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Reportaje:

Ayala, medio año para el siglo

El escritor y académico aborda su centenario con buen humor y con el premio de los editores

Juan Cruz

Buen humor en casa de Francisco Ayala, medio año antes de su centenario. Su mujer, la hispanista Carolyn Richmond, prepara bebidas para agasajar a sus visitantes, entre los que está el recién nombrado comisario de los actos con los que el Ministerio de Cultura y la Junta de Andalucía conmemorarán los cien años del escritor granadino.

El comisario, el poeta Luis García Montero, es también granadino. Ayala nació el 16 de marzo de 1906, en la calle San Miguel Baja, que luego fue Afán de Ribera, y García Montero nació el 4 de diciembre de hace 46 años. El poeta leyó mucho al novelista, pero se conocieron personalmente hace relativamente poco. El viernes, cuando los vimos juntos, estaban felices de coincidir como paisanos en el proyecto de hacer del centenario de Ayala un acontecimiento nacional.

"Otros pueden decir que han sido héroes, pero yo no soy un héroe ni nunca quise serlo"
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Retrato con paisano

Hablaron de muchas cosas, mientras estuvimos con ellos. En serio, en broma, como dos amigos antiguos que comparten anécdotas del pasado. Una que les hace mucha gracia a los dos: el día en que Ayala estaba en la Revista de Occidente de don José Ortega y Gasset y tanto él como Manuel García Morente percibieron un penetrante olor a perfume. "Tenemos dama", comentó Ayala, y su compañero le precisó: "No, es que ha llegado Xavier Zubiri". El filósofo, que entonces aún era sacerdote, acudía muy perfumado a la revista.

Hablamos también de los atuendos. Ayala estaba en mangas de camisa, una camisa como las que prefiere su compañero de generación, el ahora también centenario Pepín Bello, y por alguna razón se terminó hablando de las barbas. "Yo nunca tuve barba; miento: una vez, durante un viaje que me llevó a París. Me puse malo y me dejé la barba. Lo que sí tuve siempre, desde que me nació, fue bigote". ¿Y cuándo fue eso, Ayala, cuándo se dejó barba? "No sé, a mí me gusta que esté confusa la cronología. Carolyn se empeña en que las cronologías sean precisas, pero a mí me gusta la confusión". El matrimonio bromea, y Carolyn apostilla: "¡Cuidado o no tendrás whisky!".

Ayala ha estado estos días escribiendo el discurso con el que recibirá el jueves próximo el premio Antonio de Sancha de los editores de Madrid, un acto con el que en cierto modo se abre la conmemoración del centenario. Francisco Ayala es habitualmente escéptico ante los elogios y ante los premios, pero cuando los recibe los acepta con "gratitud y con simpatía"; y éste especialmente le hace mucha ilusión; le permite volver a recordar su larga relación con los libros, y con los editores. Promete ser "detallado" y servirá, seguro, para hacer una historia personal del Ayala de los libros.

A él le sucede algo con los libros: los lee y se le quedan como si penetraran en su vida, "como experiencias vitales"; no los lee ni como un erudito ni como un crítico. "La gente lee y se acuerda. Yo absorbo casi biológicamente lo que leo. Así que cuando releo todos los libros me parecen distintos a la primera vez que los leí".

Leyó desde tan niño el Quijote, como cuenta en su reciente recopilación de textos sobre la obra de Cervantes, que aún no sabía el significado de las palabrotas, así que las soltaba en casa ante el asombro de su madre. "¡Pero qué dices!", le amonestaba, y él señalaba el Quijote: "Lo he leído en este libro". "Yo no sabía aún lo que significaban los improperios". Ayala ha escrito libros de todas clases, desde escolásticos a burlescos; pero no sería capaz de recomendar ninguno, ni a jóvenes ni a adultos. Le horroriza la imagen del escritor que recomienda sus libros, "me parece desvergonzado decirle a alguien 'lea esto". Pero sin que él mismo lo recomiende, ahora van a editar en Andalucía un libro suyo que es simbólico del sentido que tiene su pensamiento. Su Historia de la libertad, que publicó en 1945, en la época de los totalitarismos, y que ahora estará al alcance de jóvenes y niños de toda Andalucía y acaso de toda España.

Ese libro es "un texto sencillo, claro, hecho para los jóvenes de entonces, en el que yo decía que la libertad no es algo que existe plenamente, sino que está condicionada por las circunstancias". La ética, decía Ayala, y repite ahora, "sirve para salvar la libertad posible".

García Montero destaca ese texto como algo que Ayala ha subrayado con su vida. Al poeta le impresionó mucho lo que Ayala cuenta en sus memorias, Recuerdos y olvidos. Cuando estalló la guerra, el escritor estaba en Buenos Aires, dando conferencias, con su familia, y decidió volver, ponerse al servicio de la República. A la altura de Vigo se supo que había un fascista en el barco que alardeaba de su decisión de fusilar a los desafectos. Ayala se encerró con los suyos en su camarote, y esto es lo que cuenta en sus recuerdos: "No sé lo que, llegado el momento, hubiera hecho, pero sé muy bien lo que me proponía hacer. Tenía un arma (...) y no estaba dispuesto a que nos cogieran vivos".

Desde la perspectiva de hoy, ese regreso a una España dividida, peligrosa y terrible lo ve como "lo que tenía que hacer, me atenía a mi deber". "Las circunstancias hicieron", dice ahora, "que quienes buscaban en el barco no se fijaran en mí. Y no pasó nada".

El conjunto de su vida, ahora que va a hacer los cien, le encuentra satisfecho, "creo que he hecho lo que había que hacer. Otros pueden decir que han sido héroes, pero yo no soy un héroe ni nunca quise serlo".

El centenario le encuentra ahora "feliz y descansado" de que tanto García Montero como su esposa, Carolyn Richmond, se ocupen de los detalles de estas celebraciones que ahora se inician. Él se alegra de que ocurran, los toma como una consideración de los demás hacia él y adelanta que "no merezco nada, no me considero acreedor a nada. Nada se me debe, así que todo lo que viene lo agradezco".

Le pedimos que nos hable de tres de sus ciudades. Granada, la juventud. "Ha dejado una huella indeleble". Buenos Aires, el exilio. "La amistad y la vanguardia". ¿Madrid? "Toda una vida. Había soñado la ciudad. En ella conocí la vanguardia. Y luego vino la horrible guerra atroz, soldaditos preparándose para disparar en las esquinas. Y de nuevo Madrid, tras el exilio. Ahora, francamente, está intransitable. ¡No se puede andar! ¡Y menos cuando se tienen unas piernas de cien años!".

Francisco Ayala, derecha, y Luis García Montero, en el domicilio madrileño del académico.
Francisco Ayala, derecha, y Luis García Montero, en el domicilio madrileño del académico.GORKA LEJARCEGI
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