonagenario, se trasladó desde Suiza a Madrid para asistir a la inauguración, compuesta por cerca de doscientas obras, entre óleos, acuarelas y dibujos. Merece la pena recuperar las palabras que en aquella ocasión pronunció el viejo maestro: "En una época como la que vivimos, en la que el hombre corre el peligro de robotizarse, ahí está el arte para evitarlo y espiritualizar al hombre (…). A pesar de ser ya un viejo cadáver, sigo pintando. Hay que combatir la tendencia educativa puramente lógica y racional, en favor de una educación humanizada y basada en el amor, término que a veces creo que se desconoce. Ni trato con esto de hacer una defensa de mí mismo -yo ya estoy pasado- ni propugnar nada. No pertenezco a ningún partido ni tengo ideologías políticas. Soy simplemente humano. Me pertenezco a mí mismo, ya que lo más valioso que tengo es mi propia vida, a la que nunca traicionaré".

La exposición dedicada a Kokoschka marcó perfectamente algunas de las características de las futuras muestras que organizaría a partir de entonces la fundación. Prácticamente todas introdujeron al público madrileño -y al español en general- a artistas que hasta entonces no habían sido protagonistas en nuestro país de ninguna exposición monográfica. En muchos casos se trataba de casi desconocidos para el público: los casos, por poner algunos ejemplos, de Francis Bacon (1909-1992), del que la fundación organizó una exposición entre abril y mayo de 1978, o del escultor catalán Julio González (1876-1942), una figura clave en la escultura española contemporánea, quien tal vez por haber vivido en Francia desde 1936 apenas era conocido por el público español (enero de 1980).

No se deben olvidar tampoco los espléndidos catálogos que acompañaban a todas las exposiciones. El primero, el que acompañó a la exposición Arte'73, fue diseñado por Gustavo Torner (Cuenca, 1925). Los siguientes, hasta el de la exposición Arte abstracto español en la colección de la Fundación Juan March (1983), fueron diseñados por el malogrado Diego Lara (1946-1990), quien se había iniciado en el diseño editorial en la revista Poesía y con cubiertas de libros en la editorial Nostromo. Para sustituir a Lara se recurrió al pintor abstracto Jordi Teixidor, que inició su relación con la fundación en este apartado con el catálogo de la exposición Pierre Bonnard (1983), y que continúa todavía desempeñando tal función.

Sería, evidentemente, demasiado largo detenerse en el comentario de todas esas exposiciones. Únicamente mencionaré algunas, en lo que sin duda es una elección subjetiva. Comenzando por la dedicada a Jean Dubuffet (1901-1985) y siguiendo por la que tuvo lugar entre octubre y diciembre de 1976 con obras de Alberto Giacometti (1901-1966). En el catálogo de esta muestra se reproducía un artículo que Jean-Paul Sartre escribió sobre Giacometti (un clásico escribiendo sobre otro clásico). En él, el existencialista francés daba muestras de su maestría tanto en la percepción del alma humana y en los arcanos del arte, como para plasmar esa comprensión en palabras: "Una exposición de Giacometti es un pueblo. Esculpe unos hombres que se cruzan por una plaza sin verse; están solos sin remedio y, no obstante, están juntos: van a perderse para siempre, pero no podrían hacerlo si no se hubiesen buscado… Giacometti, irónico, desafiante, ceremonioso y tierno, ve en todas partes el vacío. No en todas partes, se podrá decir: hay objetos que se tocan… el vacío se hace presente aquí y allí: cada criatura oculta su propio vacío. Giacometti ha llegado a ser escultor porque tiene la obsesión del vacío. Acerca de una de sus estatuillas ha llegado a decir: 'Soy yo, andando rápidamente en una calle envuelto por la lluvia'… Giacometti no trabaja ni para sus contemporáneos ni para las generaciones futuras. Los muertos, por fin, reciben las esculturas que esperaban".

