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Columna
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No se olviden del Estado

Andrés Ortega

"La política exterior de un país es el mejor medio de que éste dispone para ponerse de relieve en el mundo", escribe el primer ministro canadiense en el prólogo a la Declaración de Política Internacional de Canadá, una ejemplar puesta a punto por un país que en algunos aspectos guarda similitudes con España. Empieza por reconocer que en el actual contexto "la clasificación de Canadá como potencia mediana es obsoleta y ya no se corresponde a la realidad de la distribución del poder en el siglo XXI". Por ello, tras unos años de hacer frente a otras prioridades, Canadá debe actualizar su política exterior y sus medios para ello.

En un mundo globalizado, la política exterior entendida en un sentido amplio es de importancia aún más primordial para la defensa de intereses y valores ("progresar bien" en el país no está reñido con "hacer el bien", según los canadienses). Estamos a la espera de un Libro Blanco sobre la política exterior española, pero entretanto, la reforma de un necesitado Servicio Exterior parece quedarse en poco. El aparato exterior poco ha crecido en estos últimos años, en que la demanda sobre sus servicios sí que ha aumentado. Lo que sí crece, cumpliendo la promesa de Zapatero, es la ayuda al exterior. En este ámbito también participan ya como actores de importancia las comunidades autónomas y los ayuntamientos, que, además, tienen políticas propias y a menudo diferentes de las del Gobierno respecto a Cuba, el Sáhara Occidental u otras partes del mundo. ¡Qué difícil es hacer política exterior!

En cuanto a los efectivos militares, tampoco crecen como deberían. Los grandes patriotas que en los años anteriores llevaron las riendas de España no aumentaron significativamente el gasto militar, que sigue estando a la cola de Europa, mientras aumentan las demandas sobre las fuerzas armadas españolas para operaciones internacionales. Pese a los esfuerzos desplegados, este país sólo con mucha dificultad puede poner a la vez a más de 3.000 hombres y mujeres armados fuera de sus fronteras. Sigue faltando un gran debate nacional sobre prioridades militares.

La política exterior, la de defensa y (en parte) la de seguridad, y la justicia son los ejes básicos del Estado actual. Choca en el actual debate interno español el olvido que se hace del Estado central, de su cantidad, de su calidad y de su funcionalidad. Como han puesto de relieve unos ya famosos cálculos del Ministerio de Economía y Hacienda, la Administración central (quitando la Seguridad Social, gasto obligatorio que representaba un 32,5% del público en 1982 y sigue representando un 31,3% en 2005), se ha quedado en un 19,7% del gasto público, cuando era un 53% hace un poco más de dos décadas. En este tiempo, las administraciones territoriales han pasado de un 14,5% a un 49%. Y, sin embargo, ni las mentalidades ni los efectivos, ni la idea de "ministerios", han acompañado suficientemente esta enorme transformación.

Ante el debate, conviene recordar que con un mero 19% de gasto público en manos del Estado, éste pierde capacidad de redistribución de riqueza. No hay que contar para ello con una Unión Europea internamente más insolidaria, que en este cometido va a menos en vez de ir a más. ¿Quién redistribuirá (si es que se piensa que hay que redistribuir prestaciones y riqueza y no sólo oportunidades)? El desastre de Nueva Orleans, donde la Administración de Bush federal recortó medidas de protección contra huracanes e inundaciones y despreció la conservación de los entornos naturales, ha puesto de manifiesto la quiebra de la idea de Estado central reducido o gobierno mínimo. Cuando más echamos de menos al Estado es cuando más se necesita. No estamos en ésas en España, pero en nuestro debate no se olviden del Estado, que todavía tiene que servir, como estratega exterior y como coordinador y algo más que un mero árbitro interior. aortega@elpais.es

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