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Reportaje:

"Nos espera la muerte"

Los refugiados uzbekos en el sur de Kirguizistán denuncian un plan para devolverlos por la fuerza a su país

"Aquel terrible viernes nos unimos a la manifestación en la plaza de Andiyán. Los soldados comenzaron a disparar y al ver a los primeros caídos y oír los gritos de los heridos cundió el pánico entre la gente, que salió corriendo en desbandada. Hasta hoy no sé qué ha sido de mi pequeñita de dos años. Está desaparecida. Nunca hallaron su cuerpo", asegura Timur Askárov. Este hombre de 35 años es una de las 427 personas que se encuentran en el campamento de refugiados uzbekos en el sur de Kirguizistán. Timur está junto a su esposa en el campamento -levantado cerca de la aldea de Sasyk, en el distrito de Bazarkurgán de la provincia de Jalalabad-. En Andiyán han dejado cinco hijos; el mayor tiene 11 años. Akram Zajídov, de 48, ha tenido menos suerte: su mujer, Jidoyat, murió tiroteada por los soldados uzbekos que los persiguieron hasta la frontera con Kirguizistán. Sus tres hijos, como los de Timur, permanecen en aquella ciudad uzbeka.

Los refugiados prefieren no explayarse sobre lo sucedido el 13 de mayo en Andiyán. Unos, por dolor; otros, por temor a posibles represalias del régimen de Islam Karímov. Timur sólo sonríe amargamente cuando se le pregunta si es verdad que murieron 187 personas, como sostienen las autoridades uzbekas. "Hubo cientos y cientos de muertos. Calculo que podrían alcanzar el millar y medio, y eso sin contar los desaparecidos, los heridos, los encarcelados y torturados...", dice.

Preocupación y miedo

La atmósfera en el campamento es de preocupación, incluso de miedo. Miedo a ser entregados a Uzbekistán como lo fueron -de forma ilegal y en secreto- cuatro compañeros. ¿Creen que les espera la cárcel en Uzbekistán? Ellos responden a coro: "No; peor aún: nos espera la muerte". El régimen de Karímov afirma que la revuelta de mayo en Andiyán fue organizada desde el exterior por extremistas islámicos.

A pesar de que las autoridades kirguizas les han asegurado que no serán extraditados a Uzbekistán, los refugiados tienen serias dudas al respecto. "La fiscalía pidió que le permitiéramos llevarse a tres decenas de hombres para interrogarlos. Nos dijeron que necesitarían una semana y que después serían devueltos al campamento. Han pasado 15 días y aún están en la cárcel de Osh. Más aún, ahora dicen que es necesario interrogar a otros 150", explica Timur.

"Vea lo que le ha sucedido a Tabaggal Jadzhíyev, uno de nuestros compañeros que entregaron a Uzbekistán. Ahora está grave en el hospital a consecuencia de las palizas que le dieron durante los interrogatorios. Pero mucho peor le fue a Azatbek Zhuráyev, que decidió regresar a su pueblo en el distrito de Jalalakubuk", interviene Alisher, un joven que prefiere no dar su apellido.

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Azatbek, un panadero de 29 años, fue detenido por los servicios de seguridad a su regreso a Uzbekistán. Durante cinco días fue torturado: le introducían agujas calientes bajo las uñas, lo golpeaban hasta quebrarle los huesos. Después entregaron el cuerpo sin vida a los padres de Azatbek y les dijeron que ahora todos sabrían lo que les espera a los "revoltosos y a los que protestan". Los médicos constataron que Azatbek tenía los órganos reventados y que le habían roto los huesos de las manos y las piernas, sostiene Alisher.

Los refugiados no quieren que la fiscalía kirguiza se lleve a otros 150 refugiados para interrogarlos y exigen un abogado para que les defienda de las posibles arbitrariedades. Sus temores no son infundados, según explica Alexandr Petrov, de la organización de derechos humanos Human Rights Watch. "Las presiones de Uzbekistán son muy fuertes", explica, y Kirguizistán es un país pequeño y débil. En cualquier caso, de acuerdo con el derecho internacional, los kirguizos no pueden entregar a nadie al régimen de Karímov, ya que está probado que éste utiliza la tortura y Bishkek firmó a mediados de los años noventa la Convención que la prohíbe, explica Petrov.

Por supuesto que un nuevo motivo de preocupación es el acuerdo alcanzado recientemente en la última reunión de la Organización de Cooperación de Shanghai para entregar a las personas acusadas de terrorismo o separatismo, pues nada impide a Karímov afirmar que los refugiados son terroristas o separatistas.

Los uzbekos que huyeron de la matanza de Andiyán preferirían quedarse en Kiguizistán -en el sur, la mayoría son de nacionalidad uzbeka-, pero sería mucho más viable que fueran distribuidos entre los países dispuestos a acogerlos. Además de los problemas de seguridad que los refugiados encontrarían en Kirguizistán -pueden ser simplemente vendidos a las autoridades uzbekas-, está el de darles trabajo. El paro es una de las lacras kirguizas y es imposible para la pequeña república ocupar a los refugiados antes que a sus propios ciudadanos.

Ante este panorama, lo ideal, según Petrov -quien visitó el campamento acompañado de un abogado que explicó a los refugiados sus derechos-, sería evacuarlos a a otro país y desde allí distribuirlos a diferentes naciones. Y esta decisión, por fin, ahora ha sido tomada. Hay unos 10 países que han manifestado su disposición a recibir a los refugiados uzbekos, entre los que figuran Australia, Canadá, EE UU, Nueva Zelanda y Suecia.

Akram Zajídov, uno de los refugiados uzbekos en Kirguizistán.
Akram Zajídov, uno de los refugiados uzbekos en Kirguizistán.R. F.

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