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Reportaje:

Justicia en Misisipí

Un tribunal de EE UU condena al responsable de la muerte de tres activistas contra la segregación racial 41 años después del crimen

Cuando aquel 21 de junio de 1964 sonó el teléfono de Buford Posey, un joven miembro de una organización que fomentaba el voto entre los barrios negros de Misisipí, la voz que escuchó al otro lado le recordó enseguida a la de alguien conocido, pero no supo quién. Al fin y al cabo, sólo escuchó estas dos frases: "Ya nos hemos encargado esta noche de tus tres amigos. Tú eres el próximo".

Posey es blanco. Sus tres amigos eran dos blancos y un negro, miembros, como él, de una asociación de defensa de los derechos civiles llamada Mississippi Freedom Summer. Su misión principal en un pueblo sureño llamado Filadelfia consistía simplemente en recordar a los habitantes negros -que eran mayoría- su derecho a votar.

"Que yo sepa, el Ku Klux Klan es una organización pacífica", dijo el alcalde
Las nuevas técnicas han permitido resolver varios asesinatos de hace casi medio siglo

Tan establecidos estaban los principios de la segregación que incluso muchos miembros de esa comunidad parecían no estar convencidos de haber recuperado ese derecho. Que organizaciones como ésa estuvieran financiadas por el Gobierno de John F. Kennedy para buscar votos demócratas entre los negros forma parte de la historia política. Pero lo que había ocurrido esa noche no tenía que ver con la política, sino con la convivencia y la intolerancia.

Los tres amigos de Posey -James Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner- habían interrumpido su periplo habitual para visitar una iglesia frecuentada por feligreses de los barrios negros quemada el día anterior en un incendio claramente intencionado.

Después de visitar ese lugar, en el que las sospechas parecían claras, un sheriff del condado paró en la carretera el coche en el que viajaban. El agente parecía estar esperándoles. Tenía preparada una acusación contra ellos -exceso de velocidad- y parecía tener tomada la decisión de hacerles pasar por comisaría, detenidos durante unas horas.

En ese tiempo, el sheriff hizo una llamada de teléfono. Marcó el número de uno de los líderes locales del Ku Klux Klan (KKK) y pactó una hora exacta para dejar a los jóvenes en libertad. Tenía que ser esa misma noche.

Salieron de la comisaría y se montaron en el coche. En algún punto de la carretera, un grupo de miembros del KKK interrumpió su trayecto. Cuarenta y cuatro días después, sus cuerpos aparecieron enterrados con muestras de haber sido apaleados y tiroteados. Cuarenta y un años después, la persona que organizó esos crímenes, Edgar Ray Killen, ha sido finalmente condenada ante un tribunal de justicia. Años después, en 1988, la película Arde Misisipí, llevó al cine el crimen.

"Killen es un buen hombre que hizo mucho bien en esta ciudad. Que yo sepa, el Ku Klux Klan es una organización pacífica". Esto lo dijo durante el juicio Harlan Majure, que era el alcalde de Filadelfia en el momento en el que se cometieron los crímenes. Su aquiescencia con semejante individuo permite recomponer la envergadura social e institucional que alcanzaron esos brotes de intolerancia en la década de los años sesenta.

Los Estados del Sur conservaban su sentimiento de supremacía blanca y lamentaban que la Reconstrucción (el periodo de integración de la Unión tras la guerra civil) hubiera acabado con la esclavitud.

Las llamadas leyes Jim Crow (en referencia a un payaso negro) todavía marcaban diferencias por el color de la piel. Además, el Tribunal Supremo había establecido la legalidad de la segregación mediante una doctrina conocida como "iguales pero separados". Para muchos, eso no era suficiente.

Cuando en la primera mitad del siglo pasado los tribunales y los gobiernos de los Estados fueron erradicando poco a poco la segregación, el Ku Klux Klan, conocido como el Imperio Invisible, volvió a ponerse en pie.

Los historiadores consideran que en esa época llegó a haber en torno a cuatro millones de seguidores o miembros del KKK, tapados con sus hábitos blancos como si fueran -como creen que son- fantasmas de los soldados de la Confederación muertos en la batalla contra el Norte. La capucha, dicen ellos, es para preservar el anonimato y así compartir mérito de sus acciones. No queman cruces, las encienden. No matan, ajustician.

Según cuenta Gary Younge, autor del libro Viaje de un británico negro por el Sur profundo, gente como Buford Posey creció en un Misisipí en el que la segregación no era una cuestión de conciencia sino un hecho establecido. "En esos años yo ni siquiera sabía que era ilegal matar a un negro. Eso lo aprendí cuando fui al ejército, con 17 años. Cuando me lo dijeron, pensé que era una broma", cuenta Posey, que ha asistido en los últimos días al cierre tardío del crimen en el que murieron sus tres amigos.

En ese Estado de las magnolias y el calor húmedo, las instituciones miraban a otro lado cuando el KKK colgaba a un negro con una cuerda en su cuello. "Killen no actuó solo. El Estado de Misisipí fue cómplice en sus crímenes y en todos los que ocurrieron en esa época. Y eso tiene que saberse", ha dicho esta semana Rita Schwerner Bender, viuda de una de las víctimas.

Pero es el Estado a través de sus fiscales el que por fin se ha atrevido en los últimos años a reabrir ese capítulo oscuro de su historia. Según el Southern Poverty Law Center, una institución que lucha contra el racismo, varios fiscales de los Estados del Sur han conseguido más de una veintena de condenas por crímenes cometidos en los peores años de la segregación, crímenes que nunca fueron juzgados porque jurados y jueces -todos blancos- bloqueaban los procesos por supuestas cuestiones de procedimiento.

Ahora, la fiscalía tiene en sus manos una herramienta con la que nunca había soñado: las nuevas técnicas genéticas y forenses permiten encontrar culpables en crímenes hasta ahora anónimos. Como el de Emmett Till, el niño de 14 años asesinado en 1955 por silbar delante de una mujer blanca. Su cadáver, destrozado por golpes y disparos, fue exhumado hace unos días para buscar restos de ADN.

Para quienes piensan que el racismo es un episodio humillante pero congelado en aquellos años, las palabras del antiguo alcalde de Filadelfia recuperan ese clima de connivencia que permitió los desmanes. El KKK es hoy una organización con apenas 6.000 miembros escondidos bajo siglas "legales" y discretos sobre su afiliación.

Tienen incluso un código secreto de reconocimiento mutuo: cuando alguno de ellos cree estar en presencia de otro, pregunta "¿AYAK?"; si la respuesta es "AKIA", están en el mismo bando. "AYAK" significa "Are you a Klansman?" ("¿Eres miembro del Klan?"); "AKIA" lo confirma: "A Klansman I am" ("Soy miembro del Klan").

Pero la huella de la segregación todavía es visible: hace unos días, el Senado de EE UU inició el trámite de una moción que pide formalmente perdón por no haber redactado leyes severas contra el racismo hace medio siglo, incluidos los linchamientos. Los senadores de Misisipí Trent Lott y Thad Cochran no quieren firmarla.

Edgar Ray Killen, en el juicio en el que acaba de ser condenado por un crimen racista cometido en 1964.
Edgar Ray Killen, en el juicio en el que acaba de ser condenado por un crimen racista cometido en 1964.REUTERS

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