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Columna
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Aprobados

Enrique Gil Calvo

El primer curso político de la presente legislatura finaliza entre gruesas trifulcas parlamentarias, como por estos pagos tiende a resultar cada vez más habitual. No podía ser de otro modo, dada la política de la venganza que practica el Partido Popular, que no ha dudado en aprovechar la ocasión que le brindaba el trágico accidente del incendio forestal de Guadalajara para montar en las Cortes toda una escena justiciera, en claro ajuste de cuentas que ansiaba hacerle pagar al Partido Socialista la deuda contraída hace dos años y medio a cuenta del desastre del Prestige: donde las dan, las toman. Todo ello a la espera de que un futuro y quizá probable atentado islamista les permita cobrarse cumplida venganza por el usufructo socialista del 11/14-M.

Pero, hablando de incendios forestales, los árboles ardiendo de las broncas parlamentarias no deben impedirnos contemplar el estado del bosque político. Este curso que ahora finaliza resultaba muy difícil de superar para ambos contendientes: el Gobierno en minoría de José Luis Rodríguez Zapatero y la precaria oposición que a duras penas lidera Mariano Rajoy. En efecto, no sólo estaba jalonado por imprevisibles pero decisivos concursos electorales, que significaban auténticos tests para sus respectivos liderazgos, sino que además se trataba del primer curso completo al que ambos se enfrentaban desde sus flamantes cargos a la cabeza del Gobierno y de la oposición, inesperadamente alcanzados contra todo pronóstico como consecuencia indirecta de una masacre como la del 11-M, cuyas explosivas secuelas políticas tenían que afrontar desde una imposible comisión parlamentaria de investigación. Y la verdad es que, dadas las complejas circunstancias que concurrían, se puede considerar que ambos competidores han superado la prueba con un aprobado.

En el caso de Mariano Rajoy, su aprobado es muy bajo de puro raspado, si tenemos en cuenta que no ha conseguido alcanzar ninguno de sus objetivos electorales y políticos, habiendo perdido no sólo el poder en Galicia, sino, además, el debate del estado de la nación. Pero dentro de lo que cabía esperar, se ha tratado de derrotas bastante dignas. La argumentación que esgrimió en aquel debate con Zapatero fue convincente y, al parecer, resultó irrebatible, pues el presidente del Gobierno, en lugar de darle cumplida respuesta, se salió por la tangente con el demagógico brindis al sol de una improvisada oferta de paz a ETA.

Y en cuanto a la derrota gallega, hay que atribuirla al final del ciclo de Manuel Fraga. Por lo demás, bastante ha hecho Mariano Rajoy con resistir incólume el estrecho cerco que sufre a manos de los hombres de José María Aznar, conjurados para vengar la memoria del hombre que los fabricó. A partir de ahora, es de prever una travesía del desierto mucho más tranquila.

Pero mientras tanto, Mariano Rajoy deberá seguir cultivando la estrategia de la tensión para retener la lealtad de su electorado radical, evitando su posible abstencionismo, pues tiempo tendrá al final de la legislatura para rectificar girando al centro reformista en busca del voto moderado.

En cuanto a Rodríguez Zapatero, su aprobado es bastante más holgado, pues el sólo hecho de haber salido vivo de un primer curso político tan envenenado como parecía el suyo, sin haber sufrido ningún revolcón electoral o político, debería hacerle acreedor de un notable cuando menos. Tanto más si tenemos en cuenta que ya ha sacado adelante con éxito su más vistosa agenda de extensión de los derechos civiles a mujeres, homosexuales e inmigrantes. Y que ahora, con dos años libre de contiendas electorales, dispone de margen para cumplir su laboriosa agenda social, centrada en la vivienda, la flexibilización laboral, la emancipación juvenil y la dependencia de mayores e incapacitados.

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Pero pese a este panorama optimista, existen sombras que impiden elevar su calificación hasta un notable que le vendría grande. Y no lo digo sólo por el evidente fracaso de su política exterior, sino sobre todo por el avispero en que se ha metido con la encallada cuestión catalana, de la que depende su precaria mayoría parlamentaria. Esta asignatura la ha suspendido merecidamente, dejándola colgada para septiembre.

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