Luz de agosto en Misisipí
El martes amanece un hermoso día en el Misisipí. Una limpia y hermosa luz de agosto nos despierta en Natchez. No hay luz en el hotel, no la hay en esta zona desde que pasó el huracán Katrina. Llegó puntual, no faltó a su cita, pero no en forma de ciclón, a este lado del río Misisipí, en esta ciudad de la ruta de evacuación: llegó en forma de tormenta tropical. Con su tradicional humor ante las desgracias, las gentes de este lado del río lo llamaron Kati. No merecía el nombre del siniestro y asesino Katrina.
En el lujoso hotel, en este lugar señorial, antiguo, cómodo y decadente, en esta elegante mansión del sur, en unos instantes todo eso se transforma en una incómoda pensión, de nada sirven las liras de sus salones, de nada sus nobles cuadros ni sus fotos de orgullosos sudistas, de nada sus cómodos salones. Cuando falta la electricidad y el calor pegajoso de la tormenta se instala por todo tu cuerpo es como si estuviéramos en un barracón de refugiados. Así pasamos las horas de la tormenta, entre la oscuridad y la charla. Nuestros vecinos temían por sus casas de Nueva Orleans, de Baton Rouge, de Biloxi. Estábamos en la mayor de las oscuridades. No teníamos televisión. Éramos los afectados menos informados del mundo. De vez en cuando algún corro se formaba para acercarse a algún coche con la radio encendida, los huéspedes nos reuníamos en torno a la radio como seguramente lo hicieron los londinenses bajo las bombas de la Segunda Guerra Mundial.
De vez en cuando un gesto sombrío, una exclamación dolorosa. Empezaban las malas noticias. Un matrimonio con dos hijas adolescentes soportaban con dificultad las noticias. Las lágrimas estaban a punto de asomar, su casa había quedado inundada. La madre abrazó a las chicas, ahora no lloraban, se quedaron en silencio y después de un rato la madre dijo: era una bonita casa.
La tormenta ha pasado. Nos ha dejado muchos árboles dañados, nos ha quitado la luz y la información. Bajamos al pueblo, algunas zonas cerca del río ya tienen luz. Se han abierto los bares. Nunca en Natchez hubo un lunes por la noche con tantos transeúntes por sus calles. En esta ciudad de refugio las familias, parejas o amigos que han llegado de la cercana Nueva Orleans llenan los bares y pasean por sus calles.
En el mayor de sus bares, al lado de una enorme tienda de armas, se réunen muchos de estos inesperados turistas. Se anuncia un menú: el Katrina Especial. En el interior hay televisiones por todo el bar, cada una con una cadena diferente. En el centro una enorme pantalla. Alrededor de ella nos convocamos como si estuviéramos al lado de un fuego de campamento. La televisión es la luz de sus desgracias. Entre los muchos que la rodean hay una pareja con un hijo de ocho años que duerme en el sillón al margen de toda desgracia. Sus padres han pedido unos dry martini. Beben y mantienen la vista fija en la televisión. Están presenciando cómo se derrumba parte de su historia, de su vida. El marido dice: "Ahí acaban de desaparecer los últimos 15 años de nuestras vidas". Se dirige a nosotros, nos pregunta que de qué barrio somos, le decimos que somos españoles. Su mujer, una joven hermosa que recuerda a Linda Fiorentino, le dice al marido vámonos a España. Una historia parecida a muchas otras, se repite por todo el bar, en el hotel, en las calles. Los evacuados de Nueva Orleans ven por televisión la destrucción de sus casas. No importa, dicen "saldremos adelante, ustedes tienen que volver, verán cómo renace Nueva Orleans". Nos lo creemos, se crecen en las catástrofes, se unen.
Hoy hemos cruzado el Estado de Misisipí, nos alejamos de la tragedia, circulamos por carretera hacia el este. Nos cruzamos con cientos de árboles caídos. En sentido contrario, interminables caravanas con camiones de ayuda se dirigen hacia la zona por donde pasó el Katrina. El país funciona en los desastres. Esto no es Bagdad. Ahora estamos en Alabama, finalmente encontramos luz y gasolina. Pronto llegaremos a Atlanta, no estaba en nuestra ruta. Algún día pasearemos por el barrio francés de Nueva Orleans.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.