EE UU reclama al IRA acciones que demuestren su compromiso
La renuncia debe incluir toda actividad paramilitar y criminal
La Casa Blanca pidió ayer al Ejército Republicano Irlandés (IRA) que cumpla con su promesa de poner fin a toda acción armada y reclamó acciones concretas al grupo terrorista. "El anuncio del IRA debe ir ahora seguido de acciones que demuestren que el movimiento republicano se compromete con la ley y que renuncia a toda actividad paramilitar y criminal", informó el portavoz de la Casa Blanca, Scott McClellan.
Hasta Washington había viajado Martin McGuinness, negociador jefe del Sinn Fein, el brazo político del IRA, para reunirse con congresistas y con Mitchell Reiss, consejero especial para Irlanda del Norte del presidente, George W. Bush. Pero a pesar de que el anuncio de ayer fue calificado de "histórico", Bush ha tenido un papel mucho menos activo que el de su predecesor, más de una década atrás.
Fue durante el primer mandato de Bill Clinton cuando se cimentó el camino hacia la paz en Irlanda del Norte. Durante su primera campaña electoral, en 1992, Clinton, apoyado por el clan de los Kennedy e influenciado por el lobby irlandés -en EE UU cerca de 40 millones de personas son de ascendencia irlandesa-, jugó con el tema de Irlanda del Norte y con la necesidad de poner fin al conflicto. Por ello reiteró el apoyo de su país para crear "una era de paz".
La mano del presidente Clinton estuvo detrás de los acontecimientos que, en 1994, concluyeron en un anuncio de alto el fuego unilateral por parte del IRA. Fue entonces cuando la Administración norteamericana decidió levantar la prohibición para que funcionarios estadounidenses se entrevistasen con el Sinn Fein, aunque Gerry Adams no sería por el momento recibido en la Casa Blanca.
La decisión norteamericana, calificada de "histórica" por el Sinn Fein, supuso en ese momento un duro revés para el Gobierno conservador británico, que seguía rechazando al partido irlandés como interlocutor. Puede que lo que más perturbase entonces a la clase política británica fuera la perspectiva de ver a Clinton estrechando la mano del que había sido durante casi 25 años el enemigo público número uno.
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