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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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El fin de Lula

Josep Ramoneda

NO SÉ SI SE DEBE atribuir a la aceleración propia de los tiempos que corren o a una especie de fatalismo suramericano, pero la que tenía que ser la nueva izquierda brasileña ha quemado etapas a ritmo trepidante. En dos años ha sembrado el desencanto y se ha hundido en el pantano de la corrupción. No sólo es el destino político de la izquierda social brasileña el que queda tocado, fragmentada entre el núcleo del poder y la corrupción del PT, los hombres que todavía conservan alguna cuota de prestigio como Tarso Genro, que parece haber llegado tarde a salvar al partido de la catástrofe, y el ala izquierda que abandonó el barco a tiempo y ejerce con dureza la crítica desde fuera. La ilusión de que por fin era posible en Latinoamérica una izquierda socialista que no estuviese condicionada por la sombra e influencia de Fidel Castro ha sido un espejismo. El desastre se expresa en este dato: hoy Chaves es más fuerte que Lula.

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El luto entre la ciudadanía brasileña de izquierdas es tal que no sirve ni siquiera el consuelo de que ningún partido está libre de la mancha de la corrupción. Las privatizaciones, dicen, fueron un escándalo mucho más grande que lo que ha ocurrido ahora. Pero lo dicen con la boca pequeña. Con una sensación de vergüenza: se temía que una política demasiado social de Lula provocara la desestabilización desde la derecha y ha pasado lo contrario, la política económica ha sido de una ortodoxia aplaudida por los poderes económicos y todo se ha ido abajo por el sumidero de la corrupción. Hay quien dice -a pelota pasada es fácil- que no hay motivo para la sorpresa. Que el PT estuvo siempre bajo sospecha. Y se recuerda que, cuando Lula ganó, el PT acababa de perder dos ayuntamientos simbólicos como São Paulo y Porto Alegre.

Cada día, una nueva sorpresa en los periódicos: una nueva cuenta descubierta, un nuevo pago, una nueva persona implicada, el agua sube y las preguntas se encadenan: ¿hasta dónde llegará? ¿Qué pasará con Lula? La opinión más extendida es que nadie está interesado en la caída de Lula. La oposición sabe que el carrusel de revelaciones no cesará. Es una sangría constante para Lula. Dejando que el tiempo transcurra, Lula llegará a las elecciones completamente exhausto. Y será un rival fácil de batir. Naturalmente, estas especulaciones tácticas quedarían en nada si el agua de la corrupción alcanzara al propio Lula. Es decir, si apareciera un documento, un papel, que le implicara directamente. De momento, la avalancha ya ha alcanzado a un hijo de Lula. La incertidumbre es grande en un país en que da la sensación de que sólo gobierna el ministro de Economía. Que en este momento aparece como la única garantía de una cierta estabilidad.

La corrupción ha ido paralela al desencanto. En la comunidad de vecinos de la principal favela de São Paulo, Heliópolis, se preguntan dónde está la promesa de dar títulos de propiedad a los "moradores". La burocracia lo encalla todo, dicen. Y en todas partes se señala el mismo punto: la principal urgencia de Brasil es la educación, y no se está enfocando en serio. Se ha avanzado mucho en porcentaje de niños escolarizados, ya cercano a la plena escolarización, pero la calidad de la educación sigue siendo pésima. Una deficiencia crónica que no se corresponde con el potencial intelectual, creativo y tecnológico del país. Algunos la achacan a la falta de perspectiva de futuro de unas élites que siempre han preferido mantener al pueblo en la ignorancia.

En Brasil, todos los caminos conducen al mismo punto: la desigualdad crónica. La producción crece, pero la desigualdad permanece exactamente igual. El productivismo no es suficiente para atemperar una desigualdad muy visible, agravada además por el comportamiento de unas clases pudientes muy exhibicionistas. Hay quien afirma que la cuestión de la desigualdad es la clave del futuro de la izquierda latinoamericana. O la izquierda es capaz de encarar este problema o no conseguirá salir nunca de la provisionalidad y del fracaso. Pero la izquierda brasileña llegó al poder montada sobre la carroza de la corrupción, es decir, trabajando a favor de la desigualdad crónica. Mientras la izquierda no dé respuesta a la desigualdad, la demagogia de Chaves y Castro siempre tendrá presencia. Entre otras cosas, porque los dineros de Castro no salen en los periódicos, y los del PT, sí.

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