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Irak, Katrina, Irak

Joseph S. Nye

Hace cuatro años, el presidente George W. Bush se encontraba en un terreno político delicado. Había ganado las controvertidas elecciones de 2000 por los pelos, y los sondeos demostraban que el pueblo estadounidense seguía dudando de él. Tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, Bush encontró su voz y el pueblo estadounidense cerró filas en torno a su presidencia. Gracias a Osama Bin Laden, la popularidad de Bush creció, y aunque ésta había disminuido en las elecciones de 2004, su "guerra contra el terrorismo" le ayudó a conseguir un segundo mandato. En septiembre de 2005, otra crisis, el huracán Katrina, probablemente haya acabado con la vida de tantos estadounidenses como los atentados terroristas de 2001, pero ha tenido el efecto opuesto en los resultados de Bush en las encuestas, que han caído a unos mínimos sin precedentes. ¿A qué se debe esa sorprendente diferencia?

Para empezar, los atentados del 11-S fueron perpetrados por un enemigo humano y, a pesar de los inadecuados preparativos del país para tales acontecimientos, la ira de los estadounidenses se proyectó hacia el exterior. El Katrina, por otro lado, ha sido un terrible acto de la naturaleza que, sin embargo, fue pronosticado por el servicio climatológico nacional con una impresionante exactitud. La deficiente preparación y la lenta respuesta de la Administración de Bush han hecho que la ira se proyecte hacia el presidente. Sin duda, parte de la culpa por la mala previsión la tienen los funcionarios estatales y locales. Pero un porcentaje significativo de la responsabilidad recae en el Gobierno de Bush. En la campaña electoral de 2000, Bush alabó al Organismo Federal para la Gestión de Emergencias [FEMA, en sus siglas inglesas] de Bill Clinton por su eficacia. Como presidente, lo trató como una fuente de influencia, y sustituyó a sus altos funcionarios por compinches políticos que tenían poca experiencia en la gestión de emergencias. Para empeorar las cosas, el Gobierno embutió al FEMA en su nueva y enorme burocracia, el Departamento de Seguridad Nacional. Durante la campaña electoral de 2004, Bush aseguró que el nuevo departamento había aportado mayor seguridad a los estadounidenses. Pero los titubeos y la débil respuesta al Katrina lo han puesto en duda. Si fue difícil evacuar y proveer a una pequeña ciudad como Nueva Orleans, ¿qué habría ocurrido en Nueva York o Los Ángeles?

El Katrina también ha planteado interrogantes sobre otros puntos del programa presidencial. Una de sus grandes prioridades había sido el plan republicano para completar la revocación de los impuestos estatales para los estadounidenses más ricos. Pero, a medida que se acumulan los costes de la respuesta al Katrina, que se suman al déficit federal, parece difícil actuar según lo previsto. Además, el aumento del precio de la gasolina ha llamado la atención sobre las deficiencias de la política energética de la Administración de Bush, que incluye una legislación recientemente aprobada que contiene requisitos inadecuados para el ahorro energético. Mientras tanto, la prensa ha informado sobre las especulaciones respecto a la relación entre el calentamiento de las aguas de los océanos y la frecuencia de los grandes huracanes, subrayando así la baja prioridad que el Gobierno ha dado a los problemas medioambientales en general y al cambio climático global en particular.

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Pero Bush sobrevivirá al Katrina. Las inundaciones remitirán en Nueva Orleans y dará comienzo la reconstrucción. Las escenas de saqueadores aprovechándose del caos en los días posteriores a la tormenta ya han sido sustituidas por historias de contribuciones caritativas de otras zonas del país, de niños que han sido admitidos en colegios fuera de la ciudad, y de familias que reciben ayuda de desconocidos. En el aniversario de los atentados del 11-S, una unidad del Departamento de Policía de Nueva York estaba ayudando en Nueva Orleans, y la ciudad devolvió un camión de bomberos que Nueva Orleans había donado anteriormente como símbolo de solidaridad. Por ello es probable que el Katrina sea una nota al pie en la historia de la presidencia de Bush. La verdadera cuestión sobre el papel de Bush en la historia sigue siendo Irak.

El efecto a corto plazo del Katrina fue el de apartar las historias sobre Irak de las pantallas de televisión y de las portadas de los periódicos. Pero las noticias de Irak antes de la tormenta eran malas y no han mejorado. La mayoría chií y sus aliados kurdos rechazaron el ruego de Bush a los políticos iraquíes de que modificaran el nuevo borrador de la Constitución para atraer a los descontentos árabes suníes. Teniendo en cuenta que la insurgencia se concentra entre los suníes, es probable que este rechazo dificulte más la instauración de la seguridad necesaria para que funcione un Gobierno democrático. Los suníes suponen una minoría en Irak, así que los insurrectos tienen pocas posibilidades de "hacerse" con el control del país del modo en que Vietnam del Norte logró dominar Vietnam del Sur. Pero eso sirve de poco consuelo, porque, aun así, pueden desbaratar el progreso hacia un Gobierno constitucional estable. En el peor de los casos, pueden ser capaces de fomentar una guerra civil.

A pesar de las afirmaciones de las extremas izquierda y derecha de todo el mundo, Estados Unidos no es una nación imperialista. La opinión pública del país apoyará el uso de la fuerza si el pueblo se siente amenazado o si cree que la causa es justa, pero los estadounidenses tienen poco interés en gobernar a otras naciones. Las apelaciones de los neoconservadores al ejemplo del Imperio Británico son un tanto forzadas. La idea de que los soldados estadounidenses se queden indefinidamente en Irak -o incluso "sólo mientras sea necesario y ni un sólo día más", según el estereotipado lenguaje de Donald Rumsfeld- es inverosímil. Eso significa que Bush tiene relativamente poco tiempo para alcanzar sus metas en Irak. Si es capaz de aportar una Constitución estable, un compromiso político entre las partes enfrentadas y unas elecciones con éxito, quizá pueda proclamar su victoria. Pero ahora mismo, el panorama es turbio. Incluso antes de que hayan remitido las inundaciones del Katrina, Bush deberá centrarse en el galimatías de Irak, porque mucho después de que se haya olvidado el Katrina, la historia juzgará su presidencia por cómo lo resuelva.

Joseph S. Nye es catedrático de la Universidad de Harvard. Su libro más reciente es The Power Game: A Washington Novel. Traducción de News Clips. © Project Syndicate, 2005.

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