A la guerra sin convicción
Los documentos internos del Gobierno británico revelan las dudas ante la política de Bush
En la primavera de 2002, dos semanas antes de que el primer ministro británico, Tony Blair, viajara a Crawford (Tejas) para entrevistarse con el presidente Bush por la escalada de enfrentamientos con Irak, el secretario británico de Exteriores, Jack Straw, lanzó una advertencia. "Tu visita tendrá pocas compensaciones", escribió Straw en un memorándum el 25 de marzo, con el sello de "Secreto y personal". "Los riesgos son enormes, tanto para ti como para el Gobierno".
En público, el Gobierno británico declaraba su solidaridad con los llamamientos de Bush a eliminar las armas de destrucción masiva de Irak. Sin embargo, el memorándum de Straw y otros siete documentos dados a conocer en los últimos meses por el periodista británico Michael Smith revelan una situación muy distinta. Entre bastidores, las autoridades británicas creían que EE UU estaba ya decidido a emprender una guerra en su opinión mal planeada, ilegal y que podría ser un desastre.
Los recelos de militares, ministros y diplomáticos no lograron convencer a Blair ni a EE UU
Los documentos indican que los británicos preveían muchos problemas, entre ellos la escasez de informaciones sobre el carácter de la amenaza iraquí, el débil apoyo ciudadano a la guerra y la falta de planificación para la posguerra. Entre quienes expresaban sus reservas había ministros, diplomáticos, generales y agentes de inteligencia. Pero no lograron convencer a EE UU -ni a su propio líder- de que no siguieran adelante.
Los detractores del Gobierno de Bush afirman que los documentos prueban que Bush decidió ir a la guerra al menos ocho meses antes de que empezara, y que la campaña diplomática posterior en la ONU fue una farsa elaborada para convencer a la opinión pública. Los partidarios del Gobierno, por el contrario, dicen que los memorandos añaden poco a lo que ya se sabe y que incluso contribuyen a demostrar que las autoridades británicas creían que Irak poseía armas de destrucción masiva.
Al margen de que los memorandos sean o no una prueba contra la Casa Blanca, permiten ver lo que pensaban los máximos responsables del principal aliado de EE UU. Este artículo se apoya en esos memorandos, en entrevistas con funcionarios de ambos lados del Atlántico -ninguno ha querido dar su nombre- y en declaraciones escritas. Los portavoces oficiales no han querido hacer comentarios, pero no han negado la autenticidad de los documentos.
Las preocupaciones británicas comenzaron mucho antes de julio de 2002. A finales de enero de dicho año, según varios funcionarios, la Embajada británica en Washington informó a Londres de que los militares habían empezado ya a planear la invasión.
El primer gran debate del Gobierno británico sobre Irak se celebró el 7 de marzo de 2002, según las memorias de Robin Cook, ex ministro de Exteriores, que cuenta que varios ministros preguntaron sobre la guerra. "¿Qué ha cambiado para que de pronto tengamos derecho legal a emprender una acción militar?", preguntó David Blunkett, estrecho aliado de Blair. Éste defendió que el interés nacional exigía mantener la estrecha alianza con EE UU. "Si no, perderemos la posibilidad de influir".
Estos puntos se repiten en los seis primeros memorandos de Downing Street, redactados entre la reunión del Gobierno del 7 de marzo y el viaje de Blair a Crawford, un mes después. El primero, elaborado por la Secretaría de Exteriores y Defensa al día siguiente de la reunión mencionada, indicaba que las informaciones sobre Irak eran escasas, que en ese momento no existía ninguna justificación legal para la invasión y que derrocar al Gobierno de Sadam Husein "podría significar una reconstrucción que durase muchos años". En un memorándum de seis días después se escribe: "Bush aún tiene que encontrar respuesta a los grandes interrogantes".
El 22 de marzo, Peter Ricketts, entonces director político del Foreign Office, decía en otro documento que Blair también podía "ayudar a Bush a tomar las decisiones adecuadas, al decirle cosas que seguramente su propio aparato no le diría". No obstante, Ricketts advertía de que una campaña militar necesitaría "objetivos militares claros y convincentes" y que el cambio de régimen "no era suficiente".
Straw también dio su propia opinión en un memorándum dirigido a Blair, en el que exponía los problemas políticos que supondría intentar convencer a los miembros del Parlamento pertenecientes al Partido Laborista. Incluso con la justificación legal, decía Straw, "también hay que responder a la pregunta importante: ¿qué vamos a conseguir con esta acción? Da la impresión de que ése es el punto más débil de todos".
Un funcionario estadounidense que observó el proceso dice que las objeciones británicas eran las tradicionales. "Hasta cierto punto, los altos cargos estaban desempeñando el papel que suelen tener en la dialéctica Washington-Londres, el de abogado del diablo", explica.
En la entrevista de Crawford, en abril de 2002, Bush y Blair hablaron de la perspectiva de ir a la guerra en la primavera o el otoño de 2003. Según un informe de la Oficina del Gobierno elaborado en julio, Blair le dijo a Bush que "el Reino Unido apoyaría una acción militar para provocar el cambio de régimen siempre que se hicieran esfuerzos para construir una coalición e influir en la opinión pública, que la crisis de Israel y Palestina estuviera en un periodo de inactividad y que se hubieran agotado las opciones para eliminar las armas iraquíes a través de los inspectores de la ONU".
A principios del verano de 2002 surgió en Londres una nueva sensación de alarma. El Gobierno de Bush no se había comprometido a buscar el apoyo de la ONU, y las fuerzas estadounidenses estaban realizando cada vez más actividades militares que los iraquíes podían considerar una provocación.
El 23 de julio hubo una reunión en el despacho de Blair. Entre los asistentes estaban: Straw, Manning, Richard Dearlove, jefe del MI6 británico; el ministro de Defensa, Geoff Hoon; el ministro de Justicia, Peter Goldsmith; y el almirante Michael Boyce, jefe de Estado Mayor de Defensa.
Dearlove, un veterano de los servicios de inteligencia, acababa de volver de Washington. Según el memorándum del 23 de julio, Dearlove habló de "un cambio de actitud visible" en Washington. "La acción militar se considera ya inevitable". Dearlove había observado que "los datos se están manipulando de acuerdo con las decisiones políticas".
Según el memorándum, Straw, que hablaba a diario con su homólogo estadounidense, el secretario de Estado, Colin Powell, reiteró que "parece claro que Bush ha decidido emprender la acción militar, aunque no se conoce el calendario", e instó al Gobierno a elaborar un plan para redactar un ultimátum que permitiera el regreso de los inspectores de la ONU a Irak. El documento indica que, en opinión de las autoridades, Irak tenía las armas.
El memorándum sugiere también que el propósito de las presiones británicas para acudir de nuevo a Naciones Unidas era establecer una justificación legal para la guerra. Blair contaba con Powell como aliado.
Cuando Blair se entrevistó con Bush en Camp David, el 7 de septiembre de 2002, el presidente le dijo que había decidido pedir una resolución del Consejo de Seguridad que exigiera la aceptación iraquí. Blair se mostró muy aliviado. Pero entonces Bush le miró y le advirtió de que, para afrontar la amenaza iraquí, seguramente no habría más remedio que recurrir a la guerra. "Estoy contigo", replicó Blair, según escribió el periodista estadounidense Bob Woodward.
La invasión de Irak se inició el 20 de marzo de 2003. En el aparato político británico hay todavía mucha gente indignada y dolida. Los analistas dicen que el hecho de que hayan salido a la luz estos documentos revela hasta dónde llega ese sentimiento.
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