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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Imitación de los pájaros

Los poetas son, con sus alas gigantes y grotescas, un poco como el albatros, ya lo dijo Baudelaire; pero también son tipos desubicados a la manera del vendedor de helados de los Monty Python ("¡Dos helados de chocolate, por favor!". "No me quedan helados de chocolate, ¡sólo tengo albatros! ¡Albatros! ¡Albatrooos!"). En estos días, el Ayuntamiento de Barcelona ha publicado una guía de pájaros de la ciudad, con un disco compacto para escucharlos (Guies d'Educació Ambiental, número 23), que tiene mucho de guía de poetas con sus voces grabadas. Los poetas pasan volando sobre los parques y sobre las revistas como lo hicieron Barral, Goytisolo o Gil de Biedma, o Montalbán, y los pájaros revolotean entre las páginas de los libros y trastornan a los personajes igual que ocurre en El mal de Montano de Vila-Matas. En los pájaros los poetas ven la frase que alza el vuelo, y con esas frases hacen su literatura. A veces los poetas quieren escribir como los pájaros. Jean Cocteau dijo que temía morir sin haber expresado el trisar de la golondrina. Ramón Gómez de la Serna les escribía cartas a estas aves tocadas "con misterio de haiku". Bécquer dedica a las golondrinas quizá el verso más famoso de toda la poesía española, y el compendio de sus Rimas lo titulará Libro de los gorriones. De este modo, cuando un técnico del Ayuntamiento incluye en una guía de pájaros de Barcelona a la garza real, está remontando al alcalde al romancero viejo y a sus garzas, que vuelan enamoradas y malheridas, por ejemplo. En Barcelona anida la colonia urbana de garzas más numerosa de Europa, eso dice la guía. A las garzas se las ve por el Llobregat y el Besòs y por las comarcas del Vallès. Las garzas tienen algo de jeroglífico a medio traducir, pero también parecen un procurador en cortes o un ministro de la transición. Por lo que a mí respecta, si veo una garza acabo pensando en Landelino Lavilla.

Barcelona es una ciudad de gorriones y, sobre todo, de palomas que dejan sus deposiciones donde primero se les antoja

Desde el primero de sus días el hombre ha imitado a los pájaros. Ahí está la aventura de Ícaro, que se fabricó unas alas y se las pegó con cera a los hombros para poder volar, y casi rozó el sol. Miles de años después, un socialista utópico francés quiso elevar igualmente a la sociedad, y a su sueño lo llamó Icaria. Los pájaros resultan lo más parecido a lo que podría ser el alma de las personas, y por eso tan a menudo se representa el espíritu en forma de pájaro. La poesía es un idioma que ha inventado la gente para entenderse con las ligeras aves, y en realidad están más cerca de los pájaros los poetas que los ornitólogos. Claudio Rodríguez, que también les escribió a los gorriones y a las golondrinas ("que podéis ir y volver sin perder nada"), evocó en un artículo sobre fauna y poesía a la alondra de Shelley ("espíritu o pájaro"), al ruiseñor de Keats, a la "calumniada abubilla" de Montale, y citó en esas líneas El halcón en la lluvia de Ted Hughes y el poema de éste al zorzal, que llora "bajo el oscuro silencio de las aguas".

En las triples y enormes chimeneas de la FECSA de Sant Adrià de Besòs, anida una pareja de halcones peregrinos. El halcón peregrino alcanza en picado una velocidad de alrededor de 300 kilómetros por hora, y en ese lanzarse al vacío simboliza al poeta que se arroja a lo más hondo de su interior tras la pista de una metáfora. En total, se han contado en toda Barcelona unos 10 o 15 ejemplares de este tipo de halcón. Entre los acantilados de Montjuïc, pero asimismo en algunos edificios, hace su nido el cernícalo, que se come a los pajarillos de las jaulas y a los murciélagos pequeños, y que, en muchas ocasiones, muere atropellado en el crepúsculo de las pistas del aeropuerto, y así le da a su biografía una épica cinematográfica como de western crepuscular. También al atardecer, los estorninos forman esas impresionantes bandadas que se dilatan y se recogen "como una masa oscura", la cita procede de la guía, "como un único ser vivo", que a veces hemos contemplado con un punto de inquietud sobre la plaza de Catalunya. A los estorninos algunas personas los confunden con los mirlos. El mirlo es una avanzadilla del día en la cola de la noche. Al mirlo se le oye cantar cuando la oscuridad está a punto de resquebrajarse, y su canto de poeta desquiciado va lamiendo lo nocturno hasta dejar sólo la luz del alba.

Pero Barcelona es, en buena medida, una ciudad de gorriones ensimismados que hace años dejaron escribirse con sus primos de París y que ahora pasean por las aceras dando saltitos de optimismo. Y es, sobre todo, una ciudad de palomas con un barrunto de burgués caído en desgracia, que deja sus deposiciones donde primero se le antoja. Se cree que viven en Barcelona cerca de 180.000 palomas, muchas de ellas enfermas. Con frecuencia se las encuentra uno muertas por la calle. La paloma urbana es un animal triste y pacífico, que en estado salvaje se ha convertido en emblema del pacifismo. Las palomas de Barcelona son, con el ruido de su aleteo, el hombre del traje gris intentando sobrevivirse inútilmente en la ciudad. Cuando yo era un chaval, salí una vez con unos gitanillos a cazar palomas. Las que pillamos, la madre de los muchachos las mató, las desplumó y las echó al puchero, y las guisó con arroz. Fue más o menos cuando empezaba a leer a Kafka.

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