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Reportaje:

Silvio tiene el enemigo en casa

El cambio del ministro de Economía ha abierto una lucha por el poder en el centro-derecha italiano

Enric González

La coalición que gobierna Italia nunca ha sido una peña de amigos. Tampoco se ha esforzado en disimular sus desavenencias. El martes, por ejemplo, el presidente del Gobierno, Silvio Berlusconi, calificó a su aliado Marco Follini de "metástasis" y amenazó a los democristianos: "O conmigo, o fuera". Follini respondió que los exabruptos del presidente del Gobierno eran "vergonzosos".

Así estaban las cosas antes de la crisis provocada por la dimisión del ministro de Economía, Domenico Siniscalco, y la inmediata constatación de que el liderazgo de Berlusconi se venía abajo. Ayer siguió tomando cuerpo la posibilidad de celebrar unas primarias para encontrar un relevo a Il Cavaliere y la tensión se hizo aún más alta.

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TREMONTI SE BURLA

El fin de reinado era perceptible incluso en la prensa más afín a Berlusconi. En Il Foglio, propiedad del propio Berlusconi a través de su mujer, Veronica, el comentario editorial de Giuliano Ferrara no podía ser más expresivo: "¿Pero por qué no se va?". En Libero, el berlusconiano Vittorio Feltri ahondaba en el sarcasmo: "El Gobierno de Berlusconi tiene muchos problemas; el más grave es Berlusconi". Y añadía: "Da pena verle tan aferrado a la poltrona".

Los sondeos no resultaban más piadosos con Il Cavaliere. Según la empresa SWG, si las elecciones se celebraran hoy mismo, Romano Prodi, ex presidente de la Comisión Europea, aventajaría a Silvio Berlusconi por 14 puntos. La diferencia se reduciría a cinco puntos si el candidato del centro-derecha fuera Gianfranco Fini, líder de Alianza Nacional y ministro de Asuntos Exteriores, y a seis si el candidato fuera Pierferdinando Casini, dirigente democristiano y presidente de la Cámara de Diputados.

Golpe de gracia

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Con las encuestas en la mano, los aliados de Berlusconi se disponían a asestarle el golpe de gracia con unas primarias a celebrar, en principio, en diciembre, después de las que preparaba el centro-izquierda para consagrar a Prodi como candidato.

La idea de las primarias, muchas veces planteada y nunca concretada, resurgió de improviso el jueves durante la conferencia de prensa en la que Berlusconi, acompañado por sus socios de coalición, anunció el nombramiento de Giulio Tremonti como sustituto de Siniscalco. Berlusconi daba por terminado el acto cuando el democristiano Marco Follini, sentado junto a él, pronunció por sorpresa una frase demoledora: "Hay quien piensa que el mejor candidato para las elecciones de 2006 es Berlusconi; también hay quien, como yo, no comparte esa opinión". El presidente del Gobierno se quedó helado durante unos momentos. Luego dijo que su liderazgo era "discutible" y se fue.

Ayer se declararon disponibles para sustituir a Berlusconi, por la vía de las primarias, los otros dos pesos pesados de la coalición, Gianfranco Fini y Pierferdinando Casini. Fini indicó que las primarias podían mejorar las perspectivas de victoria del centro-derecha e hizo saber, a través de su portavoz, que estaba dispuesto. "Si me piden que me presente, intentaré estar preparado", comentó a su vez Casini. Berlusconi acogió esos anuncios con un inusual laconismo: "¿Serán candidatos? Bien, bien, bien...".

Romano Prodi se mostró incrédulo: "No tendrán valor para celebrar unas elecciones internas", dijo. La coalición gubernamental tenía por delante problemas gravísimos, sobre todo el que suponía redactar una ley presupuestaria, a partir de cero, antes del 30 de noviembre. Un portavoz democristiano se permitió ironizar sobre las posibilidades de éxito del nuevo ministro Tremonti en esa carrera contra el reloj: "Si Dios hizo el universo en siete días, Tremonti, que es muy listo, puede hacer un presupuesto en cinco".

Incluso si se alcanzara un acuerdo presupuestario dentro de la coalición, quedaría pendiente la inacabable reforma constitucional federalista, que la Liga Norte quiere ver aprobada en octubre como máximo y que los democristianos rechazan de forma rotunda, y el irresoluble problema de la reforma de la ley electoral, que los democristianos exigen y los demás dan por inviable.

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