La información instantánea
Durante las últimas semanas, el mundo de las noticias ha dado un salto importante. El reportero clásico, ése que asiste a un lugar para consignar un hecho, ha empezado a competir contra el reportero espontáneo, el ciudadano común que lleva un teléfono móvil que hace fotografías, o una máquina de vídeo, y que registra el hecho en el instante en que éste ocurre. La desventaja del reportero frente al citizen reporter (reportero ciudadano) es palpable: mientras el primero persigue la noticia, el otro es parte integral de ella, está situado dentro del acontecimiento y desde esa posición privilegiada hace piezas periodísticas que en unos cuantos segundos puede enviar al productor de un noticiario de televisión. El día de los atentados en Londres, un reportero ciudadano envió, a la redacción de Skynews, un vídeo de la explosión que él mismo había sufrido dentro de su vagón. Estas imágenes llegaron a las 12.40 a la oficina del productor y veinte minutos después, a la una en punto de la tarde, ya estaban en el aire en el noticiario de televisión. Además de la velocidad con que el reportero ciudadano difunde la información, y de su posición estratégica en el corazón de la noticia, está la liviandad de su equipo de trabajo que simultáneamente es su teléfono. Esto parece una idea extraída de la vieja serie de televisión El Superagente 86, donde el detective Maxwell Smart se comunicaba con su jefe por el zapatófono, un teléfono que simultáneamente era su zapato. Junto a la figura del reportero ciudadano va creciendo la del ciudadano que opina por escrito en los blogs, esos diarios personales que publican millones de personas en Internet y que se han convertido en una fuente alternativa de información. Xavier Mas de Xaxàs, en su estupendo libro Mentiras, viaje de un periodista a la desinformación, apunta que "los bloggers han cambiado el tono y la perspectiva de las noticias. La información ya no es una lección magistral que el medio ofrece desde el púlpito del cuarto poder, sino que se parece a una conversación de café, al intercambio de pareceres entre iguales. (...) Los blogs se han convertido en el quinto poder, en el radar de la prensa de referencia, en el banco de pruebas donde los hechos se someten a todo tipo de escrutinios".
En el universo de los blogs existen, desde luego, una multitud de diarios frívolos o demasiado personales, pero también hay muchos con información fiable y opiniones razonables que empiezan a influir en la prensa, digamos, tradicional. El diario inglés The Guardian ha incluido en su edición de Internet una sección que se titula 'Newsblog', donde reporteros ciudadanos enganchan sus crónicas instantáneas, o sus fotografías de móvil desde el corazón de la noticia. Aunque The Guardian es un periódico donde las noticias, incluidas las del blog, deben ser filtradas por el editor, no puede pasarse por alto ni la velocidad ni la perspectiva de close-up que tuvimos sus lectores hace unas semanas, cuando asistíamos al recuento casi instantáneo del concierto de Live 8 en Hyde Park, al de las batallas de los manifestantes contra las fuerzas del orden durante la cumbre del G-8 y al de los atentados terroristas del 7-J. Ahí vimos, por ejemplo, la noticia de las alpargatas ("mocasines", decía el autor de la fotografía) de Bob Geldof manchadas de vino tinto, unos minutos después de que el cantante se derramara la copa de Rioja encima; también vimos la fotografía de móvil y leímos la crónica instantánea de un golpeado por la policía en Gleneagles y unas horas después asistimos a la publicación de decenas de fotografías sobrecogedoras de las explosiones en el metro de Londres, recién hechas por reporteros ciudadanos.
De todas las lecturas que pueden hacerse del surgimiento intempestivo del citizen reporter, cabe detenerse en la de la democratización del periodismo, con sus peligros aledaños: la cobertura que de los atentados del 7-J hicieron los bloggers, y los reporteros gráficos de teléfono móvil, nos dio una imagen más completa de lo que había pasado dentro de los túneles, vimos imágenes de las explosiones, del interior de los vagones y de las largas filas de pasajeros caminando junto al tren en la oscuridad; esta serie de imágenes, que en otra época hubieran sido impensables, nos permitieron ver el acontecimiento desde muchos ángulos, tuvimos, muy poco tiempo después de que ocurriera, un punto de vista múltiple de la tragedia y, sin embargo, pese a la multitud de imágenes, no quedamos sustancialmente mejor informados que si hubiésemos leído la noticia en las páginas lentísimas de un periódico de papel. Al margen de sus bondades, el reportaje ciudadano entraña ciertos riesgos, el estrecho margen de reflexión y análisis que tiene un productor que recibe un vídeo en su oficina que saldrá al aire veinte minutos después, es la grieta por la que puede colarse información falsa, una broma o una noticia que siembre el terror. Por otra parte, la iniciativa inglesa, que pronto entrará en vigor en todos los países de la Unión Europea, de intervenir las llamadas telefónicas y los mensajes por Internet, y de almacenar y analizar lo que sirva para la investigación de un acto terrorista, irá formando de paso el gran archivo de las noticias de los citizen reporters: el recuento espontáneo, civil y poliédrico de la tragedia.
Pero volvamos a la figura fascinante del reportero ciudadano y concedamos que esta figura está en alza y que en muy poco tiempo gran parte de la información será consignada por ellos, por gente que está frente a una noticia y espontáneamente la fotografía, o la escribe y la cuelga en su blog. Ahora imaginemos, con ánimo novelístico (¿no era el zapatófono de Maxwell Smart pura ficción?), que cada ciudadano ejerce su derecho de convertirse en citizen reporter y sale todos los días armado con su teléfono, que también es cámara, dispuesto a cazar la noticia del día, y sigamos imaginando que esta fiebre periodística se extiende a todos los habitantes de una ciudad. ¿En qué se convierte la información cuando todos la generan y ninguno la recibe? Y una vez extendida la fiebre, los reporteros ciudadanos irán todos fotografiando cualquier pieza de información, cualquier cosa, porque todo puede ser noticia, una alcantarilla, un hombre que cojea, una flor marchita, todos los detalles del día consignados permanentemente en tiempo real, hasta que la trama llega a un punto en que, junto a las veinticuatro horas del día real, transcurren, de manera rigurosamente paralela, las veinticuatro horas de noticias instantáneas de ese día.
Jordi Soler es escritor.
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