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Reportaje:LA RETIRADA DE GAZA

Los palestinos esperan su momento

Más de 10.000 policías tratan de evitar que un arranque de fanatismo empañe la retirada

Una veintena de mujeres que portan retratos de sus hijos, prisioneros palestinos que purgan condenas en cárceles israelíes, aguardan a las puertas del centro cultural Rashad Shawwa, en el centro de la ciudad de Gaza, la llegada del ministro de Exteriores palestino, Nasser al Kidwa. Prevista estaba una conferencia de prensa del funcionario que no se celebró. Una de las madres se aupó al estrado. No hubo manera de apearla. Fue ella quien se dirigió a los periodistas para arremeter contra la Autoridad Nacional Palestina (ANP). "Hablan del primer paso de la liberación, pero se olvidan de estos luchadores por la libertad", clama con el verbo combativo de quienes tienen a familiares en prisión.

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La calma, sólo alterada por breves contratiempos, reina en Gaza a la espera de la explosión de júbilo. No obstante, cualquier chispazo puede quebrar esa tranquilidad. Es por ello que la presencia policial en las calles de la capital de la franja era ayer abrumadora. En las últimas 48 horas la ANP ha desplegado 24 batallones -entre 10.000 y 11.000 agentes- en el territorio que Israel comenzó a evacuar por la fuerza en la medianoche del martes. Otras fuerzas especiales permanecen en la retaguardia.

El Gobierno palestino, pese a este despliegue, hace la vista gorda ante pequeños incidentes o permite que se pospongan actos programados de sus funcionarios. Todo sea por mantener fría una balsa de aceite que puede empezar a hervir a las primeras de cambio. A escasos 100 metros del centro cultural, milicianos encapuchados del Frente Popular para la Liberación de Palestina, con sus banderas rojas y sus kaláshnikov a cuestas, campaban a sus anchas y montaron un atasco descomunal. Nadie les importunó. A su vera, jóvenes y mujeres pintaban murales alusivos a la resistencia y a la victoria frente al enemigo en las paredes de la calle de Omar el Mujtar, una de las principales arterias de Gaza, donde viven apiñadas medio millón de personas.

"Sí al principio del fin del infierno de la colonización", reza una flamante pancarta de Al Fatah, el partido del presidente Mahmud Abbas, en una de las principales avenidas de la ciudad de Gaza. Conforme se avanza hacia los campos de refugiados de Yabalia y Beit Lahia, muy cerca de la frontera norte de Gaza con Israel, comienzan a abundar los carteles del Movimiento de Resistencia Islámica Hamás. "Ellos pensaron que sus muros les protegerían", reza uno de ellos. Se trata de un versículo del Corán que hace alusión a las primeras disputas entre musulmanes y judíos en tiempos del profeta Mahoma, en el siglo VII. "Igual que hoy", dice sonriente un residente de Yabalia. "Por la sangre de los mártires han abandonado los enemigos", se lee en otra de las telas colocadas por los islamistas, todas ellas recién sujetas a los cables que atraviesan las calles.

Enormes banderas palestinas -la ANP parece desear apropiarse de los símbolos patrios- cubren las fachadas de varios edificios oficiales. Y todos los partidos preparan soterradamente una celebración que aún no tiene fecha. "Habrá sorpresas", aseguran los dirigentes de Hamás. ¿Será cuando salga el último colono? ¿O cuando se retire el último militar judío y el Ejecutivo palestino se haga cargo de la quinta parte del territorio de la franja que estaba destinado hace décadas a los colonos?

En cualquier esquina están apostados uniformados. Soldados y policías vigilan y cierran el paso en las carreteras que se dirigen hacia las colonias ya evacuadas del norte de la franja (Dugit, Elei Sinaí y Nisanit). Viviendas más que habitables, que serán destruidas, y que contrastan con las míseras casas de cemento de los atestados campos de refugiados de Shati y Yabalia, en calles arenosas, sin alcantarillado.

A pesar de esta coyuntura de frágil estabilidad, un asunto inquieta sobremanera a la ANP. Nada se sabe del paradero del periodista francés de origen argelino Mohamed Ouathi, secuestrado el domingo por la noche. Un rapto con tintes desconocidos en Gaza, donde siempre se saldan en cuestión de horas porque los captores sólo pretenden llamar la atención, sus reivindicaciones pueden ser satisfechas de un plumazo o porque son identificados y detenidos de inmediato por los servicios de espionaje, unos cuerpos que esta vez admiten no tener rastro alguno.

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