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ASTE NAGUSIA
Columna
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Claros en la fiesta

No sé si esto es ir de aguafiestas, pero el que escribe ya ha recogido algunas opiniones al respecto. Parece que la Aste Nagusia de 2005 no es la mejor de la historia. Sin duda se trata de apreciaciones subjetivas, ya que el verdadero tono de la fiesta lo da siempre la experiencia personal, pero también es cierto que la lluvia no nos ha abandonado del todo, que hay claros en Vista Alegre y que también los hay, se dice, en los restaurantes. No obstante, hay razón para la esperanza, ya que lo fuerte de la fiesta aún está por llegar. O está llegando, para ser exactos: hoy es la víspera del día grande de Bilbao -me gusta eso de día grande de la Semana Grande, porque hablamos de una especie de grandeza al cuadrado, de una grandeza monumental-, de modo que quizás a partir de hoy se anime más la cosa.

La Aste Nagusia no ha dado, hasta el momento, estampas imborrables, eso si exceptuamos, claro, una fotografía que el pasado martes reprodujo con profusión toda la prensa: cuando el sexto toro de la tercera de feria abandonó la arena de la plaza y saltó la barrera, acogotando al personal. Las crónicas dan noticia del desconcierto provocado por la bestia, pero más leal resulta la imagen publicada: en ella se ve la cabeza del toro, con sus formidables armas, recorriendo el callejón, y a su alrededor se aprecia el espanto de un grupo de espectadores, un grupo en el que pueden reconocerse a algunos conocidos empresarios, a famosos políticos y a otros representantes del pijoterío general del reino.

Es curiosa nuestra afición taurina y curiosas también las escenas que compone, algunas de ellas de un costumbrismo atroz. Cada tarde rivalizan por lucir en los tendidos los más acabados representantes del éxito profesional y la prosperidad económica que atesora la ciudad. Acuden a la plaza bien vestidos (como rezan los cánones) y dispuestos a asistir otra vez al ritual de la muerte del toro, en medio de una autosatisfacción idiota que viene a lomos de un caro veguero cubano y de la lenta digestión que propicia una espléndida comida. Y entonces, mira por dónde, uno de los toros decide no prestarse al juego, salta al callejón y pone el espectáculo en un brete. La cámara de un fotógrafo avisado retrata, más que la habitual elegancia de la burguesía bilbaína, el consuetudinario acojono que la posee en ese momento. Eran de ver, en la fotografía, tantos pares por corbata.

El que escribe no es antitaurino, pero hay que reconocer que esa imagen, que ha dado ya la vuelta a la Aste Nagusia, es un espléndido alegato en contra del espectáculo. Los que piden bravura al toro, los que le exigen valentía y cuajo y trapío a la bestia, aparecen en la foto bien acojonaditos, y sólo porque el morlaco pasa relativamente cerca de sus corbatas de seda.

Sí, claros en la plaza, y en otras partes. Pero la foto de unos cuantos taurinos aterrorizados, haciéndose pis ante la cercanía de un astifino, bien vale las dos orejas y el rabo.

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