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FIESTAS DE LA BLANCA
Columna
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Salir en la tele

Vaya, no hemos llegado a mitad de La Blanca y ya está vacía la bodega. Pediremos más. Un rioja, don Camilo. Con unas pochas, supongo. A aquel veterano periodista eso de salir en la televisión no le hacía ni pizca de gracia. Era de la opinión que el anonimato es condición indispensable del autor serio.

Como le ocurre a mi amigo Ignacio, quien también detesta aparecer en ETB -"¿cuánto pagan?", empieza por preguntar antes de lanzar un exabrupto-, el primero añoraba los tiempos gloriosos en que los escritores, eran sólo un nombre sin rostro, de cuya vida privada apenas se sabía nada.

Volviendo al Rioja, a las pochas (judía blanca temprana) y a CJC, mi amigo y un servidor somos de la opinión que, gracias a la tele, el gallego se parecía en sus últimos años -como su paisano Fraga- cada vez más al diplodocus del anuncio, y no el animalito a Cela, lo cual sería científicamente preocupante.

Desde antes de Samaniego y Aldecoa, 'Guaysteiz' sí tiene quien le escriba, en prosa o en verso...

Materia para los artículos de divulgación de Javier Armentia y para la próxima novela "histórica" de Toti Martínez de Lezea, si Ramón Pizarro de Hoyos o Ángela Serna no superan las ventas de J. K. Rowling y las peripecias de su Harry Potter.

No he vivido los tiempos propios de alabanza de que hablaba mi experimentado colega, cuando los más populares escritores se reducían a unas iniciales. Pero si he conocido los menos esplendorosos en que las gentes de pluma -nada que ver con el momento Boris ni con la Otxoa- no disfrutaban de la tentación televisiva, en los que esas frágiles criaturas abandonaban el Día del Libro sus colmenas, sus pesebres y madrigueras para mostrarse radiantes, ofrecerse maquillados a sus potenciales lectores.

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Era una fauna que me resulta familiar. Años relativamente gloriosos, sin bizca televisión autonómica, en que a los autores se les conocía a veces más por el apellido que por la cara, como a un tal Álvarez Solis. Años en que el rostro de los juntaletras gasteiztarras, treviñeses o de más allá, no se confundía con los efectos especiales, con el pregón festivo, con el universal gallego. Cuando las pochas solíamos tomarlas sin prisa, bien regadas, como otras alegrías de la huerta y la despensa; mientras nos mostrábamos unos a otros los libros que habíamos comprado (o "confiscado"), y leíamos párrafos de obras que quizá nunca llegarían a la imprenta.

Tampoco me imagino a Kepa Murua ni a Altarriba, a Kirmen Uribe o Bernardo Atxaga, a Arturo Hernández Landazabal o Iban Zaldua, disfrazados de aldeanos de vaya usted a saber cuando... Sin embargo, más de uno que ahora "suena" dejaría la alcachofa y el estudio de pega, para acompañarme en una sentada digna de Pantagruel en cualquiera de nuestros estupendos restaurantes... Eso sí, sin renunciar a un Ribera o a un Priorato.

El ruido (sobra en la procesión de Los Faroles, la última con muchos jóvenes) y los focos para quienes creen que todo es mercadotecnia, desde los burros de las carreras hasta las gansadas sin enjundia. Desde antes de Samaniego y Aldecoa, Guaysteiz si tiene quien le escriba, en prosa o en verso, en euskera y en español.

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