Entre la abundancia y lo más básico

ECUADOR: LOS AYME, DE TINGO

Pobres, pero sanos

Su economía es de subsistencia. Viven diez personas de un huerto y un pequeño rebaño de ovejas en un pueblo andino a 3.300 metros de altura. Sus alimentos básicos son la patata y el maíz. Además complementan el menú y dicen que se mantienen sanos con buenas raciones de plantas medicinales; por algo la madre es la curandera del pueblo.

No es de extrañar que Ermelinda Ayme Sichigalo prefiera dejar a sus hijos en Tingo, su pequeño pueblo en las tierras altas centrales de los Andes, que bajarlos de las montañas al mercado semanal de la localidad mucho mayor de Simiatug. Sobre todo a sus hijos más pequeños, que reclaman todo lo que ven, porque dispone de poco dinero para gastos adicionales. Alvarito, de cuatro años, "es el más problemático", dice, "pero es imposible dejarlo en casa sin regañar". Cuesta imaginarse a alguien discutiendo con la autoritaria Ermelinda, hasta que conocemos a Alvarito.

Con ocho hijos que criar (incluido el bebé que porta a la espalda), además del trabajo en el campo, ocuparse de un rebaño de ovejas, cocinar, lavar la ropa, ir al mercado y practicar la obstetricia y la curación medicinal, Ermelinda no tiene demasiado tiempo para mimar a los niños.

En Tingo no hay tiendas ni mercados, sólo vecinos y familiares con quienes intercambiar y compartir. La caminata de Tingo a Simiatug es de cinco kilómetros, y luego queda el retorno casi vertical, montaña arriba.

Aunque el país se encuentra en el ecuador y la temporada de siembra es prolongada, los campos de la familia Ayme están a 3.300 metros de altura en las montañas, muy alejados de las fértiles tierras bajas tropicales. "Nuestra tierra es seca, y el viento, fuerte", afirma Orlando Ayme, el marido, "lo cual no es muy bueno para la siembra. Las tierras de más abajo son mucho más fértiles, pero resultan demasiado caras". A pesar del difícil clima, se las arreglan para vivir gran parte del año de lo que cultivan en sus campos: patatas, oca (un tubérculo comestible), maíz, trigo, habas y cebollas. La única proteína animal que consumen es la del conejillo de Indias y el pollo, pero sólo algunas veces al año. Tienen una vaca lechera que produce aproximadamente un litro al día.

Se aseguran el pan mediante su otro negocio: el rebaño de 50 ovejas que los Ayme comparten con su numerosa familia. No crían a los animales para comérselos, sino para venderlos en el mercado y arreglárselas durante la temporada seca. Además, Orlando es el representante de Tingo ante el Pachakutik, un partido político nacional. Gana 40 euros al mes por el trabajo, pero 12 de ellos son para cubrir el alquiler de la pequeña habitación de Simiatug donde se hospeda cuando realiza negocios de la comunidad. Los 28 euros restantes no dan para mucho con una familia de 10 miembros. El dinero escasea especialmente desde 2000, cuando Ecuador adoptó el dólar como divisa nacional. La medida frenó la inflación, pero los precios aumentaron, ya que los vendedores aprovecharon el cambio para redondear los precios al alza. De repente, muchas compras pequeñas costaban como mínimo un dólar, una barbaridad si tenemos en cuenta que el 40% de los ecuatorianos viven con menos de dos dólares al día.

Los Ayme llevan una vida físicamente exigente, y Ermelinda aún más que su marido, como el propio Orlando reconoce. Además de dedicarse a la labranza, es la curandera del pueblo, y recoge ortigas, cabellera de maíz, cola de caballo, menta, camomila y semillas de plátano para preparar tónicos y tés saludables. "Es difícil mantener a todos estos niños sanos", comenta. "No tenemos dinero para médicos ni medicamentos". Pero Orlando cree que sus esfuerzos se ven recompensados. "Somos pobres, pero sanos", afirma.Durante nuestra visita en septiembre se han comido la última patata (su cultivo básico). Esa semana han de vender dos ovejas para comprar comida.

Ermelinda dice que le gusta todo lo que comen y es incapaz de elegir un alimento predilecto. Los Ayme generalmente llaman a toda la comida envasada y procesada "suiza", un claro indicio de que Nestlé ha logrado abrirse paso hasta las desvencijadas estanterías de los mercados del mundo en desarrollo.

¿Hay algo que les guste, pero que no puedan comer porque es demasiado caro? "Sí", responde Orlando, "sardinas enlatadas y queso envasado".