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CITA EN NUEVA YORK | El documento final
Columna
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Huracán Bolton

Lluís Bassets

Ha actuado sobre Manhattan casi al tiempo que el Katrina lo hacía en el golfo de México. En las semanas previas a la Cumbre, el huracán Bolton se ha llevado por delante buena parte de la fiesta que Naciones Unidas había organizado para conmemorar el 60º aniversario de su constitución. Poco va a quedar de la reforma que necesitaba la organización internacional para acomodarse al mundo del siglo XXI y salir de la geometría política trazada por la victoria aliada en la II Guerra Mundial. Y en cuanto a la solemne e histórica declaración de la Asamblea General sobre los Objetivos del Milenio, donde debían recogerse compromisos concretos para combatir la pobreza y fomentar el desarrollo, todo ha quedado en una maravillosa y evanescente nube de confeti.

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John Bolton fue nombrado por Bush el primer día de agosto, aprovechando las vacaciones parlamentarias, después de que su candidatura quedara embarrancada en el Senado, donde debía recibir el visto bueno previo a su designación. Por una treta legal, el presidente consiguió así que colara como embajador un enemigo declarado del multilateralismo y auténtico partidario de liquidar Naciones Unidas, de rico y conocido currículo neoconservador. Son memorables dos frases suyas, que enarbolan tanto sus partidarios como sus detractores: Primera: "El edificio de la secretaría en Nueva York tiene 38 pisos. Pero si perdiera 10 nada cambiaría". Segunda: "Naciones Unidas no existen. Sólo existe la comunidad internacional, que debe ser dirigida por la única superpotencia que queda, que son los Estados Unidos".

A las pocas horas de su llegada al despacho de la embajada norteamericana cerró tratos con el embajador de la República Popular China, Wang Guangya, para impedir la ampliación del Consejo de Seguridad y del derecho de veto. Al régimen de Pekín le bastaba con que Japón, el candidato de Washington a incorporarse al máximo órgano decisorio de Naciones Unidas e incluso al derecho de veto, quedara eliminado del concurso. Pero Washington prefería anular el concurso entero, cosa en la que rápidamente se pusieron de acuerdo el chino y el norteamericano. El Consejo de Seguridad queda, pues, como en 1945.

Luego se puso manos a la obra hasta fabricar 750 enmiendas al proyecto de declaración ya preparado para la Asamblea General. Mientras el Katrina ululaba sobre Nueva Orleans, el huracán diplomático iba erosionando en silencio el trabajo de meses de Kofi Annan, un secretario general en horas bajas tras el desgaste que ha significado el escándalo del programa Petróleo por alimentos. Este vendaval sobre Manhattan responde claramente a los intereses políticos de la Administración Bush, pero también tiene algo de venganza contra Naciones Unidas y contra Annan por los sufrimientos infligidos a Bush, sobre todo en el Consejo de Seguridad, en los prolegómenos de una guerra, la de Irak, que hubo que hacer finalmente sin la cobertura legal de la ONU.

El resultado es que la cumbre se ha convertido en un monumento a la inconcreción. En la declaración que se aprobará mañana se rebajan los objetivos aprobados en anteriores ocasiones, como en la Cumbre del Milenio de 2000; se evitan las obligaciones; allí donde hay plazos se alargan; se hace optativo lo que antes era obligatorio; nunca se concreta y si se hace es lo menos posible; en definitiva, se diluye todo en un torrente de buenas palabras. Y en un capítulo, el del desarme y la no proliferación nuclear, el propio Kofi Annan reconoció públicamente que es una nueva derrota en un mismo año tras el fracaso de la conferencia de revisión del Tratado de No Proliferación en mayo pasado.

El huracán Bolton ha aguado la celebración, pero como en el Titanic, siguen la música y la fiesta, con toda la pompa y circunstancia, sin que la lluvia haga perder a nadie la compostura. Se ha dicho, y es cierto, que nunca en la historia de la humanidad se habían reunido tantos poderosos en una Cumbre política. Seguro que algún provecho se sacará de los innumerables contactos que se producirán entre los 170 jefes de Estado y de Gobierno reunidos en la isla de Manhattan. Pero la desproporción entre la concentración de poder y boato y los resultados es una decepcionante lección para todo el mundo y una lamentable contribución internacional a la abismal distancia entre gobernantes y gobernados.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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