Por fin, una fiesta
Nos costó media hora recorrer la calle Infantas para llegar a Fuencarral. Media hora que nos pudo costar la vida; a casi cuarenta grados y apelotonados entre el gentío, y también llenos de alegría. No vi ni un solo gesto de vanidad o soberbia. Tengo 48 años y he vivido la clandestinidad como miembro del PCE y he participado en multitud de manifestaciones y batallas campales contra la policía. Hoy he participado en la mayor manifestación de júbilo que he conocido en toda mi vida. Eran las dos de la mañana y Madrid, por fin, era una fiesta. Que nunca más consintamos que nadie cercene nuestras voluntades y denigre nuestra dignidad.
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