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ASTE NAGUSIA
Columna
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Bilbao caliente

Esto del Bilbao Tropical es lo que tiene: que uno no se lo puede tomar del todo en serio. Y mira que nos esforzamos por calentarnos la sangre, siquiera sea mediante una transfusión musical.

Ayer, en Botica Vieja hubo multitudinario concierto de reaggetón, con la panameña Lorna (la de Papi Chulo), como estrella más conocida, y aún perduran los ecos de la caravana musical de Carlinhos Brown, que surcó la Gran Vía en un multitudinario maratón carioca, y que también regresa en estas fiestas. Y eso que a los pocos días del arranque de la Aste Nagusia se cayó del cartel William Omar Landrón, Don Omar, al parecer por problemas con la ley en Puerto Rico.

El bueno de Omar es un acabado ejemplar de eso que se llama, de forma muy inconcreta, "lo latino". La verdad es que a mí, en las fotos, me ha parecido siempre uno de esos horteras que entran de lleno en el terreno macarra: gafas, peinados y joyas extravagantes, problemas con la policía (marihuana, pistolas ilegales,...) y esa paradójica facilidad para combinar la fe en Dios con la ausencia absoluta de condicionantes morales. El propio Omar, al margen de un dudoso historial ciudadano, ha sido también pastor en la Iglesia de la Restauración en Cristo. "Confío mucho en Dios y en mis abogados", ha declarado ante la prensa, con la misma naturalidad con la que podría haber dicho que confía en la Virgen María y en su asesor fiscal, o en San Pedro y en el cuerpo de bomberos.

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"No temo la fiesta; la miro con respeto"

Con Lorna y con Carlinhos, la Aste Nagusia se ha garantizado su ración de ritmos calientes, ardientes y apasionados. Hasta ahora, los vascos hemos sido sosísimos, pero parece que ha llegado el momento de mover el esqueleto. Se acabó nuestra irremediable tendencia a las costumbres calvinistas (tanta devoción por el trabajo, tanto control social de las conductas, tanta policía moral). Ahora, apóstoles mestizos de esa latinidad espúrea que nos llega de América intentan modificar nuestro modo de ser.

Aguardo con cierta esperanza que, a ritmo de samba, de tango, de reggaetón o de merengue, los vascos empecemos a vivir de forma menos acomplejada. Como hace poco me recordaba una amiga, no puede decirse de los vascos varones que seamos un paradigma de la masculinidad fascinante y seductora. Y tenía toda la razón, como ha retratado sin tapujos ese monumento a la ironía que representa el programa Vaya semanita, de Euskal Telebista. Claro que, puestos a recordar, tampoco puede decirse que la mujer vasca haya destacado a lo largo de la historia por su sensualidad. En este asunto la responsabilidad no va por géneros: se trata de una carencia colectiva, nacional.

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Nada, que tenemos lo que tenemos: el Rh más frío del Ártico para acá. A ver si los ritmos calientes son capaces de templarnos un poco: partimos de una temperatura tan gélida que sólo es posible mejorar. Ignoro cuál será la verdad demográfica, pero a veces da la sensación de que, con tanta política, tanto fútbol y tanta gastronomía, los vascos ya ni se reproducen.

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