Un oasis gastronómico
El 'lehendakari', dirigentes del PP y de Batasuna se reúnen en Llodio en torno a la comida de la hermandad de San Roque
¿Qué tienen en común el lehendakari, Juan José Ibarretxe; el ex delegado del Gobierno y parlamentario del PP, Carlos Urquijo, el miembro de Batasuna y ex alcalde Pablo Gorostiaga, y el director de Derechos Humanos del Gobierno vasco, Txema Urkijo? Que los cuatro son naturales o residentes en Llodio y ayer participaron en la tradicional comida de la cofradía de San Roque de dicha localidad, un acto que se viene celebrando casi ininterrumpidamente desde 1599 y que supone un oasis en dos frentes: en la habitual refriega política vasca y en las rencillas entre vecinos.
Los cuatro políticos, como el resto de los 400 integrantes de la hermandad, todos varones, presentaron ayer sus respetos a la autoridad del mayordomo de la cofradía, Juan José Salazar.
Como todos los últimos domingos de agosto desde finales del siglo XVI, Llodio volvió a vivir el día de hermandad de la cofradía de San Roque. Tras subir la imagen del santo a su ermita, como cierre de unas fiestas que comenzaron el día 15 con la bajada de San Roque a la parroquia de San Pedro de Lanuza, se inicia la ritual comida. Con igual menú (salvo escasas variaciones) que el servido en aquel primer condumio de finales del Renacimiento, la reunión de los varones de la localidad ya es una fiesta ritual.
Vestidos con camisa y pantalón blancos, pañuelo rojo al cuello, los cofrades se sientan en mesas corridas bajo los pórticos de la iglesia parroquial. Comen en grupos de cuatro, que comparten el mismo plato y una jarra de dos azumbres (cuatro litros) de vino de Rioja. Sólo se sirven de una cuchara y de las manos. Se comienza por una sopa, seguida por garbanzos con vainas y guindillas, zancarrón con tomate, pollo y una pera de postre.
La comida de San Roque es tan excepcional que al director de cine Luis García Berlanga, enterado del evento por su discípulo el cineasta llodiano Kepa Sojo, le sorprendió que tras 400 años se mantenga. Las cofradías, instituciones indispensables para organizar la convivencia en los pueblos hasta hace unas décadas, ligadas a devociones religiosas, están en franca decadencia. Salvo en Llodio.
Las mujeres, aunque pueden pertenecer a la cofradía, no participan en la comida. Al mayordomo, Juan José Salazar, le parece comprensible: "La comida anual siempre se ha celebrado así; es una tradición en la que participaban los cabeza de familia del pueblo", recuerda.
Ahora acuden también los hijos, pero la comida sigue vetada a las mujeres. También hay otro veto, éste encomiable: la obligación de que el ágape transcurra en armonía y que la jornada sea un espacio de paz entre los vecinos. Y se consigue.
A la mesa se sientan miembros de Batasuna y personas amenazadas, con sus escoltas en las inmediaciones, pero las reglas están claras. Ni siquiera el trasiego de vino, ese litro por cabeza que a muchos se les queda corto, según los testimonios de los propios cofrades, ha sido capaz de provocar altercados. Sólo en ocasiones extremas, como las guerras carlistas o la Guerra Civil se han suspendido las comidas. Ayer, como es tradición, reinó la armonía.
Salazar recuerda que, desde que ejerce como mayordomo, "muy pocas veces" ha tenido que llamar la atención a algún cofrade por sus salidas de tono. "Y eso que en estos últimos años hemos vivido situaciones muy duras".
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