Después de la de Giacometti, en 1977, se organizaron otras magníficas exposiciones, como la de Arte USA, con obras de Calder, De Kooning, Lichtenstein, Pollock, Rothko y Warhol (cedidas por el marchante suizo Ernst Beyeler, que ayudó mucho a la fundación aquellos años), y luego otra con pinturas y grabados de Marc Chagall (1887-1985), artista al que se le dedicaría años más tarde (1999) otra muestra, Tradiciones judías. Y entre septiembre y noviembre de aquel mismo año tuvo lugar una exposición, inolvidable por muy diversos motivos, dedicada a Pablo Picasso.

Por motivos bien conocidos -su militancia antifranquista y su pertenencia al Partido Comunista-, tanto Pablo Ruiz Picasso, el genial pintor, luz de la pintura del siglo XX, como su obra fueron extraños en su patria en la larga era del régimen franquista. No totalmente extraños, habría que añadir para ser completamente rigurosos. Recordemos en este sentido, por ejemplo, que cuando en junio de 1959 Fernando Chueca Goitia inauguró, como nuevo director, las salas permanentes del Museo Nacional de Arte Contemporáneo, entre los más de doscientos cuadros y casi una cincuentena de esculturas figuraban tres pinturas de Picasso, una de ellas, Mujer en azul, recuperada en 1954 por Enrique Lafuente Ferrari, entonces director del Museo Nacional de Arte del siglo XX, al no haber sido recogida por su autor después de haberla presentado a una Exposición Nacional a comienzos del siglo y no haber obtenido ningún premio.

No obstante, la dimensión política del artista ni se olvidaba ni desaparecía. La España que gobernaba el general Franco no era un hogar seguro para la obra de Picasso, como se hizo evidente en 1971, con ocasión de una exposición que una pequeña galería madrileña fundada en 1967 por Elvira González, la Galería Theo, de la calle del General Castaños, organizó una exposición para mostrar 26 estampas de la famosa Suite Vollard de Picasso, con el propósito añadido de celebrar el noventa cumpleaños del artista malagueño. Estaba previsto que la exposición, que se inauguró el 14 de octubre, se clausurara el 12 de noviembre. No pudo, sin embargo, llegar a esa fecha, ya que el 5 de noviembre fue objeto de un atentado, como resultado del cual fueron destrozados 24 grabados por un denominado "comando de lucha antimarxista" formado por siete jóvenes. Dos grabados desaparecieron durante el asalto; uno fue devuelto por correo doblado en cuatro partes, sin sufrir más desperfectos.

El día 6, la policía detuvo a los asaltantes. Fueron ingresados (salvo uno, menor de edad) en la prisión de Carabanchel y procesados por el Juzgado de Orden Público como "supuestos autores de un delito de desórdenes públicos y otros daños" (algunos de ellos fueron acusados también del asalto que había sufrido la librería Antonio Machado). El 21 de noviembre salían en libertad provisional los dos últimos que todavía permanecían en Carabanchel, mediante el depósito de una fianza de 15.000 pesetas. Tras aquel vandálico acto, Elvira González denunció a la policía el asalto, poniendo, además, una demanda judicial. Sin embargo, no logró ninguna decisión a su favor en el juicio que se celebró. Más aún, el seguro no cubrió los daños, argumentando que se trataba de cuestiones políticas, por lo que la propia galería se hizo responsable de los pagos correspondientes.

