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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La victoria y los aliados

José María Ridao

A diferencia de tantos otros conflictos a lo largo de la historia, invariablemente considerados como sinsentidos y tragedias, la Segunda Guerra Mundial ha terminado por configurarse como un enfrentamiento moral y ejemplarizante, en el que un heterogéneo grupo de aliados se vio forzado a combatir el mal absoluto. La utilización ideológica de esta manera de contemplar el pasado ha ido variando a medida que los acontecimientos se alejaban en el tiempo, pero la idea de que el mundo se convirtió en el inmenso teatro de una lucha escatológica entre 1939 y 1945 ha llegado a impregnar, en cualquier caso, la práctica totalidad de los discursos políticos e historiográficos sobre una carnicería que se cobró cuarenta millones de víctimas. Puesto que el nazismo fue declarado el estadio más bajo jamás alcanzado por la humanidad, las atrocidades perpetradas por alguno de los regímenes que lo combatieron, como el estalinismo, quedaron en buena parte sobreseídas. De igual manera, algunos métodos empleados por los vencedores durante el combate, y entre ellos el bombardeo sistemático de las ciudades alemanas y japonesas, siguen siendo objeto de controversia, como si la condición perversa del nazismo invitase a reconsiderar el imperativo de que el fin no justifica los medios.

POR QUÉ GANARON LOS ALIADOS

Richard Overy

Traducción de Jordi

Beltrán Ferrer

Tusquets. Barcelona, 2005

499 páginas. 25 euros

Aunque Richard Overy abor-

da con mayor o menor profundidad estos y otros aspectos en Por qué ganaron los aliados, el grueso de su reflexión se centra sobre otra de las consecuencias derivadas de la visión escatológica que se ha generalizado sobre la Segunda Guerra Mundial: la de que, puesto que se trataba de una lucha contra el mal, el bien acabaría por triunfar tarde o temprano. Frente a esta soterrada convicción, frente a este sobreentendido que ha ido asentándose con los años, Overy recuerda la idea elemental de que el resultado no estaba previamente decidido, y organiza la totalidad del material historiográfico de su estudio en torno a la incertidumbre que se cierne sobre el desenlace, al menos hasta 1943. En cada uno de los capítulos la victoria parece dar vueltas como una moneda en el aire y Overy se esfuerza por aclarar las razones sustantivas y los golpes de suerte que la decantaron a favor de los aliados. Al tiempo, intenta transmitir con notable éxito una saludable inquietud retrospectiva ante la evidencia de que, por muy poco, las cosas podían haber sucedido de otra manera.

El hecho de que Overy, uno de los mejores especialistas en el periodo de la Segunda Guerra Mundial, parezca conformarse con los datos ya conocidos sobre el conflicto no debe llamar a engaño: se trata de la condición necesaria para poner el acento en lo que de verdad le importa en esta ocasión. La originalidad de Por qué ganaron los aliados no radica, así, en la revelación de hechos ignorados, sino en la explicación alternativa que ofrece para los que ya se sabían. A través de este procedimiento, Overy contradice algunos de los tópicos vigentes en los grandes estudios sobre la Segunda Guerra Mundial, como el de que la superioridad en hombres y armamento de los aliados hacía previsible el resultado. Antes por el contrario, esa superioridad no era un punto de partida en el conflicto, sino que se alcanzó gracias a decisiones adoptadas por los líderes de los países en guerra. Hasta ahora, se admitía la capacidad de Estados Unidos para orientar su economía hacia la producción militar, pero no se valoraba en su adecuada proporción la capacidad equivalente de la Unión Soviética, tras las batallas de Kursk y Stalingrado. Para Overy, ahí se encuentra una de las claves de la victoria aliada y, a la vez, una de las más sorprendentes paradojas que provocó la guerra: el hecho de que las democracias deban parte de su victoria sobre el totalitarismo a un régimen totalitario.

Lejos de abundar en las explicaciones que vinculan la suerte de la guerra con un acontecimiento único y decisivo, ya sea la decisión nazi de invadir la Unión Soviética o el resultado de grandes operaciones como el desembarco de Normandía, Overy pone en conexión las fuerzas materiales y espirituales presentes en uno de los momentos más dramáticos de la historia. Y la conclusión a la que llega es que la pregunta de Por qué ganaron los aliados no se puede responder con un listado taxativo de razones, sino con un fresco, siempre aproximado, siempre incompleto y hasta misterioso, de unos meses terribles entre 1942 y 1943.

Desembarco de Normandía, Día D, el 6 de junio de 1944.
Desembarco de Normandía, Día D, el 6 de junio de 1944.REUTERS

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