Perdidos a la busca de respuestas
En uno de los cuentos de este volumen, el titulado Silencio, Tom, su narrador, incluye a modo de prólogo un diálogo que supuestamente mantuvo con la Luna. Tom es norteamericano y está en el Reino Unido visitando a Erin, una antigua compañera de oficina por la que se siente atraído. Juntos han ido a la escocesa isla de Skye, donde, presionada por él, Erin le ha confesado que, antes de abandonar Estados Unidos, había tenido relaciones sexuales con dos amigos comunes. Torturado por los celos, Tom da rienda suelta a su deseo en una sórdida escena campestre en la que la tenue aceptación inicial de ella es traicionada por la torpeza con la que él la posee. El diálogo con la Luna sucede después y es ilustrativo no sólo de la intención del relato en cuestión sino también de los otros 15 que conforman el volumen. No hace falta referirlo todo. Basta destacar dos frases que en diferentes momentos pronuncia la Luna: "A menudo pienso en bajar a vivir entre vosotros para montar un buen follón. Se ve siempre tan caótico que creo que me gustaría". Y luego: "A decir verdad, parece casi imposible sobrevivir ahí. Qué sufrimiento". Esta concepción del mundo y de los asuntos humanos como un caos del que difícilmente puede extraerse más enseñanza que la descorazonadora constatación en la que se sustancia es el punto de partida de toda la obra de Dave Eggers (Chicago, 1971) desde Una historia conmovedora, asombrosa y genial, su primer libro, una suerte de autobiografía novelada, a la vez trágica y paródica como una comedia televisiva de enredo, en la que narraba su propia vida desde que con 21 años, tras la muerte de sus padres, tuvo que hacerse cargo de su hermano pequeño. La angustia existencial, la asunción de un desencanto que, al contrario del que experimentaron generaciones anteriores, ha perdido la esperanza en cualquier redención colectiva y se conforma con una sarcástica exclamación de protesta, es común a la mayoría de los autores norteamericanos nacidos, como Eggers, en los sesenta y setenta; con algunos de los cuales comparte, además, la sensibilidad pop y el gusto por el juego posmoderno: narradores que dejan a la vista los herrajes de la historia o discutibles experimentos formales tales como dejar páginas en blanco o adelantar el comienzo del texto a la misma portada del libro, como hiciera en Ahora sabréis lo que es correr, su segunda novela. Todo ello está presente en los cuentos de Guardianes de la intimidad, junto con el que acaso sea el rasgo distintivo de su literatura: el recurso a un humor que, sin ser intelectual, pone su énfasis en señalar las aristas más punzantes de la condición humana. Los cuentos de Eggers están protagonizados por seres que buscan respuestas trascendentes y para los que el viaje, entendido como huida, acaba por representar casi siempre la única solución a la soledad de sus vidas. De ese contraste proviene tanto el principal acierto como la mayor objeción que cabe hacer al conjunto, pues, aunque es innegable que resultan eficaces señalando cierto vértigo universal, no lo es menos que, al carecer de otra intención, acaban por resultar algo repetitivos.
GUARDIANES DE LA INTIMIDAD
Dave Eggers
Traducción de Cruz
Rodríguez Juiz
Mondadori. Barcelona, 2005
224 páginas. 19 euros
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