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Columna
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Sexo en las naciones

Imagino las reuniones de los nacionalistas catalanes, en torno a unos presuntos derechos históricos, como aquel Concilio de Constantinopla, de 1453. En una ciudad sitiada por los otomanos, sudorosos obispos se exprimían la mollera en pos del sexo de los ángeles, hasta que la entrada de Mahomed II les cortó el rollo. Así, según parece, es como quedó sin resolver qué es lo que tienen los ángeles entre las piernas.

No sé si Alfonso Guerra, en su inesperada aportación andaluza al conflicto de Cataluña, llegará a tanto. Pero no va por mal camino, y hasta puede que recupere el fervor popular, que de todos modos es caprichoso. Lo mismo que hoy le está dando la espalda a los calentones de la clase política periférica por hacerse con más poder -pero sin pagar un euro-, en aquel entonces decidió que todos los ángeles, sin excepción, eran machos flamígeros. Por eso faltan en la iconografía católica, no sólo angelitos negros, sino angelitas, blancas y negras, con su rajita y todo. Mucho menos averiguado está si algunos de esos querubines no serán gays, o si Dios no tendrá naturaleza femenina, como insinuó el mismísimo Woytila. Aportación capital al pensamiento posmoderno, que ahí queda, para cuando el abogado del Diablo tenga que intervenir en el proceso de turbo-canonización del polaco. Otro cónclave que no me perdería yo por nada del mundo, como no me perdería las próximas sesiones de la ponencia de la reforma del Estatuto de Andalucía, ya no sé bien para qué.

He imaginado, en fin, tantas calamidades este verano de catástrofes y terribles preguntas... ¿Tienen sexo las naciones? ¿Es hembra la nación y macho el Estado? ¿Y los pueblos? Observen con qué astucia escolástica el lehendakari se refiere siempre a "los vascos y las vascas". Por si acaso. Un poco de miedo me da a mí todo esto, lo confieso. Así que prefiero refugiarme en otras similitudes más amables, y frente a la atmósfera enrarecida de aquellos frailucos de Constantinopla, con hartos disimulos de borrasca en la entrepierna, y a la de unos políticos catalanes que se odian cordialmente, prefiero imaginarme la tormenta de ideas de los guionistas de Sexo en Nueva York. Ya saben, esa serie en la que cuatro chicas posmodernas andan tan salidas por la ciudad de los rascacielos como antaño los quintos cuando venían de permiso. Estos emborrachándose con vino peleón, aquellas festejando en dry martini las excelencias de la "palpitante y dura salchicha" del ligue de turno. La semejanza más profunda con nuestro asunto la veo en que, también aquí, hay secretos inconfesables (¿quién paga el derroche de las autonomías?), pese al desparpajo con que tales muchachitas destripan todo lo que une y desune al Amor y al Sexo, como quien dice la Nación y el Estado. Y es que las cuatro mozas, aunque gustan de un revolcón de vez en cuando, tal que los mozos, no dejan de suspirar por un amor eterno. En fin, ¿se casará alguna de ellas?¿Llegarán al matrimonio curas y monjas de los tres sexos? ¿Conseguirá Maragall romper la consolidada pareja andaluza del Estado con la Nación? Qué verano, Señor.

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