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Columna
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El vudú

Manuel Rivas

He oído decir unas cuantas veces, y a gente inteligente, que Aleix Vidal-Quadras es "muy inteligente". Un fenómeno. Un superdotado. Un cráneo privilegiado que era el elogio máximo en el género chico. No lo dudo. A mí me ha puesto los pelos de punta. Es de una inteligencia que acojona, dispensando: "El hombre que ha alcanzado la excelencia con sus puños" (Píndaro). ¡Ah, la peleona nostalgia! La primera regla de la inteligencia liberal es moverse en el terreno de la verdad y nunca confundir los prejuicios con los actos. Si reparo en él, es como paradigma de lo que otros vienen ejecutando desde que Maragall formó Gobierno: la operación vudú. Se ha hecho una potentísima inversión en alfileres y muñecos para hacer de Cataluña una referencia antipática, para neutralizar el modelo, para afear la alegoría.

"O acabamos con el Estatuto nacionalista", dice la última profecía de Vidal, "o el Estatuto nacionalista acaba con nosotros". Los nacionalistas, por sí solos, hubieran hecho otra propuesta, pero eso qué importa a la hora de colocar alfileres. A los gobernantes democráticos que impulsan la reforma, el vicepresidente del Parlamento Europeo les atribuye una intención demoniaca: "La voluntad maligna de destruir nuestra ley fundamental". Es el disparate reaccionario de siempre: desprestigiar el autogobierno catalán para "salvar" España. Otra regla del pensamiento liberal es la que aconseja cambiar de postura para hacer el amor. No se puede tratar siempre a España como a una desdichada. Se merece otra existencia, sin el agobio de estos pretendientes despechados. ¿Por qué no va a ser España más feliz como "nación de naciones"?

El problema de la política vudú es que anula la razón de quienes la utilizan. Todo se convierte en teología. Así, la reforma catalana tiene el estigma del pecado original. No hay nada que hablar. Pero la mente liberal, también en el horizonte vasco, debería volcar toda su agudeza en los llamados paréntesis cuadrados. En un atasco del diálogo irlandés, el presidente de la negociación, George Mitchell, consiguió enderezar el proceso con un recurso tipográfico. Marcó las diferencias con paréntesis cuadrados para resolverlas con ecuaciones de esperanza. Ése es el espacio de la inteligencia. Lo demás es vudú.

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