Cuando la Fundación March organizó, entre septiembre y noviembre de 1977, una exposición de 31 obras de Picasso (la primera exposición realmente relevante de sus obras que tenía lugar en España) eran otros tiempos, efectivamente, pero aun así continuaban existiendo vestigios de un pasado que algunos se resistían a abandonar. Así, en el número del 17 de diciembre de 1977 de la revista Fuerza Nueva se publicó un artículo en el que se leía: "Dada la época libertaria que nos apesta, la Cultura en el orden de los pinceles parece que sólo gira en torno a un nombre: Picasso. Hasta la Fundación March ha incurrido en el tópico y el sectarismo, dedicándole una exposición y una serie de conferencias, dignas de mejor causa. Porque ya es suficiente con la monserga de radios, periódicos y televisión en torno al cuadro Guernica, que piden que vuelva adonde nunca estuvo, olvidando que su autor dejó dicho que sólo podría venir, no volver, a España cuando ésta fuera República. Aparte de la gracia que puede hacernos que venga un cuadro cuyo único valor es haberse convertido en bandera ideológica o rompecabezas ideológico". Por otra parte, más de un mensaje procedente de instancia oficiales se recibió en la dirección de la fundación desaconsejando la idea de semejante muestra. Sin embargo, la exposición tuvo lugar y durante los dos meses que estuvo abierta la visitaron 105.400 personas y se vendieron 7.300 catálogos.

En octubre-noviembre de 1978 le llegó el turno a una exposición dedicada a Wassily Kandinsky (1866-1944), una de las figuras capitales de la pintura abstracta. Se exhibieron 54 obras suyas agrupadas bajo el título: Kandinsky, 1923-1944. En la conferencia que pronunció al inaugurar la exposición, el crítico canario Eduardo Westerdahl, sabiamente señaló que "Kandinsky empezó haciendo un progresivo desenfoque de la realidad visible hasta la pérdida del objeto, estableciendo su negación total… Él, junto con Picasso, serían las figuras geniales de nuestro tiempo". El propio Kandinsky había explicado en términos no muy diferentes, en 1913, cómo nació su primera acuarela abstracta: "Llegaba a mi casa con la caja de pinturas después de realizar un estudio, y me encontraba todavía abstraído y ensimismado en el trabajo que acababa de terminar, cuando de repente vi un cuadro de belleza indescriptible, impregnado de un brillo interior. Al principio me quedé paralizado, pero enseguida me dirigí rápidamente hacia aquella misteriosa pintura, en la cual sólo distinguía formas y colores, y cuyo tema era incomprensible. Pronto descubrí la clave del enigma: era uno de mis lienzos puesto de lado y apoyado sobre la pared. Al día siguiente traté de revivir, a la luz matinal, la impresión que experimentara la víspera frente al cuadro. Pero sólo lo logré a medias; aun estando de costado, no dejé de reconocer los objetos, y faltaba el bello fulgor del crepúsculo. Ahora ya estaba seguro de que el objeto perjudicaba a mis pinturas".

En 1980, la fundación acogió exposiciones dedicadas a Robert Motherwell (1915-1991) y Henri Matisse (1869-1954). La de Motherwell poseía algunos rasgos que la hicieron cuando menos emocionante. Y es que aquella muestra fue más allá del arte, penetrando en los alambicados universos de las emociones, en los detalles que representan hechos o historias de especial significación, hechos o historias que, por una razón u otra, nos conmueven. Todo eso se dio en la exposición (abril-mayo) de 23 obras realizadas entre 1941 y 1979 -óleos, collages y acrílicos sobre tela y tabla, además de la edición de 21 aguatintas para poemas de Rafael Alberti- de Robert Motherwell, una de las figuras clave del expresionismo abstracto norteamericano y aglutinador de la denominada Escuela de Nueva York, que tanta importancia tuvo en el arte occidental durante las décadas de 1950 y 1960. Más concretamente, el aspecto emocionante de aquella muestra tenía que ver con la importancia que para Motherwell tuvo España, un país en el que sus obras -que incluyen óleos como Elegía a la República española, que se vuelve a exhibir en la exposición actual- estuvieron vetadas hasta la muerte del general Franco.

