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VISTO / OÍDO
Columna
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Mendacidades

Hay razones de señalar al Partido Popular como creador de la extravagancia en la política de hoy. El pequeño y feroz acto de llevar un testigo científico al Senado contra los homosexuales para inmediatamente desligarse de él porque dice cosas demasiado brutales, esa respiración de la manifestación de los curas que todavía no se sabe para qué fue, está enrareciendo el sentido común y la supuesta buena fe. El tema de los vascos está creando otras perturbaciones en la atmósfera mental. La justicia toma decisiones legales, y la arrastra: no se puede decidir nada a favor de los condenados, porque se les hace sospechosos: de miedo, de prevaricación, de algo ilegal. Las leyes que se aplican eran ya de Franco, que poco amaba a los nacionalistas y a los rojos, pero que venían de una línea garantista anterior a la República: y el que ha redimido su pena en 18 años sale a la calle. El furor no es sólo de la derecha, ni de las víctimas del terrorismo, que creen en su derecho de intervenir en la justicia y en la política, sino de escritores, periodistas y habladores de los que constituyen un lobby vasco, un cuerpo de presión frente a Zapatero. Son muchos, muy fuertes y muy equívocos. Velívolos. Puede ser que sea un frente contra el PSOE, aislado y duro, que teme que si consigue la paz sin desastre nuevo en el País Vasco habrá triunfado sobre el pasado y, por lo tanto, sobre el futuro, que puede ser suyo. Extravagante el país gallego, sobre unos votos de lejos y por un personal que a veces ni siquiera conoce el país votado ni a sus protagonistas, pero que tienen el canto real de los emigrantes que dejan su patria querida -que los expulsó por hambre-, que llegan a Buenos Aires tocando el acordeón en tercera y que, años después, hacen que sus hijos voten a Fraga.

Vivimos en un balancín de informaciones y deformaciones; lo que sabemos puede no ser verdad. ETA ofrece una tregua: no matará políticos electos. Esta selección es horrorosa: pero es un peldaño. El PP quiere que el Congreso la rechace en bloque, pero la mayoría prefiere no definirse, y el lenguaje es que "¡Qué más quisiera ETA que el Parlamento hiciera declaraciones sobre sus comunicados!". Así el Gobierno es más duro que el PP; pero más blando al mismo tiempo. No niega la tregua, pero no la contesta. El castellano es rico (aunque desgraciado).

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