Ellas
La pasada semana participé como invitado, junto a la periodista Pilar del Río, en unas jornadas sobre mujeres en la II República. Los actos, celebrados en Sevilla y organizados por el Centro de Estudios Andaluces, sirvieron, entre otras cosas, para reivindicar una vez más el papel desempeñado por esas grandes silenciadas de la Historia que sentaron las bases de una sociedad más justa. Se trata de mujeres que hicieron época, edificaron un siglo y propiciaron el presente que tenemos. Hablo de mujeres que tras su impagable labor sufrieron el olvido y el desprecio. Muchas serían devoradas por el cambio legal y religioso del franquismo y padecieron un terrible exilio interior. Otras se buscaron la vida más allá de nuestras fronteras, en el puro destierro. Ésa fue la única patria de la actriz María Casares: el exilio. También María Teresa León peregrinó por el mundo reclamando una patria. Zenobia Camprubí, María de Maeztu, Margarita Nelken y Margarita Xirgu murieron lejos de España, exiliadas y condenadas a la ignominia. Victoria Kent y Federica Montseny no regresaron nunca del todo. Muchas de ellas fueron además ensombrecidas por el hombre que tenían a su lado. Mª Teresa León sería hoy mucho más valorada como escritora si no hubiera sido, sobre todo, la compañera de Rafael Alberti. María Goyri también, de no haber tenido como esposo a Menéndez Pidal. El caso de Zenobia Camprubí quizá sea el más sangrante de todos: prefirió ser la mano, la lengua, la enfermera, la mecanógrafa y el chófer de su hiperestésico marido, el gran poeta y gran neurótico Juan Ramón Jiménez, antes que dar a conocer la extensión de su talento. A Dolores Ibarruri, La Pasionaria, se le admitió como líder de la izquierda, no por sus valores intrínsecos, sino por su papel de mito y de leyenda viva. A Victoria Kent se le cesó en plena República de su cargo de directora de Prisiones por ser demasiado humanitaria con la población reclusa.
Concha Méndez, Maruja Mallo, Mª Luz Morales, Clara Campoamor, Enriqueta Otero... Eran muchas y ya va siendo hora de hacerles un sitio en la memoria. Ha llegado el momento de pedirle cuentas a la Historia.
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