Andrés Amorós, entonces director de actividades culturales de la fundación, y Gustavo Torner viajaron a Nueva York para entrevistarse con Motherwell y convencerle de que permitiese y les ayudase con la exposición. Y lo lograron. En los archivos de la fundación se conserva una carta del artista norteamericano a Amorós fechada el 1 de junio de 1979, que contiene pasajes como los siguientes: "Comprendo muy bien que desee exponer solamente obras de la mayor calidad posible, algo que es también mi deseo. Después de todo, yo considero a Joan Miró como el pintor vivo más grande, y Antonio Tàpies es mi pintor europeo posterior a la Segunda Guerra Mundial favorito: no desearía darle a usted una exposición que estos dos grandes artistas no pudiesen admirar".

En 1982 se expusieron óleos, acuarelas y dibujos de Piet Mondrian (1872-1944), y el año siguiente, 92 obras del pintor neoyorquino Roy Lichtenstein (1970-1980), uno de los creadores del pop-art, entre ellas esa conmovedora Muchacha con lágrima, que hoy podemos volver a contemplar. Aquel mismo año le llegó el turno a Fernand Léger (1881-1955), considerado, junto a Matisse, Picasso y Mondrian, una de las figuras fundadoras del arte contemporáneo. No deberíamos olvidar tampoco la muestra dedicada en 1986 a Marx Ernst (1891-1976), del que Werner Spies escribía en el catálogo: "El sarcasmo, el humor grotesco, la crítica y, al lado de ello, la visionaria penetración a través del mundo de las apariencias, distinguen a sus pinturas, dibujos, collages, frottages y esculturas".

El año de 1987 contempló una exposición colectiva excepcional: Obras maestras del museo de Wuppertal: de Marées a Picasso. Bonnard, Cézanne, Chirico, Dalí, Degas, Dix, Gauguin, Kandinsky, Kokoschka, Léger, Manet, Monet, Munch, Nolde, Picasso y Toulouse-Lautrec figuraban entre los artistas de aquella gloriosa exposición. Gran éxito alcanzó también, a finales de aquel año, la exposición dedicada a Mark Rothko (1903-1970), el mismo que nos dejó estas palabras que ayudan a comprender algo del arte del siglo XX: "Las verdades de India, Egipto y Grecia perduraron siglos. En cuestión de arte nuestra sociedad ha sustituido el gusto por la verdad, lo encuentra más divertido y le exige menos responsabilidad, y cambia de gusto como cambia de zapatos. Y aquí el artista, en la encrucijada entre la elección y la diversidad, se lamenta a gritos".

En 1989, el pintor surrealista belga René Magritte (1898-1967) protagonizó otra exposición, tras la que llegó (octubre de 1989-enero de 1990) la dedicada a Edward Hopper (1882-1967), el pintor que "tan maravillosamente plasmó la vida alienada del siglo veinte", como se señalaba en el catálogo de la exposición, aunque tal vez sería mejor decir: el pintor que nos mostró con trazos rotundos y colores firmes la soledad humana. Sus cuadros, Habitación de hotel (1931) o Gente tomando el sol (1960), son dos magníficos ejemplos en este sentido.

Y muchos más: entre octubre de 1990 y enero de 1991, Andy Warhol (1928-1987), con una exposición (Coches); en 1991, Monet en Giverny; en 1992, 76 obras del artista inglés, radicado en Californa, David Hockney (1937); en 1993, Arte expresionista alemán, con obras del Museo Brücke de Berlín (el grupo Brücke fue fundado en Dresde en 1905 por los artistas Fritz Bleyl, Ernst Ludwig Kirchner, Erich Heckel y Kart Schmidt-Rottluff, logrando un estilo propio, el expresionismo; el grupo se disolvió oficialmente el 27 de mayo de 1913).

