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Columna
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Sólo palabras

Antonio Elorza

El curso político se ha iniciado sin novedades excesivas, como si los distintos actores se encontraran atrapados por la tela de araña que fueron tejiendo con sus propias insuficiencias hasta el principio del verano. Proceden en consecuencia a aplicar la regla de que cuando no se sabe qué hacer, lo mejor es hablar para aparentar que algo se hace. Sin cambiar un ápice de momento en sus posiciones anteriores, el PP, desde su soledad política, abre un período de reflexión carente de contenidos. Los componentes del tripartito catalán hablan, entre ellos y con CiU, para recomponer una difícil unidad en la gestación del Estatuto. El lehendakari, por su parte, abre una de esas rondas de entrevistas bilaterales que tanto le gustan para desde la nada ofrecer una imagen mayestática, y de paso para saltarse la ley en cuanto a la ilegalización de Batasuna. En fin, el presidente Zapatero se dispone a cambiar impresiones con los presidentes autonómicos, no sin mostrar su preferencia sentimental por Ibarretxe, acentuada ahora por la necesidad de recabar apoyos en el voto de los Presupuestos. Antes hablará con Rajoy, en un previsible diálogo de sordos.

El imperio de las buenas palabras con dudosas expectativas se proyecta sobre otro tipo de temas, como esa bienintencionada Alianza de Civilizaciones a la que uno de sus promotores, el primer ministro turco Erdogan, debiera contribuir con el ejemplo, poniendo fin al vandalismo que sufren las iglesias cristianas en Capadocia (valle de Ihlara), con sus pinturas al borde de la desaparición por obra de los fanáticos locales que firman y fechan sus desaguisados, y respetando como haría con una mezquita el interior de Santa Sofía sin permitir que sea utilizado para una exposición de azulejos de pésimo gusto. Hay demasiados notables en el grupo nombrado, y pocos hombres como Mohamed Charfi dispuestos a afrontar un problema para cuyo esclarecimiento sobra la erudición almibarada. Y el bueno de Jatamí propondrá soluciones para superar la intolerancia: sin comentarios.

En el plano interior, y mientras el laberinto catalán toma una u otra dirección, pasa a primer plano el "discreto" encuentro de Zapatero e Ibarretxe. ¿De qué puede servir? Las expectativas de una reintegración del Gobierno vasco al orden constitucional son escasas. El Gobierno vasco se mantiene en sus trece a la hora de vulnerar la Ley de Partidos por lo que toca a Batasuna, unas veces permitiendo lo no autorizado (Donostia), otras autorizando lo ilegal (Bilbao). En su aplicación concreta, la Ley de Partidos va siendo deliberadamente olvidada por las instituciones vascas, en espera de la deseada supresión. De nada vale a los ojos de Ibarretxe la innegable eficacia de las ilegalizaciones para acabar con la violencia urbana. De ahí la tolerancia del consejero de Interior, Balza, y de otras autoridades, como el alcalde de Getxo, ante la resurrección de los jóvenes bárbaros que al parecer constituye una aportación al proceso de paz. El resultado es el que cabía esperar: Batasuna no sólo es visible, sino que se convierte en protagonista, pudiendo incluso exhibir el grado de control de sus borrokalaris, lanzándoles a la lucha urbana cuando la autorización es tácita y por tanto a sus ojos insuficiente (Donostia) y reteniéndoles si su pretensión de legalidad se ha visto satisfecha (Bilbao). Para el PNV, lo importante es que Batasuna recupere la legalidad, y antes de las elecciones municipales de marzo, a efectos de que la violencia nazi de los seguidores de ETA no le afecte y, una vez recuperada la armonía, ambos sectores del nacionalismo sabiniano puedan reiniciar el camino hacia la autodeterminación o "consulta popular", ayudados por sus fieles vasallos de Ezker Batua y por el grupo seguidista del PSE, con los "ulsterianos" Odón Elorza y Gema Zabaleta a la cabeza. Ante una estrategia tan bien perfilada, no se ve bien lo que Zapatero puede hacer para alcanzar una convivencia efectiva, salvo que ceda ante Ibarretxe en el tema del regreso de Batasuna a la legalidad y abra la puerta a una recuperación del sector proetarra del nacionalismo que volvería a lograr el dominio de la calle y de multitud de ayuntamientos, mientras comienza el baile de unas mesas de debate extraparlamentarias donde los demócratas vascos tendrían todas las de perder.

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