Se busca sueldo para vivir

Marco Antonio dejó México para irse a Estados Unidos en octubre de 2004, tras concertar con un contrabandista el pago de 2.500 euros para que le introdujese allí. Ahora es un inmigrante ilegal, mientras su mujer cría sola a sus tres hijos. Vivir así nunca entró en sus planes, pero…

Cuando los conocimos, Marco Antonio y su mujer, Alma, que había sido antes enfermera, estaban viviendo en un apartamento de un edificio de hormigón de dos plantas a las afueras de Cuernavaca (80 kilómetros al sur de Ciudad de México), donde llevaban un changarro (una pequeña tienda de comestibles) en la planta baja. A Marco Antonio le echaron de su empleo en una destilería pocos años antes y no había podido encontrar otro. Como no tenían ahorros ni otra alternativa, la pareja abrió su propia tiendita, en la que al principio llevaban solamente 10 o 15 artículos: cortezas de cerdo, salchichas, golosinas, Coca-Cola y embutidos. Como Marco Antonio y Alma trabajaban juntos en la tienda, ampliaron la selección y colgaron un televisor del techo de la tiendita para que les ayudase a pasar el rato entre cliente y cliente. La familia comía junta detrás del mostrador, una imagen común en las miles de tiendas familiares de México.

En un día cualquiera, el programa de la familia giraba en torno a su changarro. Emmanuel, de siete años, se ocupaba de su hermanito Arath mientras Marco Antonio se ocupaba de los clientes. Si se iba a hacer recados, Alma le sustituía, porque la clave para llegar a fin de mes era mantener abierta la tienda todo el día y hasta muy tarde. A mediodía, Alma cocinaba el almuerzo de la familia en el piso de arriba: generalmente arroz con judías y después sopa de pollo con cilantro, o una sabrosa sopa de cangrejo, o a veces tacos de carnitas (de cerdo). Como la mayoría de sus vecinos, Alma compraba todos los días tortillas frescas de maíz. Cuando el almuerzo estaba listo lo bajaba a la tienda, y los niños se sentaban a comer en el suelo con el cuenco en el regazo. Al ir creciendo los niños, también aumentó su acceso a los tentempiés: patatas fritas, golosinas y otros productos procesados y envasados. Las comidas de los Casales, casi sin excepción, se servían con Coca-Cola, la bebida favorita de la familia. En una semana bebían más de 20 litros. Cuando Alma era pequeña, las judías, la pasta, el arroz y las tortillas eran los pilares de la dieta familiar, y no había dinero para golosinas dulces o saladas. "Sólo comíamos lo que mi madre cocinaba", dice.

La cocina tradicional mexicana -tamales, huevos rancheros con tortillas frescas de maíz, enchiladas de queso, quesadillas, judías con arroz cargadas de manteca de cerdo- es un excelente carburante para los que tienen gran actividad física, cosa que sucede cada vez menos con la población mexicana. La población ha aumentado alarmantemente de peso. Según las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud, el 65% de la población de México es obesa o tiene sobrepeso. La familia de Alma y Marco Antonio no es una excepción. "Mi madre y mis suegros pesan más de la cuenta", dice Alma, "y todos tienen diabetes". Alma, Marco Antonio y su hijo mayor también pesan más de la cuenta. Al preguntarle si hacía algún ejercicio físico, Marco Antonio dice que no: "Antes jugaba al fútbol y corría un poco, pero cuando nacieron los chicos no había tiempo para el deporte".

Con el tiempo se fueron abriendo más y más tienditas en el vecindario de Alma y Marco Antonio que se llevaban un mordisco importante de sus ganancias. Además, los grandes supermercados estaban instalándose en la comunidad. La pareja no hacía bastante negocio. Después de nuestra visita, el padre de Alma, un trabajador indocumentado que recoge fruta en Estados Unidos, le sugirió que se fuera con él. Llegaron a un arreglo con un coyote (contrabandista) para que pasara a Marco Antonio a escondidas la frontera por 2.500 euros. No tuvieron que pagarlo todo de golpe: hicieron un pago inicial y prometieron pagar el resto más tarde. Temeroso y esperanzado, Marco Antonio dejó atrás a su familia.