Urgencias elegantes
En el hospital de un pueblo de cuyo nombre prefiero no acordarme, alguien ha tenido una idea no diría yo que luminosa, tal vez ni siquiera me atrevería a decir que sensata, pero sí desde luego versallesca: colocar en la puerta de urgencias un cartel que reza así: "Se ruega acudan a este centro sanitario correctamente vestidos". Lo que no habrán visto allí para recurrir a ese ruego desesperado, ¿verdad? Supongo, no sé, que tal vez alguien se presentó una vez vestido de Yeti, en una madrugada de carnaval, con un delirium tremens de dos pares. O que se plantó allí un jubilado en bermudas con estampaciones de flora tropical, con la tensión por los suelos o por las nubes, según. O que un ama de casa aquejada de un ictus acudió con los rulos puestos. O que llevaron en volandas a un penitente, víctima de una lipotimia, con sus alpargatas payesas, con el capirote hecho un acordeón y con una soga a la cintura para sujetarse la túnica morada manchada de cera roja. Más vale no imaginarlo siquiera.
Como, quieras que no, las advertencias de esa índole intimidan, mucho me temo que la gente va a verse obligada a tomarse el concepto de "urgencia" con un poco más de calma. "Mari, por favor, plánchame el traje de la boda, que acaba de darme un infarto y me conviene llegar cuanto antes a urgencias", le dice un caballero en pijama a su esposa. O bien le dice la esposa: "Pepe, sácame del armario el vestido verde de lentejuelas, los zapatos de raso de tacón de aguja, las medias de malla y el bolso de fantasía, porque acaba de darme un cólico nefrítico". O bien una señora recibe una llamada telefónica: "¿Charo? Soy yo, tu marido. Te llamo desde la playa. Tengo que pedirte un favor: prepárame la chaqueta cruzada, la azul, la de los botones de latón, la camisa celeste de seda y la corbata de los elefantitos, que voy para allá enseguida y nos vamos corriendo a urgencias". La esposa pregunta: "¿Y qué pantalones?" Y el marido le contesta: "No, de los pantalones no tienes que preocuparte, porque un tiburón me ha comido las dos piernas y no van a hacerme falta". O suena el portero automático: "¿Mamá? Soy tu hijo Joselito. Ve oreando un poco el traje de almirante de la primera comunión, porque Antoñín acaba de romperme la nariz de un balonazo". O incluso: "Oye, Nati, cariño, cepíllame un poco la gabardina, porque un psicópata profesional acaba de clavarme un hacha en la cabeza y no quisiera manchar el traje nuevo".
Claro que también puede ocurrir que llegues a urgencias y que, a pesar de tu empeño, resulte que no vas correctamente vestido, ya que el concepto de corrección indumentaria es muy antojadizo. "Mire usted", puede decirte un enfermero, "yo le escayolaría la pierna con mucho gusto, pero ¿no se da usted cuenta de que esa blusa violácea no va bien con esa falda rosa ni con esos zapatos azules? Ande, vaya usted un momento a su casa y vuelva bien conjuntada, ¿de acuerdo?".
La gente de ese pueblo de cuyo nombre prefiero no acordarme se queja de que hace falta más personal sanitario, pero se equivoca: lo que hace falta en el hospital es una tienda de Vittorio & Lucchino. A ver si entre todos conseguimos que aquello sea como la Pasarela Cibeles, aunque desfilemos por los pasillos a la pata coja.
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