_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

1980

Confieso una manía personal: me fastidia el ruido sobre la deuda histórica del Estado con Andalucía. Me fastidia la inexactitud. Si alguien preguntara por aquí si la deuda histórica figura en el Estatuto autonómico, creo que recibiría básicamente dos tipos de respuesta: unos dirían no tener ni idea ni interés sobre el asunto, y otros dirían que sí, que la deuda histórica está en el Estatuto. El caso es que no está, aunque todos los partidos hablen de una deuda histórica reconocida en el Estatuto, y sea comprensible que algunos ciudadanos lleguen a creer en una deuda histórica estatutaria. Los dirigentes políticos andaluces no ejercen una labor de orientación, sino de confusión.

Hay en el Estatuto una disposición adicional que dice que, "dadas las circunstancias socioeconómicas de Andalucía" (la disposición es de 1980), los Presupuestos Generales del Estado consignarán dinero extra para que los servicios transferidos a la Comunidad Autónoma puedan prestarse mínimamente. Se trata de "fuentes excepcionales de financiación". A esto se le llama hoy deuda histórica, aunque no sea una deuda. Yo lo veo un compromiso, normal en un Estado democrático, de corresponsabilidad de todos sus ciudadanos y todas sus comunidades. Sería absurdo que el Estado traspasara a una administración regional sin fondos la gestión de los hospitales y las escuelas.

La palabrería de la deuda histórica tiene su lógica, enclavada en un pasado feo, feudal y canalla: la lógica del señor y sus siervos, que piden al señor lo que el señor debería darles. Ahora los súbditos ajustan cuentas con el Estado opresor, y, dé el Estado lo que dé, la deuda nunca será saldada, siempre faltará algo, porque una deuda no exactamente cuantificable es una deuda infinita. Podemos llamarle deuda histórica. Una cosa muy distinta sería exigir al Estado, en una situación excepcional, los fondos necesarios para que los servicios públicos funcionen, por lo menos, mínimamente. Esto, además de parecer algo concreto y calculable, es lo que señala el Estatuto.

¿Todavía no funcionan al mínimo, en Andalucía, los servicios transferidos? La propaganda gubernamental dice que van estupendamente la sanidad, la educación, algunos transportes, algunas carreteras, la cultura, el monte, el aire que respiramos, la construcción, el turismo. Ni la oposición pone en duda que estas cosas funcionan mínimamente, aunque, a su juicio, sean mejorables. Aquí no anda todo mucho peor que en otras comunidades, pero la oposición y el partido gobernante parecen de acuerdo en que las circunstancias socioeconómicas de Andalucía aún "impiden la prestación de un nivel mínimo en alguno o algunos de los servicios efectivamente transferidos", como decía en 1980 la disposición adicional segunda del Estatuto.

Así que todos nombran la deuda histórica. El programa político mínimo que comparten todos los partidos andaluces es pedir financiación excepcional, la deuda histórica, la deuda histórica, la deuda histórica, para rendir lo mínimo. No salir nunca de 1980 es desalentador. La retórica de nuestro desamparo no es algo histórico. Es eterna.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_