Aunque sólo fuese por una de las exposiciones que se celebraron aquel año, merecería la pena recordar 1995, cuando la Fundación March honró a ese trío mágico sin cuya obra viajar hoy a Viena, con sus dos espléndidos museos, el Belvedere y el Leopold (sin olvidar el edificio de la "Secesión", que alberga el fresco que Klimt dedicó a Beethoven, y en cuya fachada se puede leer esa maravillosa frase: "Der Zeit ihre Kunst, der Kunst ihre Freiheit", "A cada tiempo su arte, al arte su libertad"), sería mucho menos interesante. Klimt, Kokoschka, Schiele. Un sueño vienés (1898-1918) se tituló aquella muestra, que incluía Adán y Eva, de Klimt, que vuelve ahora a Madrid. A finales de 1996 llegó el siempre bienvenido Toulouse-Lautrec. De Albi y de otras colecciones, que admiraron 240.758 personas (a la de los artistas vieneses fueron 135.800); en 1997, Emil Nolde (1867-1956), Naturaleza y religión, en la que se mostraron 39 óleos y 23 acuarelas de este pintor alemán; en 1998, Paul Delvaux (1897-1994), el surrealista artista belga (aunque él se calificaba a sí mismo como un "naturalista", un pintor de la realidad); en 2002, Georgia O'Keeffe (1887-1986), con sus deslumbrantes, henchidas de color y de alegría, Naturalezas íntimas, y Turner y el mar. Acuarelas de la Tate; y en 2005, Antonio Saura (1930-1998), con Damas. Hasta esta última exposición, el total de visitantes a las exposiciones organizadas fue de 3.938.196 personas.

Salvo Picasso, Juan Gris, Salvador Dalí, Julio González y Joan Miró, los artistas cuyas obras se exponen en la muestra retrospectiva que ha organizado la Fundación March para celebrar su medio siglo de existencia son extranjeros. Esto no quiere decir, sin embargo, que la institución de la calle de Castelló no se haya ocupado del arte hispano. Todo lo contrario, puesto que ya la primera exposición estuvo dedicada a artistas españoles. Tras ella se celebraron seis más dedicadas a obras de becarios (la última tuvo lugar en 1983).

Antes de que éstas terminasen, la fundación organizó exposiciones de artistas españoles (normalmente, con fondos propios) como: Goya, grabados (Caprichos, Desastres, Disparates y Tauromaquia) (1979) y Pintura abstracta española, 60-70 (1982). A partir de entonces, y pronto con dos museos propios más: el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, creado en una de las maravillosas Casas Colgadas por Fernando Zóbel en 1966 y que éste cedió a la Fundación March en 1980, y el Museu d'Art Espanyol Contemporani de Palma de Mallorca, llegaron otras muestras. El Paso después de El Paso, el grupo creado en 1957 del que formaban parte Canogar, Chirino, Feito, Francés, Millares, Rivera, Saura, Serrano, Suárez y Viola, protagonizó una de las muestras en las salas de Castelló, y no hay que olvidar las exhibiciones de Zóbel (1994 y 1999), Millares (1996), Guerrero (1998), Barceló (1999), Lucio Muñoz (2000 y 2003), Sempere (2000), Saura (2002 y 2005), Mompó (2002), Rivera (2002), Chillida (2003), Rueda (2003), Esteban Vicente (2003) y Gordillo (2004), que con frecuencia tenían lugar en Cuenca, que de esta manera puede aspirar con argumentos al título de capital del arte abstracto español contemporáneo.

Si es verdad que se cumple la máxima secesionista vienesa, "A cada tiempo su arte, al arte su libertad", la Fundación Juan March ha contribuido a que España sea un país más libre.

'Celebración del Arte. Medio siglo de la Fundación Juan March' se inaugura el día 7 en la sede de la fundación, Castelló, 77. Madrid. El libro '50 años de la cultura en España: la Fundación Juan March, 1955-2005', de José Manuel Sánchez Ron, lo publica la editorial Crítica.

'Gente tomando el sol' (1960) fue una de las obras de este pintor norteamericano que se exhibieron en la Fundación March en octubre de 1989.
'Gente tomando el sol' (1960) fue una de las obras de este pintor norteamericano que se exhibieron en la Fundación March en octubre de 1989.© FOTOGRAFÍA FUNDACIÓN MARCH

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